Perú: victoria sobre el hedor

Y al día siguiente del Fin del Mundo, (el 6 de junio de este año), el mundo no se había acabado. Estaba allí, como en el día anterior. Las paredes de las casas eran las mismas, igual las puertas y ventanas. La calle seguía en su sitio, y el ruido también. El cuerpo no hacía piruetas caprichosas en el aire mientras descendía irremisiblemente en el vacío, víctima de la ley de la gravedad. No. El Perú no había sido un trapecista, saltando al vacío, sin el consuelo de una malla que lo salve de morir destrozado en el pavimento.

En la calle, el zumbido mecánico del tráfico vehicular seguía como siempre, incesante. En las veredas, los ambulantes echaban su plástico al suelo y acomodaban sus baratijas para la venta. Los transeúntes, al llegar a la esquina detenían sus pasos. Se agolpaban alrededor de los quioscos de periódicos, veían los titulares: el mismo asesino, narcotraficante y siete caras de ayer, era otro: “Humala tiene bastante sensibilidad social”, “No tocará el modelo”, “Llegó la hora de concertar”. Repasaban otra vez los titulares y, en efecto, eran los mismos periódicos de antes… entonces los transeúntes reanudaban su paso al tiempo que pensaban: “Han cambiado de dueño”.

Pero lo cierto es que no hubo ningún cambio patrimonial. Más bien fue que la prensa, digo los profetas del Apocalipsis local son de una envergadura diferente a la de los augures de la antigüedad. Aquellos, al fallarles el vaticinio,  si no perdían la cabeza, evitaban perderla poniendo prontamente sus pies en polvorosa, esperando que el tiempo se encargue de esconderlos en el manto del olvido.

Los augures modernos ni se inmutan. Con la misma facilidad que la prensa pedía a los electores suprimir su memoria; luego de las elecciones se la han  suprimido ellos mismos,  desdiciéndose de lo que ayer dijeron y pidieron, sin ningún escrúpulo ni consideración a la coherencia. Ahora sueltan: “No hay motivo para retirar los ahorros de los bancos”, cuando días antes aseguraban corridas masivas de ahorros; “El mercado bursátil retomará su ritmo ascendente”, cuando vaticinaban que la bolsa se iba al bombo; todo esto si ganaba su contrincante, y como si ellos se hubieran alzado con la victoria,  sugieren —casi imponiendo— que “Sutanito estaría estupendo en tal puesto y Menganita, excelente en tal otro”.

Resulta evidente entonces que la élite del Apartheid solapado que domina el Perú está dislocada; la coherencia de su discurso está perdida en el tiempo;  la continuación del ayer con el hoy día y su capacidad de encadenar una mentira con otra ha quedado gravemente afectada. En cambio, el hedor que emanan aún las falsedades fabricadas por su prensa, poco a poco se va diluyendo a medida que se alejan los días de la fecha, en que el país iba a terminarse.

Como sabemos, votar en el Perú es obligatorio. No hacerlo deviene en serias limitaciones para realizar trámites oficiales o transacciones comerciales. La fiesta democrática que nos ofrece el sistema consiste en soportar largas colas y terminar la jornada con una mácula en el dedo, engrosando el rebaño de corderos democráticamente marcados, para luego regresar cinco años más tarde, en busca de un nuevo pastor que nos arree. Como si esto fuera poco, se pide que (ha ocurrido en las dos últimas elecciones presidenciales) al momento de votar no se brinde el voto a nadie que sea servidor de Hugo Chávez y Evo Morales, los diabólicos enemigos del progreso y el crecimiento infinito de la riqueza continental. La mejor opción si duda, consiste en hacer de tripas corazón, olvidarse que existe el código penal,  taparse la nariz y votar sucesivamente por un megalómano cleptócrata y luego por la primogénita de otro igual, porque —aunque hiedan— son de lo más convenientes y la mejor garantía de que el futuro sea igual que el presente y que el crecimiento de la riqueza nunca se acabe.

Y en números es cierto que el Perú ha alcanzado tasas de crecimiento formidables, solo comparables con la de China: 7% anual. Pero el Perú en gentes es otra cosa: Cuatro de cada diez peruanos son pobres, uno de ellos, lo es de solemnidad. Estos peruanos junto con sectores de la clase media han elegido a Ollanta Humala como futuro presidente. Mucho más que la victoria del elegido es el triunfo de los electores que no lo han puesto allí para que se “arregle” y termine cooptado como los anteriores inquilinos de ese edificio mal llamado Palacio de Gobierno.

Toda la prensa suele oler a tinta, tanto más cuanto más tempranera. Salvo un par de excepciones, (La República y La Primera), la prensa peruana, —luego de las elecciones— ha quedado oliendo a hedores ajenos a las rotativas. Banqueros e inversionistas están avisados: pueden ser dueños de mercados y manejar a los políticos a su antojo; pero no pueden comprarse al pueblo entero.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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