Tomar muestras de un tejido orgánico vivo; —una biopsia, por ejemplo—, sirve para construir a partir de un retazo, la imagen general de un órgano del cuerpo. Según la patología de la muestra, los médicos deciden el tipo de tratamiento a aplicar. Lo que no se le ocurriría a cualquier médico patólogo es usar instrumentos infectados al momento de tomar las muestras; de tal modo que en vez de extraer un trozo de enfermedad para analizarla, lo que se haga es infectar o inocular una nueva patología en el tejido ya potencialmente enfermo.
La democracia representativa se basa en una ficción: el país es un tejido social y sus autoridades: presidentes, congresistas, alcaldes y regidores son “muestras representativas” de ese tejido. No sólo eso; se da por hecho que el conjunto de congresistas y autoridades representan lo “mejorcito” del país.
Desafortunadamente no es eso lo que piensa la Fiscalía contra la Corrupción. Tampoco es eso lo que piensan los medios de comunicación que día tras día informan sobre la decadencia moral de la clase política. Tampoco es lo que piensan las muestras de población encuestada al respecto: nadie pone la mano al fuego por ningún político y nadie se atreve a negar que la ecuación: político igual a corrupto, es cierta.
Uno se resiste a creer en el fatalismo de Gonzales Prada, que en el Perú, donde se pone el dedo, salta la pus. Un cuerpo no puede estar supurando tanto tiempo sin extinguirse víctima de la septicemia; lo que pasa es que nunca hemos intentado poner el dedo fuera de las llagas. Que es lo que deberíamos hacer en cada elección.
Es en el mismo proceso electoral donde se corrompe el tejido nacional; son los instrumentos de selección de las biopsias/representantes los que están ya infectados por la podredumbre. El lector puede llamar a estos instrumentos quirúrgicos sociales como prefiera: partidos políticos corruptos, medios de comunicación infectos de propaganda nociva; financistas y actores escondidos en la campaña (los dos tipos de mafias, la legal corporativa: AFPs, Banca, mineras; y las ilegales como el narcotráfico y la minería informal).
Todos estos agentes infecciosos pudren la democracia; y el electorado vulnerable, víctima de la psicosis colectiva electoral, termina eligiendo a individuos que no representan lo que los electores son, sino lo que electores quisieran ser o tener.
De resultas tenemos y tendremos siempre en el Congreso, un país hermoso, donde viven unos peruanos a sus anchas:
Libres del temor de ser víctimas de la violencia y la inseguridad ciudadana, porque cuentan con seguridad personal asignada.
Libres de emprender odiseas diarias para movilizarse en el caótico transporte público; libres de tomar un taxi con la fobia de dudar si el chofer es un simple conductor o nos va a asaltar a la vuelta de la esquina, ya que los congresistas cuentan con vehículos y choferes puestos a su disposición.
Libres de caer enfermos y bajar a los infiernos de la salud pública y deambular por sus laberintos sin atención apropiada y sin remedios para mitigar los males y el dolor, porque cuentan con un seguro privado de salud para ellos y sus familias.
Libres de la pesadilla de no poder asumir los costos de la educación de los hijos; de recibir cartas de despido de sus empleadores, porque ha “bajado” la producción; libres de quedarse largas temporadas buscando “cachuelos” o fingir una falsa bonanza con el conocido “trabajo por mi cuenta”.
Libres de todos estos apuros económicos porque tienen un ingreso de más de 400 mil soles anuales; o sea, más de 46 sueldos mínimos en un solo mes por cada congresista.
Entre los elementos esenciales para la forja de un líder popular está el vínculo de pertenencia. Un tal Zapata alcanzó un sitial en la historia como el gran Emiliano Zapata, porque fue un campesino entre los campesinos mexicanos desde los pies a la cabeza, cuando era del llano y cuando estuvo en la cumbre.
No se puede ser, pues, sin pertenecer.
Poco se puede hacer contra la inseguridad ciudadana si no siento los miedos que sienten los míos.
Poco o nada haré por la salud pública si me atiendo en una clínica de lujo, con los doctores abanicándome y sin temor a cómo pagar la factura.
Poco o nada haré por elevar la calidad de la educación pública si con mis altos ingresos puedo costear tranquilamente las pensiones en los colegios y universidades privadas para mis hijos.
Para ser nuestros auténticos representantes, lo primero que tendrían que hacer es renunciar a todos esos privilegios; o sea, ser y vivir como millones de peruanos.
De lo contrario, bien fuesen de izquierda, de centro o de adentro, seguirán jurando: “Por Dios y por la Plata”.