Un mes antes que el poder destructivo equivalente a miles de toneladas de dinamita emergiera a la superficie del centro y sur de Chile, dejando a su paso destrucción, centenares de muertos y una población aterrorizada por la magnitud del impacto telúrico; repito, un mes antes de esta catástrofe, el alto mando militar chileno, cual niño engreído al que le acaban de comprar un nuevo PlayStation con los últimos juegos salidos en el mercado, acariciaba sus nuevos juguetes: unos tremendos aviones, —no sé qué letra ni número—, que su papá Estado acababa de traerle de Holanda. Y como todo niño presuntuoso vociferaba en el patio para que escuche la vecindad: “Todo el mundo sabe que Chile puede golpear muy fuerte”. Y como en la vecindad hay siempre la competencia para ver quién es “más”, no faltó otro vecino que saliese a corregir una necedad con otra mayor: “Si me pegan una vez, yo golpeo el doble”. Así que mientras los vecinos jugaban a gritar quien era más lobo, el lobo auténtico emergió por mar y tierra y “golpeando muy fuerte” con las consecuencias que todos lamentamos.
El Consenso de Washington, (que así se llamaba el consejo que daba el capitalismo a los países del hemisferio sur), consistía en un catecismo cuyos países/seguidores, —de acatarlo al pie de la letra—, llegarían en unos cuantos años a alcanzar el cielo del bienestar social gracias a medidas tan contradictorias como imposibles: competir entre todos —menos con USA—, aumentar los impuestos a todos, —menos a los ricos—; y reducir el gasto fiscal para educación, salud y seguridad social, —menos para defensa y el pago de la deuda—.
Con el paso de los años y a medida que el futuro bienestar se tornaba etéreo, empezó entonces a tomar forma La lucha contra la pobreza, una guerra llena de victorias cuyos logros solo alcanzan a ver una elite de entendidos que, en vez de mostrarnos legiones de ciudadanos felices abandonando la miseria, nos echan un carrusel de diapositivas PowerPoint con cuadros y curvas que muestran “claramente” como se va “avanzando” en este empeño.
En esta competencia para alcanzar la eficiencia económica y el bienestar social, Chile iba de puntero en el continente; pero el terremoto ocurrido el 27 de febrero pasado ha hecho evidente la enorme brecha que separa a los “instalados” en el sistema chileno y a “los otros chilenos”, a los que con una naturalidad digna de la María Antonieta francesa del siglo XVII, el gobernador de Concepción, (Chile) llamaba “lumpen”; porque al alcance de la mano y al empuje de una carrera encontraron en la desgracia oportunidad para redistribuir la riqueza que el publicitado desarrollo económico del país les había negado.
Para la prensa continental y mundial la cosa ha quedado como un apéndice asociado a la noticia: el pillaje que sigue a la catástrofe; es decir, una cuestión natural que hay que remediar lo más rápido y naturalmente posible, con la policía y el ejército por supuesto. Por eso es que Estados Unidos, —para ayudar a Haití—, ha enviado más soldados armados que rescatistas y médicos.
El terremoto en Chile y sus desvaríos sociales han sido muy mala prensa para los friedmanitas chilenos; pero también es peor noticia para todo el continente. Sin necesidad de terremoto, en la presente década, hemos visto en Argentina a pobladores hambrientos “carnear” reses ajenas en plena calle; pandillas juveniles en Centroamérica cobrando, a punta de navaja y pistola, y al que se le ponga al frente, el “subsidio/cupo” para el desempleo juvenil que nadie les da; batallas a muerte por la “propiedad” de calles para vender droga en las favelas brasileras; y las hordas juveniles/barras bravas limeñas arrasando a su paso negocios y propiedades vecinas a los recintos futboleros, a vista y paciencia de la policía.
América Latina, vista la última desgracia de Chile, necesita comprender que lo ocurrido no es un asunto exclusivamente chileno sino parte de un fenómeno continental: el resultado de construir una sociedad sin equidad social. Ésta no se sustituye con caridad ni teletones; ni porque una pléyade de “artistas” occidentales “canten” para Haití, o porque Shakira se solidarice con Chile o que Michelle Bachellet baile cumbia con el empresario/presidente Sebastián Piñera.
Publicado originalmente en LaRepública.pe