Quieren un pongo en palacio

 

 

 

 

 

Los pongos y la Reforma Agraria

En una teoría muy teórica, los Pongos debieron de haber desaparecido de la historia del Perú, en 1969 con el decreto que dio por instaurada la Reforma Agraria en el país, bajo el mando del General Juan Velasco Alvarado. Y bajo una fotografía donde quedaron retratados unos ilustres comensales reunidos alrededor de una opípara mesa.

Disfrutando de la mesa estaban entonces, —como podrían estar ahora—, miembros retirados de las fuerzas armadas, tinterillos, empresarios, periodistas; apristas y políticos de coyuntura y otros intrigantes de última hora que —como ahora también— con el curso de los días no pasaron ni pasarán a la historia sino al más irrelevante de los olvidos.

Al pie de la foto, creo recordar que rezaba algo así: “Campesino, el patrón nunca más comerá de tu pobreza”.

De pongos, indios y hacendados

Quienes ahora están en sus veintes y habitan, en parte, el mundo virtual de los smartphones, probablemente crean que Pongo es un aplicativo, una app que hace algo. Bueno, muy descaminados no están; en efecto, hace tan solo medio siglo, el pongo era un indio muy aplicado a la voluntad del gamonal; o sea, del latifundista; es decir del dueño de enormes extensiones de tierras, tan grandes que en algunos casos abarcaban, casi provincias enteras de los diversos departamentos del Perú.

Esta desigual distribución de la tierra, origen de incontables rebeliones a lo largo y ancho del continente, tuvo su clímax histórico en la revolución mexicana de 1910 y la propia revolución cubana de 1959.

Salvo algunos temblores sociales en las serranías del país, el Perú hasta 1969, era un magnífico club que domiciliaba en Lima. Palabras como gamonal, latifundio, latifundista, campesino y otras como cooperativas, sólo tomaron valor de uso en el habla popular, luego de la Reforma Agraria.

Hasta ese entonces entre los peruanos de bien tenían una connotación idílica, palabras como Hacienda, Hacendado e indios. En las haciendas mandaba el hacendado y así como la tierra daba frutos, también la tierra daba indios para el servicio de su patrón, el Hacendado.

Pero volviendo al Pongo de esos tiempos, éste no era un indio cualquiera sino uno especial, el más leal entre los indios leales y por ello gozaba de la preferencia del patrón que hasta pudo haberle tenido un sincero afecto; quizás hasta recíproco, siempre y cuando cada parte aceptase con naturalidad el lugar en que el Taita Dios puso a uno y otro sobre esta tierra.

No hubo, pues, señores feudales ni siervos en nuestra América. Nuestro feudalismo fue uno de terratenientes, propietarios de tierras y casi dueños de indios, sirviéndoles en variadas formas de servidumbre rayanas con la esclavitud.

El mestizaje y los “legítimos dueños del país”

En medio siglo, y como ha ocurrido en todo el mundo, el país ha cambiado; sus instituciones aún retienen muchas taras del Perú de los hacendados; pero se han modernizado; pero el más importante cambio que ha experimentado el país ha ocurrido en el ámbito racial; del antiguo país de criollos e indios, hemos pasado a ser un país intensamente mestizo; somos quizás ahora más un país con blancos aindiados y todas las demás variantes del acholamiento nacional.

Aunque algunos hacendados se reciclaron exitosamente en la banca y la industria, el vínculo de propiedad feudal de la tierra agraria se rompió para siempre.

Pero hay otro vínculo que aún subsiste y es de orden sentimental que los frustrados herederos de aquel remoto Perú agrario no han sabido digerir emocionalmente; y así van transmitiendo esta tara a sus vástagos, ya por dos generaciones, y es que, —según ellos—, el Estado les robó “lo que era suyo”; y como consecuencia natural de esta creencia, se sienten “Los legítimos dueños del Perú”.

Este sentimiento patrimonial alcanzó rango de institucionalidad, cuando en 1980, Fernando Belaúnde, inició su segundo gobierno proclamando a los cuatro vientos que, “se devolvían los medios de comunicación a sus legítimos dueños”. Hasta ahí llegó la plena restauración oligárquica; no les pudo devolver sus tierras; pero, a cambio, les entregó la facultad de reescribir la historia en los periódicos; de contarnos cómo se tiene que oír el presente en sus antenas radiales, y de imaginarnos como será el futuro vía sus antenas de televisión.

Y así hemos llegado hasta aquí y ahora. Con un país que ocurre en los medios y otro que discurre en la realidad.

Derrota electoral y Fraude

Después del último domingo 6 de junio, la vida para los descendientes del viejo país agrario, se les ha complicado terriblemente. Ese tal Pedro Castillo no tenía por qué haber ganado una elección. Algo ha fallado. Castillo es un error del sistema democrático, porque nosotros somos los legítimos dueños de la Demokracia. ¿Qué sistema de filtros tan malos ha permitido que un indio llegue hasta donde ha llegado? Le preguntan a Dios: “Dios mío, ¿qué ha pasado?”; y dios no responde. La propia OEA, entidad internacional especializad en boicotear victorias de la izquierda, les da la espalda. La Unión Europea, que pedía a los venezolanos no participar en sus propias elecciones, también les da la espalda; los Estados Unidos, nones; no van con ellos. Países, con intereses mineros en Perú, como Canadá y Reino Unido dan por limpias las elecciones pasadas.

