Puestos a juzgar a los responsables de las tragedias más notorias, el mundo contemporáneo tiene varios raseros; al marinero italiano Francesco Schettino, la justicia local lo ha puesto bajo arresto domiciliario no tanto por llevar su Titanic Costa Concordia a encallar fatal y vergonzosamente frente a la costa de la isla de Giglio (Italia), sinopor no haber estado a la altura de los capitanes románticos de las novelas del escritor italiano Edmundo de Amicis: http://es.wikipedia.org/wiki/Edmundo_de_Amicis , hombres honestos, íntegros, leales sabedores que ante la eventualidad del naufragio, el Código de Honor Naval los obligaba a ser los últimos en abandonar el barco y si esto no fuese posible, antes de que las aguas cubriesen la cubierta y los cordajes del mástil mayor, se sumergían en la gloria fondeándose junto a su nave.
Sin embargo a toda la legión de Capitanes, Capos y Capitostes del sistema capitalista, que han llevado sus gigantescos trasatlánticos/países a encallar en los mares del descalabro económico, no los ha afectado, ni siquiera un leve resfrío.
Distan en años y en moral a los ejecutivos financieros que en el crac del 29 redimían su negligencia y el ocaso de sus firmas, arrojándose al vacío desde los más empinados rascacielos de Nueva York.
Los de ahora han preferido el muy español proverbio que la vergüenza pasa, pero la peseta queda en casa; y, salvo el mundillo de los entendidos, el gran público mundial ignora sus nombres y señas; este anonimato les permite seguir flotando en sus yates salvavidas; no huyendo del naufragio sino circunnavegando las naves siniestradas: tienen el pálpito que no serán atraídos hacia el vértice del remolino que arrastra, hacia el fondo del mar, todos los objetos que rodean al navío que sucumbe. Además, su afán carroñero y la inmunidad política que gozan los lleva a depredar lo que aún queda de valor en el siniestro: cambian de yates/puestos para confundir a los equipos de rescate; ayer estaban como exitosos directores de la banca de inversión, (hoy quebrada), hoy mismo como directores de la política económica de los gobiernos y mañana, como directores de las compañías que ayer garantizaban que la banca de inversiones era invulnerable. Son una versión superada de “Juez y parte”; son el ladrón, el policía y el juez al mismo tiempo: todo un desafío a la teoría criminológica.
Al cuarto año del estallido de la crisis, nadie —que no sea un político taimado—, puede afirmar que ésta tiene una salida y que el sistema, incluso a muy largo plazo, tiene la posibilidad de revertir su falla estructural.
Los gurús económicos de ayer, hoy se hacen sombra solos; la colección de Nobels del billete —nobleza obliga— se han refugiado en la parsimonia y mutismo del perfil bajo; difuminándose en tertulias de expertos. Solos o juntos deambulan por las habitaciones del laberinto, subiendo hacia abajo, bajando hacia lo alto, con la retórica incólume y la ciencia confundida. Perfectos personajes del artista holandés Mauritus Escher, (cuyo grabado encabeza este blog), quien pasó a la posteridad vislumbrado el futuro actual, con su extravagante obra de escenarios imposibles pero matemáticamente reales en la geometría exacta del absurdo.
El tiempo pasa y las aguas apremian, pero no tanto porque en los trasatlánticos/países que se van a pique, el sistema de compartimientos estancos, (cajas de flotación aisladas unas de otras) permite que el hundimiento sea en cámara lenta. Por eso, los pasajeros de primera, (primer mundo), de los Titanics, aunque sienten que algo grave ha ocurrido con la nave, aún están con el champán en la mano, y los músicos (los medios de prensa) siguen la música de la partitura con absoluto dominio del ritmo de ayer. Entonces los afortunados pasajeros creen que el asunto no pasa de un mal Timonel, un desaprensivo y negligente capitán; entonces, cambiando a éste, la fiesta seguirá y, en el tiempo debido, la nave acodará en tierra firme. Hacen caso omiso de la desesperación de los pasajeros de segunda y los reportes de la tripulación de máquinas, que ya están con el agua en las rodillas, señalando a gritos que las calderas están inundadas.
Ya ocurrió en el Reino Unido, con reticencias, cambiaron el timonel laborista, por un joven y brioso capitán conservador. España, el país más moderno y liberal europeo hasta antes de la crisis, acaba de cambiar un capitán socialista por un viejo aspirante a timonel, cuajado en las cunas del franquismo, cuya primera decisión trascendental ha sido entregar el gobierno en manos de un oscuro funcionario del quebrado banco estadounidense Lehman Brothers. Francia, ahora se apura a “castigar” al pequeño y teatral Sarkosy, amenazando poner en su lugar a un socialista como Capitán de su nave. Italia cambia a su patético clawn Berlusconi, por un “técnico” del billete. Pero a pesar de estos cambios de ánimo coloidal (por poner en fino babas por mocos) el horizonte, en todos lados se ha vuelto noche.
Y en este deambular por el laberinto, todas las puertas se tocan, todos los timbres se pulsan, desde los más horrendos: “una inminente guerra nuclear”, hasta la más lógica y simple: decir la verdad a los mercados: “Sorry, loves, la deuda externa de todos los países del mundo es impagable; más vale salvar la vida de los ciudadanos del mundo que el capital de los inversionistas privados”.
Nada más cerca de la razón: en cada deuda que no se puede pagar, tanta responsabilidad tiene el deudor, como el propio prestamista.
Cuando uno pedía esto, —la condonación de la deuda externa, a finales de los 90—, no pasaba de ser un radical, y extremista perromuertero, desconectado, por anteojeras ideológicas, de la realidad económica mundial.
Ahora que leo, que esto mismo piden lúcidos pensadores estadounidenses, (ver FP: How to sabe the global economy: Write Off the World´s Debt) http://www.foreignpolicy.com/articles/2012/01/03/1_write_off_the_worlds_debt veo que uno no andaba en ese entonces, tan descaminado.