Hace un mes, Huang Guangyu, natural de Shantou e hijo de campesinos pobres, había alcanzado por tercera vez —en los últimos cinco años— el título máximo que anhelaría poseer cualquier joven cantonés metido a empresario: ser considerado como “El hombre más rico de China”. El más bello joven capitalista, el más dotado.
Su grandeza; digo, su fortuna personal, superaba los seis mil millones de dólares. Lo que a cualquier paisano suyo, —nacido en la misma fecha, en el mismo pueblo y sujeto a las mismas condiciones labores—, le hubiera demandado acumular cinco millones de años de salarios mínimos, él lo había logrado en menos de 40 años.
Hace dos semanas, Huang Guangyu, ante el sombrío panorama de la economía mundial y la inminente reducción del índice de crecimiento chino, declaraba exultante en una entrevista: “Para mí todo es una buena noticia, la reducción de impuestos en las zonas rurales del país incrementará mis ventas”.
Hace unos días, Huang Guangyu, el chino más rico y venturoso está en condición de no habido. Aunque “no habido” en China no necesariamente quiere decir que esté perdido; o que, a lo mejor, se ha ido de parranda. No. Podría ser algo más sencillo, como estar detenido. Lo que no se ha detenido son las continuas y diversas hipótesis sobre su paradero. Portavoces de su compañía no podían confirmar su detención. Medios financieros en Hong Kong afirman que está detenido por manipular dolosamente acciones bursátiles. Y no faltan quienes aseguran que está tranquilo como un lirón, descansando en su casa. Para el Financial Times de Londres el misterio radica en las presiones políticas que sufren los empresarios, ya que el tránsito de economía socialista a economía de libre mercado dista mucho de haber concluido. Una forma elegante de decir que es difícil determinar hasta que punto un militante del PC chino es un voluntarioso comunista y al mismo tiempo un próspero empresario privado. Un problema de orden ético que los chinos desde los tiempos de Mao han resuelto en la famosa unidad de los contrarios. Mao propició el culto a la personalidad (la suya, claro está) y Deng Xiaoping, para compensar, fomentó el culto al lucro, (en un arrebato de materialismo dialéctico esbozó que “lucrar era divino”). Aunque parece que este ying/yang chino de capitalismo y comunismo juntos, al común de la gente no le terminó de cuadrar y, por lo menos hasta hace una década, ser millonario en China generaba una natural sospecha: ¿cómo es que fulanito de tal, antiguo funcionario de la empresa estatal X, luego de la privatización, terminó siendo accionista propietario de la misma?
Para algunos el restablecimiento del prestigio de la riqueza lo iba a dar el paso de los años y la amnesia social, pero los más dogmáticos pueden regresar otra vez a Mao y encontrar la salida en el saltimbanqui dialéctico: si un millonario añade millones y millones a su fortuna, (saltos cuantitativos), un buen día tanta millonada termina pegando el salto cualitativo: el millonario se convierte en “billonario”, y encima termina galardonado como Huang. Aunque este simplismo dialéctico tenga más de cuento chino que de teoría filosófica y sirva de poco para explicar porqué es tan importante para un empresario chino ser un importante militante comunista; o cómo es que un simple vendedor ambulante, que a los 16 años por toda fortuna tenía una mochila llena de pilas y radios para la venta, a los 39 años no solamente es dueño del divino tesoro de la juventud, sino también propietario de una cadena de 1300 tiendas de electrodomésticos, inversionista inmobiliario y pintor contable en azul, de cuentas que estaban al rojo, en una magnitud tan bermeja, como la propia bandera del Partido Comunista Chino.
Publicado originalmente en La República.pe