Yo no había leído todavía “La Tempestad”, cuando W. Shakespeare, hizo saltar de un navío incendiándose, al hijo de un rey, al desesperado grito: “¡El infierno está vacío, y todos los demonios están aquí!”.
Desde mi infancia, ya sabía de esas ocurrencias; digo, cuando el infierno queda desocupado. En mi Puno natal, ocurría todos los años. Siempre en febrero, un lejano clamor de bombos y un preludio de zampoñas que cada vez se hacía más intenso, anunciaba la llegada del Diablo Caporal Mayor y su conjunto de diablos menores; habían salido del Infierno y se acercaban al centro de la ciudad, danzando enmascarados con gestos amenazantes; entremezclados con ellos iban danzando otros enmascarados cuyas caretas y disfraces de faunos y animales confirmaban que el infierno, con todas sus huestes estaba presente en romería infernal por las principales calles de la ciudad. Allí danzaban, en plena libertad los osos marrones y negros; También, al son de la música bailaban los negros cimarrones con bemba colorada; los lascivos faunos colorados con cachos encima de las orejas.
Completaban el elenco un andrógino ángel Gabriel con pollera ajustada a la cintura, yelmo de conquistador en la cabeza, que blandía su espada en la mano; y también concurría la famosa China Diabla, un trans de desmesurados pechos, con voluminosa pollera y de cuyas orejas brotaba fuego y de cuyas sienes afloraban pequeños cachos.
Los enmascarados, con risotadas y gruñidos corrían amenazantes de una acera a la otra, asustando y empujando a un lado a la muchedumbre, blandiendo culebras, trinches y otros artilugios maléficos.
Los niños y niñas nos agolpábamos en las aceras de las calles para ver el infernal desfile. No era uno cualquiera, era una fiesta de miedo, curiosidad y algarabía.
Al final del cortejo y detrás de los músicos Sikuris y para gracia y jolgorio del populacho, no faltaba nunca un borrachito; digamos un espontáneo diablo de civil, (sin disfraz) probablemente era un empleado del muelle, o de alguna dependencia pública, al que el estruendo de la música lo había encontrado de amanecida en alguna cantina cercana y allí estaba él, con el saco del uniforme muy ajado y sudoroso; y con el nudo de la corbata pendiéndole cerca del tercer botón de la camisa. Allí estaba él, bailando y gozando como el que más; zangoloteándose; creyendo que tenía un ritmo endemoniado, mientras quimbeaba desafiando, con ayuda del alcohol, las leyes del equilibrio físico.
En las zonas andinas del sur del Perú se suele llamar Mamita a la Virgen, Madre de Jesucristo, (eso dicen los curas), pero los indios Orejanos (indios libres del yugo gamonal), decían que la Mamita, no era otra cosa que la todo poderosa Mama-Pacha de siempre. Y siempre en febrero, los católicos siguen celebrando en Puno a la Virgen de la Candelaria; dicen ellos que la Mamita amansa a los demonios y que el baile de todos estos malignos sólo es un acto de sumisión infernal a los designios de la madre de Dios.
Una definición difícil de explicar y más aún de entender. Personalmente creo que es una licencia del celo censor religioso, porque no me imagino que los guardianes de la fe que antaño alertaban a las mujeres no tocarse esa parte de su abajo, (el clítoris) porque esa parte, era exactamente la aldaba/timbre de la puerta de la casa del diablo. Y, entonces no me imagino cómo es que esos mismos guardianes de la fe permitiesen que los demonios dancen con todos sus artilugios de la tentación en las propias narices del máximo ejemplo de virtud, inocencia, pureza y abnegación que hay en este valle de lágrimas.
Pero sería injusto sólo reparar en el simbolismo religioso de este evento cultural; por ejemplo el diablo no sería el Diablo si no estuviera ataviado con un primoroso traje de luces; si detrás de sus anchas y largas capas, capotes y hombreras no estuviera el laborioso trabajo de costureo, del fino entrelazar de lentejuelas, de bordado y engarzado de pedrería multicolor sobre paños rojos, azules o negros.
Si detrás de cada careta no estuviera un artesano escultor y pintor con tanta imaginación como Dalí. Que sería de estos diablos si sus culebras de la Tentación y sus trinches para capturar almas no estuviesen tan perfectamente acabados y realistas.
Ahora bien, se preguntará el lector: ¿En qué momento se resbala este simbolismo religioso-folclórico para encajar dentro del asunto electoral contemporáneo?
Probablemente sea un asunto de cómo los años han hecho más permisiva a la ética social; y cómo el dinero ha hecho más porosa a la justicia.
