Thaksin Shinawatra, alias “cabeza cuadrada”, es un hombre muy afortunado al que últimamente no le cuadran bien las cosas. Hace unas horas, las autoridades de su país, Tailandia, le han despojado de su pasaporte. Claro que no se lo han quitado de las manos, para ello primeramente tendrían que haberlo capturado, algo que no pueden hacer desde Septiembre del 2006, cuando una Junta militar lo privó del cargo de Primer Ministro tailandés, mientras él se encontraba en Nueva York. Las razones del golpe de Estado aludían a una descarada elusión tributaria sobre una transacción financiera familiar por 2,230 millones de dólares. El no pagar un solo dólar en impuestos exacerbó no solo las iras militares sino también las de sus opositores, quienes desde el año 2000 desenmarañaban una vasta red de testaferros que ocultaban la participación de Thaksin en diversos negocios, aunque dejando en cada uno de ellos, como marca personal, la respectiva evasión fiscal.
Por eso, quienes aspiren a convertirse en los hombres más ricos de cualquier país tercermundista harían bien en estudiar al detalle la biografía de Thaksin Shinawatra, en ella encontrarán inspiración y quizá al final bastantes motivos para obrar con precaución. No obstante, una primera conclusión para los aspirantes es que el dinero no se crea, ni multiplica exponencialmente, lejos de la generosidad gubernamental. Hay que defender los fueros de la empresa privada, sí. Pero sólo para hacer negocios redondos con el Estado; esto explica que un país pobre, con un gobierno electo democráticamente, (como fue el de Thaksin), conceda un crédito de 170 millones de dólares a la dictadura militar de Birmania, para que compre una empresa tailandesa cuyo dueño no era otro que el mismo Thaksin.
Otra condición de máxima importancia es conocer el mundo del hampa al dedillo y todas las leyes no escritas del juego policías y ladrones. Todo esto coronado con un vasto conocimiento de derecho penal. Lo prueba Thaksin, quien se graduó como oficial de la policía tailandesa, se licenció en derecho penal en Estados Unidos y allí mismo se doctoró en criminología.
De regreso en su país y sabiendo ya tanto de policías y ladrones decidió colgar el uniforme y dedicarse a los negocios; obtuvo contratos exclusivos y millonarios para alquilar computadoras al Estado; y allí destapó el champán que lo subió en pocos años a la cúspide de la pirámide: popularísimo Primer Ministro, mataor de vendedores de drogas, terror de los musulmanes, cenas en la Casa Blanca, apretones de manos con Bush y Tony Blair, dueño del Manchester City (y no del United, como equivocadamente cité en mi anterior post) y número 18 entre los hombres más ricos de Asia.
Thaksín, como ex primer ministro derrocado, se afincó plácidamente en Inglaterra; y, al igual que sus pares rusos, creía que los billonarios no solo tienen que ser ricos sino, además, dueños de equipos de futbol ingleses, y en esas andaba hasta que el pasado octubre, un fallo del Tribunal Tailandés lo condenó a dos años de prisión. El gobierno inglés, celoso de su propia legalidad, le retiró el visado a él y a su esposa. Desde entonces está en paradero desconocido.
Su cónyuge le ha pedido el divorcio. Le ha descubierto súbitamente una grave incompatibilidad matrimonial: es un viajero indocumentado, al que le han congelado 2,100 millones de dólares en sus cuentas personales.
Algún sencillo le quedará a este hombre que sabía que en política, para granjearse la simpatía de los muy pobres, hay que hablar muy poco y ser muy rico. Solo siendo muy rico la envidia de los pobres se convierte en admiración ciega. Y aunque sabía mucho de derecho penal, omitió leer la biografía de Al Capone, quien salió indemne de sus múltiples crímenes, pero finalmente acabó con sus huesos en la cárcel, por no pagar religiosamente sus impuestos.