Sexagenario no es una persona a la cual el sexo se le ha ido fuera del calendario; tampoco es un fanático de la música de los 60s; sexagenarios somos todos y todas las que tenemos más de seis décadas habitando en este mundanal mundo con sus muy monumentales desafíos.
Hago este preludio sobre la edad provecta de quien esto escribe para explicar desde el punto de vista que dan los años, cómo el matrimonio entre la cosa abstracta de la política y la muy material cosa de un presidio, (cárcel) ha ido variando con el correr del tiempo.
Presos en un presidio los ha habido siempre: los de toda la vida: desdichados que dieron con sus huesos en la cárcel por una variopinta naturaleza de casos y causas: ignorancia, desacomedida audacia y desconocimiento de las maldades del código penal; pasiones que empujan armas y ciegan vidas; envidias y celos que maduran en la sombra y hasta la muy común esquizofrenia escapada del radar de la salud para caer atrapada en los grillos de la ley.
Uno proviene de una generación en que el vínculo entre política y cárcel daba prestigio y respeto. Todos tenían miedo a caer presos; pero una vez adentro el mito y la épica se daban de la mano. En mi juventud, por ejemplo, todos los representantes de los trabajadores de los bancos, de la región sur del Perú, con sede en Arequipa, cayeron presos además de ser despedidos de sus puestos de trabajo; y donde cité trabajadores bancarios, también digo mineros, obreros y docentes. Uno de ellos, de su estancia en prisión nos dejó unos versos que nos muestran la talla moral de aquellos: “De los presos, soy el último/ Dadme por descontado, en las filas del encanto.”
Casi medio siglo después los inquilinos de esa industria electoral en que se ha convertido la democracia, el vínculo entre política y cárcel ya no tiene nada de poético; en la fila de los presos, los actores políticos ya no son los últimos sino primerísimos; los presidentes presiden el presidio, auxiliados por un séquito de abogados, médicos y periodistas que les siguen haciendo la corte, aunque sea en la sombra y a la sombra de sus excelentísimas dignidades.
El Perú, en su desgracia, (tener como presidentes a una colección de cacos), ha hecho de la necesidad virtud y se ha convertido en ejemplo mundial; en España, —por ejemplo—, se preguntan: “¿cómo es que el Perú ha mandado a la cárcel nada menos que a cuatro presidentes?, y los españoles ni siquiera podemos sentar en el banquillo de los acusados por corrupción al hoy fugado ex Jefe de Estado español durante más de 40 años, el emérito rey Juan Carlos I?
Hace menos de un lustro, en una Convención Minera, los empresarios peruanos, tan emprendedores ellos, tan innovativos a flor de labios, anunciaban que el Perú estaba a un paso de llegar al primer mundo. Viéndolo bien y teniendo en cuenta los ejemplos que hemos dado al mundo, honestamente, hasta nos hemos pasado de esa meta.
Muy al contrario de lo que se piensa; que el Perú es el peor país del mundo y que sus políticos son lo máximo de lo peor; es muy probable que seamos el país donde más claramente se rebela lo que ocurre en todo el orbe; digo: la falsedad y perfidia de la democracia; la manipulación mediática; la proliferación del contenido tóxico de las redes sociales; y la inhumana dictadura del mercado “libre”.
En nuestra miseria —eso sí— nos sobra dramatismo; el puente sobre el abismo social se cruza andando desde lo trágico hasta la patética comedia.
Nuestros actores/presidentes pueden pasar —en menos de un lustro—, de candidatos al Senado japonés a reo presidencial en Perú, (Fujimori).
En Perú, se puede ser la mítica reencarnación del Inca Pachacuti; se puede llevar wincha Maskaipacha de combate electoral en la cabeza: tener whisky azul en el guargüero; y después de ganar unas elecciones presidenciales, jurar la presidencia de la Nación ante el Congreso peruano, trajeado con terno azul, camisa y corbata celeste y bien ceñida al pecho, la bicolor banda presidencial; y después de dos lustros terminar declarando ante un juez estadounidense, como un vulgar recluso, trajeado con el mameluco rojo (color asignado a los delincuentes de máxima peligrosidad) en un juzgado en San Francisco, California, (Toledo).
En Perú se puede ser dos veces Presidente de la Nación, y en menos de dos lustros acabar empujado a elegir entre dos opciones: la vergüenza judicial de verse detrás de los barrotes de la cárcel; o dar un paso al más allá, descerrajándose la cabeza con un certero disparo en la sien, (García).