Hace unas tres décadas cualquier candidato de cualquier democracia electoral en el mundo tenía que tener dos cosas irremplazables: partido y prestigio personal.
Ahora ya no. Cualquier millonario se puede comprar un partido, (Trump), o el conglomerado de industrias legales o ilegales del Perú puede financiar a fondo perdido y simultáneamente a varias comparsas electorales.
Y ya, puesto que los candidatos la única careta que llevan es su propia cara y ya que no están desnudos y bailan al ritmo de sus conocidas famas, sería injusto no apreciar sus diferentes trajes de luces, mayormente elaborados en los talleres del Poder Judicial: a unos los adorna sus estancias en la cárcel ribeteados con permisos de salida para candidatear; en casi todos no puede faltar en sus capas y capotes, el engarzado de folios de expedientes judiciales con diferente color de pedrería: oscuros homicidios o bien sobreseídos o pendientes de juicio; lentejuelas que finamente unen en un solo hilo, la pura violación con el acoso sexual a secas. Sus brillantes paños llevan una cuantiosa urdimbre de felonías, peculados, cohechos, abusos de autoridad; violencia de género y familiar, abandono de hogar, demandas de filiación y juicios de alimentos. No faltan las hebras de la evasión tributaria, la falsificación de firmas y documentos; y, finalmente, fraude por aquí y fraude por allá.
Y como en la diablada de mi infancia, al final del cortejo, aparece también el espontáneo: un cuasi octogenario ebrio de vanidad; hoy bailarín electoral y muy ayer promotor del capitalismo popular que no ha funcionado en ninguna parte del mundo; y allí va él, zangoloteándose como los demás; quimbeando al son de las encuestas y esperando con fruición que la larga rivalidad que tiene con un paisano suyo, se resuelva en su favor, consiguiendo lo que el Nobel de Literatura arequipeño nunca pudo conseguir: Ser Presidente del Perú.
Aún faltan días, sino horas, para que el conjunto de diablos cuelguen finalmente las culebras de las promesas imposibles y hagan a un lado el trinche de la vacuna con el que prometían capturar los votos necesarios.
No es ciertamente la fiesta de la Candelaria, pero sí hay mucha candela en esta hoguera de vanidades donde por igual se van a quemar los diablos candidatos y la Pacha-Mamita de la soberanía popular de los intonsos.
Querido Jano:
Antes que nadadisculpa que recién me comunique contigo.
He leído con deleite tu artículo. La cita a Shakespeare me recordó deinmediato una obra poco difundida de la picaresca española: “El Diablo andasuelto: verdades de la otra Vida contadas en esta” de Francisco Santos,contemporáneo de Cervantes; y luego en tus recuerdos de infancia, describes enextraordinario y colorido desfile de metáforas, el despliegue de nuestra humanamiseria.
Es cierto, La Diablada rompe con estrépito los goznes del retablo andino ysalen en tropel y ostentosa y descarada barraganía las taras de un frustradoideal de sincretismo. La espontánea frescura y realismo de tu relato me atrapóal punto de experimentar un flash back de cuando el año 1971 durante una visitacon Doris a Puno para conocer las haciendas que su familia había perdido por laReforma Agraria, participé – y hasta con máscara- de ese alucinante Auto de Fe.En una de las comparsas que anacrónicamente se llamaba la “Kullawada Hippie “,los danzantes enarbolaban un estandarte de seda con ribetes de flecos doradosen cuyo centro destacaba el rostro de Joan Manuel Serrat, nada menos. ¿Quécurioso no?
Adicionalmente tus referencias a los candidatos en el espejo de lasanalogías es magistral y certero, y laboca abierta de nuestro actual estupor, después de los comicios, es un círculovicioso que al cerrarse une al miedo con la angustia y ya no con la esperanzade otras elecciones. Es como dices, el dinero ha infestado ética y justicia.
Aún bajo el influjo mágico de tu relato, he visto por televisión, cómo enun ritual propiciatorio de pago a la Pachamama, Verónica cayó de bruces,¿mensaje de los apus? Sí; pero no el único. Ese mismo día se desató en Puno unaferoz tempestad y Lescano tampoco recibió el favor divino. El elegido, fue elhumilde Pedrito Castillo, ¡qué te parece¡…entre tanto, la China Diabla y elborrachito octogenario están conspirando arreglos infames, y el Torquemadaeunuco, ofrece sacrificios en el templo de Escrivá de Baal -aguer.
Espero pronto hablar contigo. Un fuerte abrazo.
Toño