Aunque de cara a la galería, la mayoría de autoridades, profesen una profunda religiosidad; la relación entre “obras” y autoridades no tiene mucho que ver con el evangélico: “Por sus obras los conoceréis”. No, su vínculo no es de los tiempos bíblicos, sino mucho más cercano; para ser más preciso, justo en la mitad del siglo XX, de 1948 a 1956, en el Ochenio de Odría.
Ahí comenzó la cosa; Odría no era un político, (como casi todos los que ahora andan en política); era un militar; pero para el caso hubiese dado igual que sea catedrático, rector, médico, empresario, abogado, farmacéutico, ingeniero o avispado cazafortunas.
Desde los tiempos de Fujimori los afiliados de la extensa lista de gremios colegiados se han lanzado tras algún puesto en la política. Unos dicen que, es porque “ahí está el negocio, pe”; y otros, que es por un sentido de responsabilidad y porque al igual que en la guerra y los militares, “La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.”
Los que han investigado las razones de este fenómeno, atribuyen su emergencia al ocaso de los grandes y pequeños partidos políticos; otros al fin de las ideologías; los más liberales lo ven como consecuencia natural de la democratización del país; todos votan, todos pueden ser electos. Los más imaginativos hacen analogías entre la explosión urbana del país y el caos de transporte. Ya no hay partidos, la cosa es llegar a un destino que es el poder (poder hacer y poder gastar) y para esto, el mejor cometido lo cumplen las Combis electorales, que brindan a cabalidad el servicio de transporte/Movimiento democrático.
El asunto es que tarde o temprano el médico, el rector o el afortunado saltapalante, llegan adonde la combi les había dicho que tenían que llegar. ¡Bajan!, dicen y se instalan en “su sitio”; luego de las ceremonias, los cocteles y las entrevistas, recién se dan cuenta de dos cosas: que la suerte aunque buena no es eterna y que para que parezca que están haciendo algo, hay que hacer “obra”.
Y como lo suyo no es la política apelan a lo que hay: el discurso de moda; o sea, la “capacidad de gestión” que más o menos es 3 celulares por autoridad, dos camionetas 4×4 y un equipo de chulis. Lo otro, su alma mater de autoridad, su filosofía no es otra cosa que el más importante resabio feudal del Perú: La Chacra, y más específicamente, Su Chacra. Y ahí viene la ensalada, un mix del Odría hechos y no palabras, y el Cáceres de que roba pero hace obra; y lo ya común: aquí mando yo, con mi familia y mis amigos. Y toda esa mancha se pone en acción y comienzan las obras. Y brotan ferreterías, fluye el cemento y familiares y amigos terminan enganchados en la construcción civil de edificios, pistas y services.
Lo único malo es que todos los actores y escenarios de ese teatro que llamamos política, no reemplaza la necesidad que tienen los ciudadanos de ejercer una política efectiva que resuelva los auténticos problemas sociales. En la política pasa lo mismo que con los abogados y los médicos; que un considerable número de practicantes de estas profesiones sean corruptos, no vuelve corrupto al Derecho ni a la Medicina.
Las ciencias y las artes no son corruptas; son corruptos quienes hacen mal uso de ellas. El adjetivo corrupto es igual a malogrado y lo malogrado, no funciona (aunque parezca que sirva), lo cierto es que socialmente es ineficiente. Por eso hay que huir espantado cada vez que los que se dicen “políticos” anuncian que van a luchar contra la corrupción; aparte de ser un claro contrasentido, su “lucha” los llevaría al suicidio.
Pero también dejarlos hacer “sus obras”, a la postre puede terminar siendo nefasto para la propia sociedad. No hay camino más eficiente para impedir sus mamotretos que volver a las fuentes de la política, que es hablar, consultar y discutir hasta aburrirse. Es un camino lento, pero está demostrado que es el que llega más lejos.
Nadie pone en duda, que una metrópoli como Arequipa necesita grandes obras de infraestructura vial; pero éstas no se deben realizar para que queden como monumentos apoteósicos de la vanidad de tal o cual autoridad. En las sociedades/países socialmente eficientes y con niveles mínimos de corrupción nadie asocia un puente o una carretera con autoridad alguna; además, mucho tiempo antes de que una eventual obra se inicie, hay meses sino años de consultas con todas las partes que pudieran ser afectadas.
Diga el lector si alguna vez alguien le preguntó sobre cómo alterarían sus modestas costumbres, horarios e ingresos, las colosales obras que se han dispuesto en Arequipa, para halagar el colosal ego de los “obradores” de turno.