A uno no le queda otra cosa que dar la razón a todo lo que dicen los portavoces oficiales y los no oficiales, los oficiosos y hasta los generosamente voluntarios de la causa judía, respecto a la mal llamada Guerra en Gaza.
Dada ya la razón como anticipo, uno entonces está seguro de que Gaza es la superación, —en el siglo XXI—, del propio y secular infierno. En este último van a pagar sus culpas toda laya de pecadores; igual están allí los de poca monta como los que alcanzaron notoria celebridad. Gaza, en cambio, es el infierno superado porque allí sólo pagan sus culpas los terroristas malos.
A ver, si no será una maldad que los habitantes de una ciudad se escondan en sus casas, sabiendo que el morar en habitaciones construidas con paredes y techos es un claro indicio de ocultamiento y motivo suficiente para generar sospechas que, naturalmente, los convierten en justo blanco de una justa causa.
De seguro que es cierto, lo que afirma Charles Krauthammer, columnista del Washington Post, cuando dice que las mezquitas, las escuelas y hospitales de Gaza no son ni remotamente lo que son; por el contrario, bajo esa fachada de piso franco, no son otra cosa que arsenales donde se esconde el armamento del Hamas. Y debe ser cierto, si no, ¿por qué esos niños muertos en una Escuela de la ONU?, ¿qué hacían unos niños en una escuela? Además, ¿por qué Al Yazira muestra solamente escenas donde aparecen civiles palestinos agonizando y no muestra el preciso instante, cuando los terroristas del Hamas, acorralados y antes de ser impactados por el fuego israelí, cogen cobardemente a sus desvalidos paisanos como escudos, para que sus cuerpos reciban las balas a ellos destinadas? (Ya que he comenzado dando la razón a los uniformados de Israel, me he tomado la libertad de imaginar esto último para que coincida a la perfección con la versión de que la población civil palestina es tomada por Hamas como parapeto humano).
Y por supuesto, no les doy la razón a aquellos tendenciosos que quieren comparar la situación en la Gaza de hoy con aquella sufrida por los judíos encerrados en el Gueto de Varsovia, durante la Segunda Guerra Mundial. Solamente personas de naturaleza retrógrada, que no han podido adaptarse a la mentalidad moderna y que conservan vicios como el hábito de la lectura reflexiva y la pasión por la historia, pueden, —en su mente extraviada—, igualar los escenarios y personajes de Mila 18, del escritor judío Leon Uris con el escenario gazatí y llamar por igual “resistentes” a los judíos de ayer en Varsovia, como a los hoy palestinos del Hamas.
Quien puede dudar de la generosidad israelí, que advierte a los habitantes de la frontera gazatí de Rafah, que abandonen sus casas pues las van a bombardear. Las leyes para proteger a las víctimas de la guerra, estipuladas en la Convención de Ginebra, quedan cortas ante la bondad israelí que claramente cumple el pacífico adagio: “Guerra avisada no mata moro/árabe”. Bueno es cierto que Gaza está tan sitiada, que aún abandonando sus casas los miserables palestinos no tienen lugar posible hacia donde huir; bueno, pero es que no se puede ser perfecto y por eso, como en cualquier empresa moderna, la causa judía tiene un servicio de atención al cliente: Si alguien ha muerto en condiciones no previstas en la etiqueta de la operación, el muerto o sus deudos, o los interesados sólo tienen que comunicarse por escrito con la autoridad respectiva para que se haga la investigación correspondiente.
Bien vistas las cosas y entendidas las explicaciones y aunque no me quepa oficiar de anfitrión, considero que para ahorrar desplazamientos de la prensa y siendo Gaza un lugar tan seguro para los buenos de corazón, el Consejo de Seguridad de la ONU en pleno debe constituirse inmediatamente en Gaza, en cualquiera de sus arterias; y sus miembros alojarse en cualquier hogar u hotel, —si queda alguno—, y que debatan, deliberen, coordinen y descoordinen por el tiempo que quieran y sobre los temas que prefieran. No siendo ninguno de ellos terrorista, (y siendo Gaza un territorio bíblico por antonomasia, donde a aquel que esté libre de culpa no le caerá ni piedra ni bomba alguna), pueden estar seguros que no les pasará nada. Incluso, en ese remanso de justicia y en un apartado, podrían proveerle una esterilla de yoga a Barak Obama, para que, en la postura que más domine, termine de meditar en Gaza y en silencio, los días que le faltan para hablar en USA.
En resumen, reitero pues, que les doy la razón a los militares y civiles israelíes en todos sus argumentos; en su grave pero a la vez ajustado razonamiento y repito: les doy la razón, por una sencilla razón: porque de antaño ya se sabe, que a los locos, siempre hay que darles la razón.