No. No… los moverán

Ser estafador y no ser dueño de un banco es un asunto muy serio. Tan grave como haber caído en desgracia, o —lo que es igual— ir a dar con los huesos a la cárcel; aunque ésta última y por la edad avanzada, sea el propio domicilio. Como le está ocurriendo actualmente a Bernard Madoff, el brillante timador neoyorkino, cuya lista de víctimas (una élite de potentados) bien podría ser considerada como una selección maestra de justicia poética para estos tiempos o como obsequiosa delicia para cualquier buen anarquista.

Desde que se cayó el telón de oropel en Wall Street, hasta ahora los titiriteros solamente nos han mostrado a dos muñecos como presuntos responsables de hechos supuestamente dolosos. Me refiero al citado anteriormente, Madoff, y al japonés, Kazutsugi Nami. De ellos se sabe lo que se sabe de todo auténtico timador: que eran simpatiquísimos, persuasivos, generosos y estupendos. Incluso, el japonés había añadido a su pico de loro, matices de neolingüista: había creado un nombre para su nueva moneda/timo: “paraiyen”, una fusión de yen con paraíso. Se sabe también que el monto del timo, —en ambos casos—, supera el billón de dólares. Y también es de conocimiento, que tanto policías como jueces ya están rastreando el destino del dinero mal habido.

Es una pena que, para ambos, el refranero español no tenga jurisdicción penal en el territorio de su delito; de haberlo tenido, el abogado más torpe ya los hubiera puesto de nuevo en la calle felices y contentos, tan sólo apelando al principio de “ladrón que roba a ladrón, ya está perdonado”. En su caso, ellos tienen un agravante mayor: han estafado a banqueros; o sea, se han encontrado con la horma de su zapato (nunca mejor dicho). Porque para estafar y estar inmune ante cualquier eventualidad hay que ser, antes que nada, banquero.

Lo que para un estafador sin banco, el cuerpo del delito, se da en llamar: “monto de la estafa”; para un banquero se llama: “activo tóxico”; lo que constituye el modus operandi en el primero se llama: “timo”; en el segundo: “apalancamiento”. Lo curioso es que por el mismo delito: hurto del patrimonio ajeno, en el primer caso, se les castiga con la cárcel, y en el segundo, a los banqueros, se les premia con el “rescate”.

Aunque sería injusto decir que todo les sale bien a los banqueros. No. No contaban con Obama, que se ha pasado el novísimo presidente del imperio. Leo las deliciosas crónicas de la prensa occidental: “Obama arremete contra los banqueros”. Y tienen razón; les ha dicho: “¡Sinvergüenzas!” —¡qué fuerte!, digo—. Así los ha llamado por haberse cogido,  para su propio bolsillo,  una millonada de dólares del primer paquete de rescate. Les ha dicho, también: “No es el momento” —¡que punzante!—. Y por si fuera poco ha firmado una orden limitándoles el sueldo a medio millón de dólares anuales, —¡que duro y estricto!—. Es decir, que podemos ir a dormir tranquilos, que mañana el mundo cambiará; ahora se nota que hay líder mundial; y para que no se diga que lo digo yo, sustraigo las últimas declaraciones del presidente mexicano Felipe Calderón, en Davos: “Necesitamos un liderazgo fuerte, que sólo puede venir de los EE.UU., y con Barack Obama ya lo tenemos».

Claro que hay cosas que ni la prensa adulona, ni —el menos lisonjero— Calderón han dicho, a saber: poco paralé es llamar “sinvergüenzas” a los banqueros, cuando sabido es que la vergüenza pasa y el dinero queda en casa. Y que poca limitación es poner topes salariales cuando es sabido que los banqueros gozan lo que futbolistas de la premier ligue: sus sueldos son una miseria, la lotería la tienen en las primas: un sofisticado sistema de premios y bonos que ninguna empresa racional daría jamás a ninguno de sus ejecutivos, salvo que su propósito no sea otro que la quiebra segura.

Cuando los gobiernos capitalistas salieron a rescatar a la banca, los fundamentalistas del mercado acusaron al Estado de haberse convertido en socialista. Es cierto, pues, que los fundamentalismos de todo tipo, especialmente, ideológicos o religiosos, tienen su fundamento en la sólida base de la ignorancia. Obvian, por ejemplo, que China, la comunista, ha salido al rescate millonario de la banca occidental; aunque no pueda reponer en sus puestos de trabajo a 20 millones de chinos que han quedado sin empleo en los últimos tres meses. Prefieren ignorar que el gobierno socialista español rescata a una camarilla de banqueros aunque ya lleve acumulados, en lo que va de la crisis,  a cuatro millones de desempleados; o que el gobierno laborista británico, pionero en el rescate de la banca, ya tiene la tasa mensual de 43 mil nuevos desempleados. Y en una campaña virtuosa para el gran capital, la clase trabajadora británica (paradigma del análisis social de Carlos Marx) identifica como culpable de la crisis actual, a la proliferación de trabajadores extranjeros en su suelo.

Nunca tanta tecnología y tanta información, han servido para tan poco. Al comienzo de este blog, sugerí que los capitalistas agónicos, en paralela ironía, asumían el martirologio de sus sepultureros, el proletariado. Comenzaron en noviembre, con su manifiesto en Washington; hoy, en dolosa complicidad con los políticos de todo el espectro mundial, se mantienen estoicos en su Madrid pluto-clepto-crático, felices, orondos y desafiantes, cantándonos a todos, que a ellos, los  banqueros, no los moverán ni los enjuiciarán nunca.

Publicado originalmente en LaRepublica.pe

Esta entrada ha sido publicada en Jano Mundano. Agregue este enlace permanente a sus marcadores.