Las editoriales que se ocupan de la divulgación de la Historia, por razones didácticas y para comodidad de su lectoría, suelen arbitrariamente poner hitos para separar unos hechos históricos, —más o menos afines—, de otros distintos en su forma, naturaleza y tiempo. Así es que aparecen: la Edad de Piedra, la Edad de Bronce y edades de otros metales; a su modo, los historiadores se han puesto de acuerdo en asignar unos hechos hacia atrás de una línea imaginaria como prehistoria; y los que van delante, como historia. Y en esto de ponerles nombre a los sucesos históricos, los editores han apelado a todo: a la aritmética: La Edad media; a la pintura: la Edad Oscura; a la mística: la Era de la Iluminación. Y también ha habido politólogos metidos a historiadores, que ya cansados de la historia, cerraron el kiosko y declararon que la historia se había acabado. (Fukuyama http://es.wikipedia.org/wiki/Francis_Fukuyama).
De los varios eventos históricos programados para este año: En marzo, elecciones presidenciales en Rusia y parlamentarias en Irán; en abril y mayo, presidenciales en Francia; en julio: presidenciales y parlamentarias en México; en julio y agosto, los Juegos Olímpicos de Londres; en Octubre, elecciones presidenciales en Venezuela; y —por razones imperiales—, el evento mediático más importante del año: las elecciones presidenciales en los Estados Unidos en noviembre.
De todos estos eventos ya programados de antemano, quizá el más importante es el que no está planificado, pero que ya viene ocurriendo desde hace un tiempo. Me refiero al ataque —unilateral, (Israel) o bipartito, (USA-Israel)—, contra la República Islámica de Irán.
De momento, el conflicto es un entramado de tambores de guerra, junto a los pétalos de la margarita de la paz. No hay día que pase en que un tamborilero declare más que inminente la guerra en un par de meses —quizá menos— para que al día siguiente, el florista de turno ponga paños fríos sobre el tambor guerrero. Incluso, un mismo personaje hace las veces, ora de tamborilero, ora de florista. Tal es el caso del secretario de defensa de los Estados Unidos, Leon Panetta, —quien ante la eventualidad de que Irán esté fabricando una bomba atómica— dice un día que Israel, por su propia seguridad, atacará Irán, más o menos en Abril. Días después, el mismo Panetta declara tajante que Irán no está fabricando una bomba atómica.
En la galería de floristas y tamborileros, cada quien hace su lobby como puede; los encumbrados en cada tribu del poder mundial, —según la orilla hacia la que boguen—, muestran una preocupación tan aséptica en sus declaraciones como si el conflicto —de llegar a estallar— fuese meramente la continuación de esas guerras “remotas” que vienen ocurriendo ininterrumpidamente desde el fin de la segunda guerra mundial; digo, Corea, Vietnam, Bosnia, Irak, (1990), Afganistán, Irak, (2003), Libia, (2011). Conflictos que son la delicia de la industria bélica y del entramado de mercaderes e intermediarios que hacen de la guerra su agosto. Guerras donde nunca, las esquirlas llegarán a salpicar la pulcra estampa y acendrado status de los Decision makers. Digamos que ellos hacen la guerra y la paz con los medios que brinda la retórica y las ventanillas de cash, donde cobran lo que dicen y escriben.
Los que no están para esas escaramuzas dialécticas y mediáticas son las gentes de paz, los ciudadanos de carne y hueso, tanto de Israel como de Irán, que odian la guerra y están cansados de vivir con la consigna de que el mejor enemigo es el enemigo muerto. Nunca se sabe cuántos pacíficos hay en cada bando de una guerra; lo que sí se sabe es que donde estalla un conflicto, aparte de los muertos y heridos, se generan oleadas humanas de desplazados, seres que huyen silenciosamente de la violencia; que no quieren estar ni con dios ni con el diablo. Para éstos no hay intermediarios, ni estrategas, ni representantes que les hagan valer el simple derecho de vivir en paz.
Pero hay otros, los que trabajan en las sentinas y cloacas del poder; los que transitan los ductos subterráneos adonde los enemigos públicos de la superficie descienden para darse la mano y hacer tratos que jamás harían a descubierto; digo simplemente los servicios de inteligencia; éstos ya han empezado creando las condiciones para “justificar” la guerra. Para ellos no existen leyes que los limiten, son los James Bond de la oscuridad que operan “Con licencia para matar”, y lo hacen sin escrúpulos, cobrando víctimas en uno y otro lado por igual.
Lo más probable, sin embargo, es que nadie está en condiciones de saber cómo evolucionará el mundo si la temida guerra contra Irán se materializa. Si ésta será la cereza trágica en el postre de la crisis que terminará afectando más aún a Europa y los Estados Unidos.
Salvando las distancias en el tiempo podríamos estar ad portas de una crisis similar a la crisis de los misiles en Cuba, en octubre de 1962. Kennedy tuvo la audacia de ser paciente y al final los soviéticos retiraron su amenaza. Lo que es claro es que si se opta por la guerra, lo que viene es un viaje por el peor agujero negro.
Por el contrario, la esperanza de la paz, es el mejor legado de la caja de Pandora. Aún incluso si Irán llegase a fabricar una bomba atómica, no le iría tan mal a los Estados Unidos. El medio oriente podría alcanzar una suerte de balance estratégico, como el que tienen la India y Pakistán (ambos con armamento atómico). Si los enemigos enconados llegan a convencerse que uno no puede doblegar al otro, sin perecer en el intento. Podría ayudarle al imperio a minimizar la importancia estratégica de un aliado que la más de las veces tiene a la superpotencia, en calidad de incómodo rehén.