China: la otra muralla

Los ilustradores de enciclopedias de principios del siglo XX —a falta de una atalaya lunar desde donde poder observar las maravillas de la tierra— construyeron en sus grabados una vía férrea que unía el planeta con el satélite; calcularon el viaje, sin escalas, en dos años; al cabo de los cuales, una de las primeras recompensas era observar en toda su plenitud la gran muralla china. La imaginaron tan extensa que sólo creían que podía verse desde una distancia sideral.

Hoy día, la gran muralla china, es un lugar común y destino turístico de millones de visitantes; ha sido fotografiada y filmada desde todos los ángulos posibles y ya no es necesario imaginarse estar en la Luna para hacerse una idea de su extensión. Es lo que más se conoce de los vestigios arquitectónicos chinos, la vasta obra de ingeniería civil que utilizaron para protegerse de los bárbaros extranjeros, manchúes y mongoles que pretendían alterar con el caos su secular orden dinástico.

Aunque dicho sea de paso, lo de los barbáricos invasores puede ser solo media verdad, puesto que éstos eran nómadas y lo suyo era entrar a saco: robar, arrasar y luego fugar; no era su pretensión establecerse en territorio ajeno; pero allí estaban los chinos, esperando amurallados; utilizando la muralla como defensa y al mismo tiempo como biombo para ocultar sus propias flaquezas. Y como son una cultura milenaria han tenido la paciencia suficiente para esperar que las cosas se transformen en su contrario: la diáspora china hoy alcanza a todo el mundo y su producción fabril ha invadido todos los mercados del orbe. Y aunque en teoría, recíprocamente, China está al alcance del mundo y acaba de celebrar el año pasado los Juegos Olímpicos, lo cierto es que la China sigue siendo tan hermética y misteriosa como siempre.

De China se sabe lo que el Partido Comunista Chino quiere que se sepa: que crece económicamente como un monstruo y que le sobran fondos para gastar en el extranjero. Tanto es su peculio, que los gobernantes del mundo hacen cola y el ridículo pasando el sombrero delante de los burócratas del PC chino. Nadie quiere enemistarse con ellos; bien los abrazan y besan chinescamente (como el Presidente de turno del Perú), bien una ex Primera Dama estadounidense les ruega que no dejen de comprar óbolos de caridad americanos; digo los bonos del tesoro estadounidense; o bien los sudafricanos se olvidan de una vieja amistad de los tiempos del Apartheid y le cierran las puertas al Dalai Lama, negándole la visa en Johannesburgo, para no enojar al principal socio comercial y no quedar apestados como Sarkozy, quien por ganar titulares se acercó al líder espiritual del Tíbet, granjeándose así la frialdad de Pekín.

Están tan forrados y empoderados los capitostes chinos, que 18 países miembros del G-20 temen que la próxima cumbre de Londres termine en un reducido G-2: Obama y Hu Jintao; el primero pidiendo alivio y el segundo pensando cuándo y cómo darlo. Los sinófilos se apuntan en la tesis de que una de las inmediatas conclusiones de esta crisis es que la unipolaridad mundial, —muy en boga durante Bush— ha dado paso a una bipolaridad transitoria USA-China,  de la cual emergerá dominante China. Los sinófobos, (donde se apuntan los neocons), del odiado quieren hacer virtud y lograr que el dinero chino sea la locomotora que encarrile nuevamente los vagones varados de la economía capitalista.

En menos de un trimestre los buscadores de la solución mágica al desvarío financiero mundial han cambiado de esperanza; del abracadabra que iba a hacer Obama conjurando el ocaso del sistema (“La receta de Obama es el camino directo al infierno”, acaba de sentenciar el Presidente de la Unión Europea, sumándose  a las críticas de los Nobel de economía) al “que los chinos pongan su plata” de estos días. En ambos extremos lo que está en juego es la supervivencia del orden económico mundial. Y a esto quería llegar: ¿Cuántos quieren realmente que tal “orden” se recupere?. Por mi parte, no me cuento entre los que aspiran a la “recuperación” de tamaño mamotreto. Porque una cosa es que uno no quiera que los trabajadores pierdan su empleo y los desempleados la esperanza a tener uno; y otra cosa muy distinta querer que el futuro de la gente (trabajos y derechos) se jueguen en las manos de unos apostadores; y que los destinos productivos de la humanidad los conduzcan unos personajes que en su estado actual de decadencia moral y social son incapaces de distinguir entre la creatividad empresarial y el fraude puro y duro; que no encuentran fronteras ni distinción semántica entre lucro y hurto. Y que son capaces de hacerle mimos a su perrito faldero, para luego irse a dormir soñando con los angelitos, después de haber mandado bombardear a los novios y todos los invitados de una boda en algún país remoto.

Uno también tiene esperanzas en China, pero por razones distintas. De China se sabe lo que el PC chino quiere que se sepa: esa es la otra muralla china. ¿Qué oculta el biombo del partido comunista?, ¿puede sobrevivir la capacidad industrial china sin los mercados allende sus fronteras? Nadie las ha visto o filmado, pero se sospecha que en pleno apogeo capitalista chino hubo decenas de miles de protestas; ¿las habrá ahora multiplicadas exponencialmente por la crisis? ¿se multiplicarán los despedidos (hace poco fueron 20 millones), también exponencialmente?. Última pregunta: Un ilustrador de enciclopedias del principios del siglo XX, ¿cómo dibujaría/imaginaría hoy la otra muralla china?

Me resisto a creer que millones y millones de desempleados chinos retomen el budismo militante, y que renuncien a ser consumidores porque el simple deseo de consumir trae aparejado ya el sufrimiento. Me resisto a creer que mediten sentados, sobre el sosiego que provee la nada; y, tranquilamente, dejen indemne a la dinastía del Partido Comunista, beneficiaria hasta el exceso del sacrificio del pueblo chino.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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