Washington G-20: Cumbre de labia.

 

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del ocaso del capitalismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en Santa Cruzada para condenar a este fantasma: el Arzobispo de la Iglesia Anglicana, Dr John Sentamu, —al enterarse que la iglesia había perdido una fortuna—,  no tuvo reparo en llamar rateros a los banqueros que gestionaban su cartera bursátil; por su parte, el papa Benedicto XVI,  más filosófico, espetó: “Los bancos caen, solo la palabra de Dios es estable”.  

El histriónico presidente francés Nicolás Sarkosy descubrió súbitamente el origen de la agonía en los paraísos fiscales y la especulación financiera. El primer ministro británico, Gordon Brown, quien hace apenas un año felicitaba a los banqueros londinenses por haber sentado las bases de un nuevo orden económico mundial, cuya recordación histórica tendría más relevancia que la propia revolución industrial, les ha pedido ahora, a los mismos felicitados de ayer: “¡limpien la porquería que han hecho!”

¿Quiénes, —en estos turbulentos tiempos que vivimos—, no han tenido la tentación extremista de compartir,  junto con Hugo Chávez, Evo Morales y el iraní Ahmadinejad,  infundios anticapitalistas?; ¿o más serenos, —como Vargas Llosa—, echar la culpa del colapso de todo el sistema financiero solamente a un puñado de inescrupulosos banqueros?

Como todos estos hechos y las importantísimas opiniones propaladas podrían hacer pensar a los aldeanos globales que el  capitalismo ya está agonizando, capitalistas de diversas partes del mundo se han reunido el fin de semana pasado en Washington, con el fin de refundar el capitalismo vía la redacción de un manifiesto que ha sido elaborado en dos fases: la primera—antes de la cita y de las fotos— consistía en lluvia de deseos: los británicos querían que el documento salga en unos 100 días; los franceses, que más rápido; italianos y brasileros, que se lo iban a pensar; los hindúes, que lo iban a meditar; los mexicanos, pos mano, que estaban  encantados de estar allí; los chinos, que los demás vayan avanzando en el texto; los sauditas,  que estaban de acuerdo, pero que no les desacomoden los turbantes; los españoles, pues, hombre, que casi no los dejan entrar, pero España quería dejar allí por lo menos su voz. Además Zapatero y Bush, por cuerdas separadas y sin haberse consultado, ya venían haciendo el bien, sin mirar ni decir a quien. Vale decir que entregan dinero público a sólidas instituciones bancarias privadas, pero sin nombrarlas porque la sola revelación de los beneficiarios de la caridad pública, les haría perder su bien lograda reputación.

La segunda fase del manifiesto ha sido la mejor: el cadáver político de George Bush impartió cena para todos, y al día siguiente todos estuvieron de acuerdo en que tenían que ponerse de acuerdo. La cosa acabó magistralmente con un sobrio llamamiento: “¡Banqueros y financistas de todo el mundo, uníos!”, seguido de tres “¡Que viva el mercado libre!”, y algunas hurras adicionales.

Ya bajando de la cumbre los políticos ratificaron: “Ha sido todo un éxito”; los economistas acotaron: “Nunca antes los países emergentes han tenido tanto que decir”, y la  prensa fue aún más dramática y  rotunda: “El planeta completo contuvo la respiración ante la cumbre económica más esperada por décadas.”

Por lo sucedido en la cumbre y conociendo la extrema facultad que tienen los capitalistas para competir entre ellos, ya no cabe ninguna duda que ¡El capitalismo unido, jamás será vencido!

Publicado originalmente en La República.pe

 

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