Para muchas cosas, los brasileros son muy bullangueros y raudos: para la algarabía futbolera y para el cimbreante carnaval; pero para otras se toman su tiempo y dejan que las cosas se vayan guisando en su propia sabiduría, a fuego lento. Decía Jorge Amado, (el de Tieta de Agreste y Doña Flor y sus dos maridos) que el alma brasilera tenía una composición muy especial: el sentido trágico español, la melancolía portuguesa y la tristeza nativa de los indios; una trilogía patética solo salvada por la alegre picardía del ritmo africano. Algo de ese ritmo ha puesto la Cancillería brasilera en la escena política mundial dominada por los Centuriones estadounidenses y su fina persuasión belicista de “O me obedeces, o te devuelvo a la edad de piedra”.
Hillay Clinton, la secretaria de Estado del gobierno estadounidense, hace pocos días ha quedado desairada en el Consejo de Seguridad de la ONU con su propuesta de sanciones y los ultimátum con velados pasajes de retorno al pasado paleolítico, a la república Islámica de Irán si continuaba con su terca aspiración de alcanzar la tecnología nuclear. Brasil y Turquía, dos potencias emergentes han dado al traste con las pretensiones estadounidenses de cocinar un nuevo Irak en Irán. Han apostado por el diálogo en vez de la matonería. De modo que Irán enviará 1,200 kilos de uranio a Turquía para recibir a cambio de 120 kilos de uranio enriquecido que será utilizado para fines energéticos y farmacéuticos. Todo esto con el aval y fondo musical/político carioca.
Las razones que esgrime Brasil para inmiscuirse en el pleito USA vs Irán, probablemente parezcan pueriles a un estudiante de política y relaciones internacionales; pero, juzgue el lector su peso; dice Lula: “Un país que tiene armas atómicas, (Estados Unidos) no tiene autoridad moral para exigirle a otro país, (Irán) que no las tenga.”; “Yo no quiero que Irán tenga armas atómicas; pero tampoco quiero que las tenga país alguno; todo el armamento nuclear mundial debe ser desactivado”.
Por supuesto que esto no ha sido del agrado de las grandes potencias, especialmente de los Estados Unidos, quien sin duda ya estará preparando un contraofensiva continental para “golpear” a Lula en América del Sur y darle su “chiquita” al primer ministro turco Recep Tayyip Erdoganv en Europa. No nos extrañemos entonces si vemos cabalgar de nuevo a Don Mario Vargas Llosa, esta vez más cáustico contra Lula, —a quien ya le había afinado la puntería por apoyar regímenes como el venezolano, boliviano, ecuatoriano y nicaragüense. No me extrañaría tampoco que “ocurran” extraños sucesos en el continente, notoriamente atribuibles a la “creciente” influencia islámica- iraní en la región. (Algo de eso presuntamente ya ocurrió en Santiago de Chile hace poco). Y espero con natural interés lingüístico la nueva adjetivación a la que será sometido Lula por la derecha peruana, que ya tiene para Chávez: “El Cerdo de Caracas”, y para el compañero Evo: “La Acémila de la Paz”.
En países de baja densidad institucional y con regímenes presidencialistas, como los de América del sur, es difícil saber cuándo determinadas decisiones obedecen a criterios “institucionales”; cuando son inspiración “genial” del primer servidor del Estado en curso; o cuando son decisión de las O-Sí-Ges (las inversas a las ONGes); me refiero no solo a las entidades que sí gobiernan fácticamente estos países; (banqueros, hacendados, inversionistas, etc.) sino a aquellas que “diseñan” su política exterior. Por ejemplo, a ojo del mal cubero, no creo andar muy descaminado si pienso que la política exterior colombiana, —por lo menos en parte muy importante— la orienta la DEA. O pensar en el caso peruano, —independientemente de que hayan excelentes funcionarios de carrera en la Cancillería— que la actual política exterior peruana la dicta la Sociedad Nacional de Minería y Petróleos, o como se llame esa cosa/lobby. Para ello, previamente parto de una negación: no creo que existe cosa alguna en ambos países que pueda llamarse “Interés nacional”.
Entonces, volviendo al tema de este post, cómo calibrar la política exterior brasilera actual: ¿“genialidad” de Lula, o genuina “política institucional de su cancillería”? Opuestamente al párrafo anterior, parto de una afirmación: Creo que Brasil sí tiene un auténtico “interés nacional”; diseñado y promovido por su Cancillería; solo queda la duda simbiótica; digo crudamente: el asunto del huevo o la gallina. ¿Es Lula, un producto de su Cancillería; o es la Cancillería brasilera, la mejor obra de arte política continental que ha fabricado el ex obrero fabril José Ignacio Da Lula Silva?
Mientras la duda se despeja, hay motivos para la esperanza, el partido de las grandes ligas para Sudamérica recién comienza y parafraseando en contra a Chico Buarque, http://es.wikipedia.org/wiki/Chico_Buarque ahora la cosa ya no está tan negra; en el horizonte hay mucha zamba. Y ya queda muy poco show y casi nada de Rock and Roll.