Una de piratas

El padre del pirata más famoso del mundo contemporáneo es un hombre desmemoriado. No sabe si su hijo nació en 1990, o en 1993. No es que no se acuerde; es que por esos años tuvo dos hijos y se le ha confundido cuál es cual. Es poco lo que los asistentes de un juez instructor neoyorquino pudieron recabar del progenitor en su intento de precisar la edad exacta del pirata acusado. Tampoco es que pusieran mucho empeño en ello. Les bastó ubicar al padre en una aldea somalí y acercarlo a una cabina telefónica; así acercaron África con Manhattan y obtuvieron lo suficiente: El acusado es muy joven.

Preguntado directamente el acusado respondió con resolución pasmosa: “pensándolo bien, tengo entre 16 y 26 años”. Y pensándolo mejor, no le faltaba razón: la edad/tiempo es distancia; y la distancia, según la velocidad,  también es tiempo/edad. Me explico, la velocidad del hambre y la orfandad no solo pueden apurar la edad sino, lo peor, robar hasta la infancia.

El escritor escocés James Matthew Barrie quiso perennizar la alegría de la infancia en Peter Pan,  el niño que no podía envejecer porque había asentado sus reales en la Tierra del Nunca Jamás. Peter Pan, un niño casi alado, apoyado por Hadas Madrinas y que se enfrentaba siempre con éxito al tenebroso pirata, Capitán Garfio.

El sistema imperante en el mundo dista mucho de tener la fantasía benevolente del escritor escocés; lo suyo es el dinero y quiere perennizar ante todo la plusvalía extrema, y a la mayor velocidad posible. En ese afán y con el concurso divino de la religión ha terminado por fabricar un ejército casi infinito de Peter Panes Inversos: Niños que nacen viejos en la Tierra donde Nunca Jamás serán niños.

Somalia, África, país ad hoc para las celebrities  del Pop, cuando se trata de cantar y tocar para videoclips que rodarán por el mundo mostrando cuan magnánimos son sutanito o menganita; o cuando hay que remangarse la camisa hasta los codos para hacer una obra de caridad: “Tirar pan a los pobres”.

Somalia, país costero africano, donde no existe ni siquiera el nombre de sistema educativo o denominación alguna para cualquier cosa que se parezca a un servicio de salud. Estado fallido, le dicen. Pobre en producción agrícola; pero rico en tierras para agricultura; clima benigno donde todo cultivo puede crecer y prosperar, menos el bienestar de sus habitantes.

Un día de tantos, Abduwali Muse, un viejo somalí de 15 o 16 años de edad, fue captado por gente más mosca y poderosa que él (funcionarios policiales del gobierno somalí), para hacer un trabajito: abordar en alta mar cualquier carguero que pase por las costas de Somalia y sacarle toda la plata posible. Le proveyeron de armas y una lancha de abordaje; lo demás era su voluntad. Y voluntad era lo que le sobraba: el 8 de abril del 2009, junto con tres compañeros, a bordo de una lancha salvavidas, asaltó el carguero estadounidense Maersk Alabama, con muy mala suerte: la tripulación resistió el asalto y sólo pudo tomar como rehén al capitán de la nave; se lo llevó en la lancha y durante cuatro días amenazó con matarlo si no cumplían con sus demandas. Su mala suerte se agravó: un destructor misilero naval estadounidense apareció en lontananza y montó un operativo para rescatar al capitán. El Peter Pan Inverso africano, no tuvo la suerte de su par occidental; el mismo fue su capitán Garfio y se hizo un gancho suicida. Pidió, por radio, acercarse al destructor, para negociar. Lo invitaron a hacerlo, mientras eso ocurría, marines norteamericanos, eliminaron a sus compañeros y rescataron al capitán, tomando prisionero, finalmente, a Muse.

Las imágenes de Abduwali Muse, http://www.youtube.com/watch?v=2VvQVe49H8k  esposado, caminando por la cubierta del destructor naval americano, escoltado por marines y entregado al FBI a su llegada a Estados Unidos, dieron la vuelta al mundo. Abduwali Muse. No era ningún atleta africano, haciendo pose de arquero, firmando para Nike, Addidas o Nokia. Era un piraña, —no pirata— somalí, que nunca fue niño, nunca será joven y siempre será viejo, incluso antes de cumplir la sentencia, (de ejemplo y escarmiento para sus pares —dijo el Juez—) de 33 años de prisión.

Algo tenía Abduwali Muse, que lo hizo diferente a los criminales, cuando se enfrentan a las cámaras del mundo: no se apuró en cubrirse el rostro con la chompa o el polo. Carecía de vergüenza; a sus 16 años ya era un hombre viejo y curtido; pero sus ojos y sonrisa nos muestran a un ser lejano de Drake, Capone o Gambino. Hay algo en su sonrisa que es un profundo insulto a la injusticia. Ningún miserable juez podrá estar jamás a la altura de su infancia perdida.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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