Todos somos iguales… ante la ley; puestos frente a los Códigos y la Constitución, iguales son el morrocotudo Don Pedro de Poraipampas de Altos y Condados, y el vendedor de emoliente, Pedro Condori. Cada uno tiene su D.N.I, azulito y con su foto. Y el día de votación, igualito, cada uno hace su cola y zas, llegado el momento: vota y vale 1. Ya en la calle, se acabó la igualdad: Don Pedro se sube a su 4×8 y raudamente desaparece. Pedro, en cambio, se enrumba para la esquina, espera su combi y doblado en ocho, entre cabeceadas, aguanta el viaje que lo deja, finalmente, en su cuarto.
Cuando uno era joven, la explicación recurrente sobre la corrupción en el Poder Judicial, sostenía que los magistrados ganaban muy poco y los secretarios casi una propina. El exiguo salario era la puerta de entrada para la corrupción. “El día que ganemos como Dios manda…, van a ver como campea la justicia…”, se decían bien entrados en copas los hombres del terno y de la calle “Los Buitres”.
Y, con el tiempo les llegó lo anhelado y empezaron a recibir como mandaba Dios, pero la Justicia, caramba, no llegó. Los afortunados, para su mala suerte, descubrieron que la capacidad de gastar siempre rebasaba el volumen del sueldo. Además, ya no eran unos pobres diablos; un diablo en ascenso no puede tener a sus hijos en un colegio cualquiera, ni vivir en un barrio cualquiera; ni que decir del carro, la ropa, las tarjetas de crédito, los colegas que ya tienen departamentos en la capital y todas las tentaciones que acarrea el prestigio.
Después, pensándolo bien, se dieron cuenta que seguían teniendo un sueldo miserable, que dada la cantidad de trabajo, la enorme responsabilidad que habían asumido, realmente no compensaba… y todo regresó a ser como al principio.
Entonces ocurren cosas que uno lee descuidadamente en la prensa: “Ex magistrado sufre asalto en su casa, delincuentes se llevan joyas y cerca de 50 mil dólares en efectivo”. Otro así, “Candidato a la Presidencia de la Corte Superior de Lima pagó en cash (120 mil dólares) la compra de un Mercedez Benz, una Mitsubishi y un Suzuki”. Del maletín del magistrado no salían resoluciones, sino dólares y más dólares. Claro, no hay que ser mal pensado; están tan ocupados en la lectura y reflexión judicial, que no se han enterado que ahora resultan más cómodos los pagos con tarjeta o con cheque de gerencia. No faltará quien llame a sorpresa porqué el dinero está bailando fuera de la circulación financiera formal. Pero siempre faltará quien se anime a investigar la fuente de los ingresos y el desbalance entre lo que se tiene y de dónde se sacó.
Sería una maldad atribuir este retrato únicamente al Poder Judicial. La insólita honestidad freudiana del ex presidente AG libera al lector de mayores explicaciones: “Estando en el cargo, la plata llega sola; y si dos veces en el cargo, ya no se necesita ni un centavo”.
Hace un tiempo, la prima de la esposa del actual primer servidor público del Estado peruano declaraba que no creía que el sueldazo que se le había asignado tenía algo que ver con el parentesco cortesano, sino que era más bien por la importancia y responsabilidad del cargo.
Cuando las críticas por el sueldo dorado empezaban a asomar, aparecieron los “líderes de opinión” poniendo su “prestigio e independencia” para justificar los altos sueldos en la burocracia estatal: “No hay por qué ahuyentar a gente valiosa en el Estado, sino se van al sector privado”. Claro, como si la empresa privada quisiera robar cerebros al Estado, cuando lo que hace, —una vez que ubica a los cerebros estatales—, es sacarles el jugo/influencias mientras están en el Estado, y luego, jubilarlos como chala con un puestito en la empresa.
No es patrimonio nacional, esta práctica ocurre en todas partes. Para el sistema, un buen cerebro, —como todo buen cerebro— tiene que tener dos hemisferios/zapatos: uno pisando en el Estado y el otro sirviendo al Capital. Pero a nivel mundial también hay evidencia abrumadora de que los sueldos estratosféricos no tienen como consecuencia automática la eficiencia social.
Pero hay algo que sí se puede hacer, por supuesto. Y es todo lo contrario. No hay que subir el sueldo a los tentables, sino hay que bajar drásticamente el costo de la salud y la educación privadas. La sociedad está en todo su derecho de limitar el lucro en estas dos actividades y debe limitarlas tanto, para que compitan, —entonces sí—, en igualdad de condiciones con la salud y educación públicas.
Es fácil, pero asusta, sólo hay que chocar como corresponde con las mafias educativas, (principales responsables de la brecha escolar e injusticia social que de ésta se deriva) y con la complicada red de mafias de médicos comerciantes.
Si alguna revolución pendiente queda, no es aquella que decapita reyes y patrones sino la falta de ideas y propósitos.