Parece que los medios de comunicación peruanos han sido hackeados perversamente, que no tienen internet. Toda la prensa mundial, da por ganador de la contienda electoral al maestro rural Pedro Castillo; y la noticia no puede llegar a Lima que era el Perú, ni puede llegar al Jirón de la Unión que era el Palais Concert, ni puede llegar a aquellos que eran los señoritos, los legítimos dueños del Perú, que andaban  echando prosa y versos como quien andaba derramando lisuras del puente hasta su vistosa alameda.

La derrota electoral les ha parido un vástago, al que con oscuras ceremonias lo han bautizado con el nombre de Fraude.

Los lúcidos

Los más lúcidos no lo quieren reconocer. Qué vergüenza. ¿Cómo vamos a creer que un indio ignorante, a quien durante toda la campaña hemos retratado como incapaz, inútil, improvisado, nada preparado, podría tener tan alto nivel de siniestra preparación; y refinamiento tan perverso como para perpetrar un fraude colosal a los propios dueños y maestros inventores de la trampa y el engaño nacional?, ¿cómo aceptar que un indio nos haya hecho el cholito? No pues, aunque no nos guste, ganó y solo queda ser caballeros. A apechugar.

Los taimados

Un segundo grupo, de los perdedores, lo que tienen de caballeros, también lo tienen de taimados y les ha venido como un flashback, la imagen del Pongo en la Hacienda; probablemente un gen inercial de los abuelos, escondido en su ADN, y le han visto la cara al tal Castillo, así, al natural, hasta parece tierno el indio. Entonces se les ha ocurrido que lo pueden dejar en palacio, en calidad de Pongo, que ellos se encargan del resto. Eso sí, tiene que pelearse con el tal Vladimir Cerrón, porque a ellos no les gusta ese Vladimir porque es un cholo igualado ya que al igual que todos ellos, lo persiguen los juicios por corrupción.

Los sediciosos

El tercer grupo de los perdedores es más complejo y variopinto. Tiene como aglutinante a los remanentes de la corrupción en todos los ámbitos de la vida social del país. Allí tenemos en la base piramidal, a un grueso contingente del lumpen naranja con destacamentos callejeros y los respectivos destacamentos de troles en las redes sociales. Sobre ellos se ubican los desadaptados sociales de cámara y micrófono televisivo, amparados con la impunidad que les brindan radios y canales con licencia para la infamia, la diatriba, calumnia y falsa información sin límites.

En un escalón superior, simulando una letal fuerza institucional en la sombra, aparece un contingente de militares y policías retirados tanto de los cuarteles como del conocimiento de la geopolítica mundial contemporánea; pero muy activos en quien sabe que negocios, vínculos e intrigas; Y que por esta frenética ocupación empresarial, se les ha perdido en alguna parte, el “Manual para dar golpes militares en América Latina”, especialmente el capítulo 1: “Primero, coordinar con el Imperio.

De momento, al hacer oídos sordos el imperio, han encargado las coordinaciones a una pléyade de pongos judiciales, que reptan tanto fuera como dentro de todos los entresijos de la vida jurídica nacional.

Los acompañan empresarios que llevan a cuestas diversos y millonarios calvarios judiciales con horizonte carcelario; junto a ellos, hermanados y abrazados concurren también los muertos vivientes de la política nacional, que en estas horas de pus y estertor asoman sus cadáveres entre las sombras y luces de los detritus noticiosos.

A todos los anteriormente nombrados los une entre otras cosas, el odio cerril a Vladimir Cerrón; pues ellos, puestos a elegir, prefieren y le tienen mucha más querencia a otro Vladimir, Vladimiro Montesinos.

Y coronando esta pirámide tenemos a un Nobel en franco delirio y decadencia, pretendiendo en erigirse como Comandante en Jefe de una segunda versión contrainsurgente continental, como aquella que operaba en los 80s; digamos un Los nuevos Contras hispano-americanos del siglo XXI, planteando fiera batalla contra el avance de los mestizos y desheredados de estas tierras.

Todos los integrantes de la pirámide descrita anteriormente son los padres putativos del retoño Fraude, Todos lo reconocen como legítimo hijo suyo y, por lo tanto, lo hacen merecedor de cuantas acciones legales e ilegales le sean pertinentes.

Como es natural y aconsejable, a estos compatriotas hay que darles la razón. Toda la razón en plenitud; la misma razón compasiva que se otorga a los orates.

La emergencia sanitaria mental

Lo cual debe llevar al próximo gobierno a asumir un reto tan colosal como el que plantea la propia pandemia. Más que una lluvia de inversiones, lo que el país realmente necesita con urgencia, es una lluvia de terapias cognitivas de comportamiento.

Al mismo tiempo que se multipliquen los puestos de trabajo, hay que multiplicar los centros de atención psicológica.

No se puede luchar contra la corrupción únicamente con el concurso de jueces, fiscales y policías, cuando la corrupción tiene todos los visos de ser una enfermedad mental con ribetes de epidemia nacional. una enfermedad mental que precisa atención psiquiátrica urgente y masiva.

Y en el caso del delirante Nobel que pide una Junta Militar para que se cumplan sus afiebrados caprichos; el país, en gesto compasivo y en compensación por los lauros obtenidos para la cultura y la vida académica nacional, está, —por lo menos—, en la obligación moral de ofrecerle una Junta Psiquiátrica para aliviar el mal que le aqueja a su tintero, donde a los elevados y descontrolados niveles de fascismo en la tinta, se le han juntado la incontinente baba racista que exhala su pluma, precipitando las patologías morales que afectan gravemente, la salud general de su prestigio.

Este Post fue publicado el  26/06/2021

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