En onda retro

El país, —cansado de tanto creer que crece y de que el crecimiento es el único instrumento capaz de mantener a los forrados, bien forrados; y al mismo tiempo forrar de ilusión a los que no tienen abrigo económico con qué guarecerse— se ha puesto a dar saltos; unos saltimbanquean de rabia por no haber podido restaurar la sucesión dinástica del Alberto; y otros saltimbanquean de júbilo por haber dejado despeinada ja-já, ja-já a la sucesora de los tiempos chinescos. Pero entre todos los saltarines, los que han dado un salto vital y orgásmico son los del cogollo que se instala en menos de tres semanas en palacio de gobierno.

No se trata de los saltos cualitativos y cuantitativos que señala la dialéctica, son más bien saltos al pasado; como si desde la Marcha de los Cuatro Suyos en el año 2000, el país se hubiera topado con un muro que no lo deja avanzar;  y la mejor explicación de que el crecimiento económico no es progreso, es precisamente esa imposibilidad de avanzar trascender como sociedad; se ha crecido  pero no se ha avanzado en ningún sentido solidario que oriente la vida comunitaria; de otra manera no se explica cómo entre tanta tecnología y carros nuevos, el Perú con el señor García que en el 2006 nos llevó de vuelta a los años más crudos del gamonalismo,  en la primera mitad del siglo XX, con su ya célebre país de perros hambrientos que no comían ni dejaban comer a los perros gordos del poder corporativo.

Llegó el “nacionalismo” en el 2011 que termina como una caricatura trágica de otra caricatura de país, (aquella viñeta/noción de la nación de Las Viejas Pitucas, en los mejores tiempos del dibujante  Alfredo, en La República), con el agravante que la vieja pituca de ahora era hace sólo un lustro una joven treintona de jeans y polo rojo; y ahora termina prematuramente como una vieja más de aquel club de señoras empingorotadas, (en eso había consistido la gran narrativa de la “inclusión”, que por favor la incluyan en el grupo, pe); y con la salvedad que sale del club directamente a sentarse en el banquillo de los acusados; o sea, siguiendo en plan de caricaturas, termina a lo Condorito, con un desconcertante: ¡Plop!

Pero volviendo a los nuevos inquilinos de la casa de Pizarro y el salto que se nos viene, su mejor historial no hay que escribirlo porque vienen haciendo crónica desde los 60s cuando eran jóvenes guapos y muchachas guapas que vivían cómodamente entre Lima, Nueva York y Miami. Su verdadera presencia pues no está en los anales de la historia nacional sino en las páginas efervescentes de Ultima Hora de la pluma de su mejor biógrafo: Guido Monteverde; y su mejor galería, está en las páginas lustrosas de Caretas; allí estaban Ellos y Ellas mostrando siempre como se debe vivir la vida a pleno forro. Hasta que llegó Velasco y se acabaron las haciendas y la chusma terminó compartiendo la  propiedad de los amos en ese intento de socializar la producción llamado “Comunidad Industrial”.

En esos años terribles para ellos, el país sólo se miraba mejor desde la nostalgia y desde los Estados Unidos. Regresaron de allí a medias en su primera restauración durante el segundo belaundismo; pero regresaron a todo fuelle en su segunda y más importante restauración: la privatización durante el fujimorato. Se hicieron un banco con oficinas en todo el país: el Interbanc; decir que lo ganaron en la puja privatista es un insulto a la memoria y a la aritmética, más acertado resulta decir que se “alzaron legalmente” el banco a precio huevo, ya que el monto total de la “compra” era mucho menor que el valor inmobiliario de todos los activos de la entidad financiera

Pero no hay duda que de bancos saben,  y mucho; y mucho más saben cómo usar el presupuesto nacional cuando se trata de cubrir los forados del presupuesto individual de sus fallidas empresas y bancos.

En esos son unos adelantados, se anticiparon casi una década a sus pares estadounidenses y europeos  salvando bancos. Salvaron en 1999 al banco Wiese con la plata de todos los peruanos vía la fina cortesía, nada menos que del Alberto

Ahora con el apostólico Pedro Pablo K. Karamba que no les cabe un alfiler de gozo. Qué suerte que cuando suenan las campanas de la jubilación, el electorado peruano les regala un último revival de roqueros viejos, con el fondo musical de Rock al Compás del Reloj,  un reloj viejo, pero como se ve, es de los de antes, pues les sigue dando la hora y qué hora.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

Esta entrada ha sido publicada en Gárgola sin pedestal. Agregue este enlace permanente a sus marcadores.