En Perú, se puede ser un experto internacional de la deuda externa del tercer mundo; se puede tener un “banquito de inversiones” de los papeles de esa misma deuda; se puede ser ministro de economía del Perú; se puede haber sido yerno de un director de la CIA y ganar la presidencia del Perú con ayuda de la DEA; y por no saber en qué hora era funcionario público y a qué hora consultor privado, pagado por empresas que negocian contratos con el Estado peruano; y por no percatarse de ese pequeño detalle de la hora, en menos de tres años de gobierno se puede perder la presidencia del país y ganarse un bonito arresto domiciliario que, quien sabe, si durará lo que le quede de vida, (Kuczynski).
En Perú se puede fingir ser chavista, ganar una elección presidencial, (Humala), y medio año después entregar el país a la plutocracia de siempre; y a poco de terminar su mandato acabar como compañero de reclusión con otro ex presidente del Perú.
Y por esas bondades que tiene la justicia que por poco no convierte el cohecho en todo un derecho de cualquier funcionario público; que muta el debido proceso —mediante la elusión y dilación judicial— en un querido proceso de quienes pueden costearse un oneroso litigio judicial, hasta que se extinga el período de juzgamiento y le sobrevenga la ansiada prescripción; entonces es posible que el sistema jurídico peruano permita que dos reos, presidencial uno, (Humala), e hija de un presidente reo la otra, (Keiko ) mientras esperan sentencia, vayan matando el aburrimiento carcelario con la libertad necesaria para participar como candidatos en la futura elección presidencial.
Y ya, en horario menos estelar, podemos encontrar a otro ex presidente peruano, (Vizcarra) haciendo también calistenia electoral, para acabar más tarde o más temprano haciendo calistenia en el patio del Penal presidencial.
Habiéndose comprobado, con la irrebatible contundencia de los hechos, que la jefatura del Estado peruano es el sillón/mar donde los señoríos/presidentes van derechos a se acabar, que es el morir de su ambicioso viaje, lo que sorprende es que haya tantos aspirantes (18 candidatos presidenciales para las próximas elecciones de este 11 de abril); o sea, candidatos a seguir ese siniestro hado.
Es todavía un enigma si detrás de esa pulsión carcelaria hay solo el afán de hacerse de unos cuantos millones de dólares, o el descubrimiento de que la mejor forma de luchar contra la corrupción es entregarse a ella y, —en último término— legalizarla, como si fuera igual que legalizar la marihuana.
Mal haríamos los peruanos en creer que el azote de la corrupción se ha ensañado únicamente con nosotros. Nuestra podredumbre es solo uno de los tantos ríos del mundo que van a dar al mar de la corrupción global. Que ésta es como el internet, que está en todas partes, y cuyos nódulos se asientan en todos los paraísos fiscales y financieros del mundo que, —como todo el mundo lo sabe— son perfectamente legales; y —como muchos no lo saben; o bien, no quieren darse por enterados— son perfectamente corruptos; y podridos hasta el tuétano.
Excelente disertación! Felicitaciones!
Excelente descripción del último par de cuarenta años de Perú.
Bien detallada la descripción y abundante nube gris en el horizonte.
Un abrazo mí querido Janito
Como siempre acertadas opiniones y prosa magnífica y entretenida. Es el tipo de artículo q enriquece y lleva a reflexionar.
Gracias Jano querido….
Querido Jano, un comentario muy detallado y preciso, que no necesita quizás adjuntar algún otro tipo de comentario… Como vez, la cantidad de candidatos y la calidad sobre todo, es algo increíble.. Hemos llegado a un punto tal que en el Perú, cualquiera puede ser candidato, ahí no importan los estudios sino la maña para gobernar, ahí no importa el amor al Perú, sino al dinero que tendrán luego estando en el poder y mismo aún después con el gran sueldo a vida, ganados por no hacer nada bueno por el país… Lamentablemente quizá solo sea una visión desde el exterior ya que los que viven en el País pareciera que no se den cuenta o se hayan conformado con estos problemas a los cuales nadie da solución alguna…
Más de lo mismo, donde está la novedad?
Comentarios de ese orden, sólo estupidizan al común de las gentes.
Terrible! … o ese es tu objetivo
Consejo:
Si formas parte del problema también debes formar parte de la solución.
Estimado lector:
No le falta razón; todo es más de lo mismo. Reconozco que no tengo la «solución» a los problemas del Perú que no creo que sean muy distintos a los demás países del continente. El Perú no es una empresa a la que le falte un buen ideario y una excelente administración; el Perú ni el mundo son un librito de Baldor, con problemas y soluciones.
Hace poco, los jóvenes, al sentir los primeros vientos de la épica proclamaban: «Se han metido con la generación equivocada». A mi juicio, un craso error; las generaciones pasadas somos las generaciones equivocadas. Confiemos que ellos rompan la maldición; y si las nuevas generaciones me permitieran un consejo —aparte de pedirles perdón por el país que les hemos dejado— sería: «Eviten creer en aquellos que aseveran tener la solución a los problemas del Perú». Los patios de la historia del Perú están empedrados con esas piedras y con esas gentes.