Ya quisiera uno tener esos telescopios infrarrojos capaces de ver no sólo a la distancia y en la oscuridad sino atisbar luz donde no la hay; me refiero, entre otros optimistas radicales, al presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet quien, seguramente usando uno de estos dispositivos fantásticos, vislumbra: “Nos estamos acercando al final de la crisis” (un visión que va a contrapelo de la percepción pesimistamente generalizada de los ministros de economía europeos, quienes no encuentran aún tintura añil suficiente para revertir el malogrado rojo de sus balances).
Mejor telescopio aún, debe tener el gobernador del Banco Central Chino, Zhou Xiaochuan, quien con esos atributos que solo tienen los que se contemplan largamente junto al espejo, afirma: “Es evidente que las medidas que hemos adoptado ya han empezado a dar resultados; los indicadores económicos no solo se estabilizan sino que avanzan en franca recuperación”; afirma, incluso: “hay un ligero repunte de las exportaciones y expansión de la demanda interna”. El mismo día, la prensa especializada en asuntos financieros de Asia confirma la grave caída de las exportaciones chinas y señala con escepticismo que un hipotético incremento del consumo chino pueda revertir la recesión mundial, además —concluye tajante—: “los chinos solo saben producir, no consumir; su consumo es prácticamente nulo”.
Es evidente que quienes ocupan puestos de responsabilidad política no sólo tienen el derecho, —común a todo ciudadano—, de tener una opinión y expresarla. En su caso, estos capitostes gozan además de un derecho poco habitual: emitir opiniones y deseos pero bajo el formato de información; como si en vez de proferir palabras articularan data, convirtiendo así sus declaraciones en poco menos que axiomas que la prensa difunde ágilmente como la verdad del día. Claro que a las pocas horas esa “verdad” es ya una verdad vieja, un periódico de ayer, que nadie procura ya leer, como decía Héctor Lavoe. Pero no importa, porque si algo han aprendido los políticos de los artistas viejos y matreros es reinventarse a sí mismos; están como Michael Jackson, quien ha perdido casi todo su patrimonio, menos el baile de su colección de máscaras; digamos el último arte cuando ya no hay arte. La magia final del mago cuando ya no puede sacar conejos del sombrero: sacarse una y otra cara del mismo rostro, a ver si con esto encandila. Los políticos, —como tienen los dedos y la lengua más rápida que la vista— siempre quieren que miremos para otro lado, en ese interín es que cambian de careta, discurso, amigos, enemigos y escenario.
Y eso es lo que están haciendo con todo desparpajo con tal de evitar la revelación de la realidad: que el sistema, su sistema, está agotado; es inviable políticamente porque es incompatible con la democracia; es socialmente ineficiente porque genera y multiplica la injusticia y es antieconómico y antiecológico porque al mismo tiempo que derrocha recursos promueve la escasez. Y ni que decir de su más preciada industria: la guerra: la más obsoleta de todas y a la que nadie quiere reconvertir. Se niegan recursos para salud y educación, pero desde la aldea más paupérrima del África hasta la potencia más quebrada del mundo, sacan dinero de donde no hay para comprar fusiles o misiles. Y todo parece natural. Y como ahora ya casi no existen ciudadanos sino consumidores y con estos no hay que andarse con ideas sino con productos instalados, hace años que nos ponen el carrusel de sus caballitos de batalla: eficiencia, calidad total, desarrollo sostenible, lucha contra la pobreza y lucha contra la corrupción.
Lo cierto es que la historia ha llegado apurada y en menos de un año ha desmontado el parque de diversiones donde giraban y giraban felices los tales caballitos del capitalismo y no ha quedado un equino en pie, ni para la foto. (Hace dos días los millonarios/víctimas de Madoff han llorado de cara al mundo la poca eficiencia y nula calidad de sus inversiones). El desarrollo sostenible, (¿qué es?) algo borrado del discurso, el FMI ya no pudo más y hace pocos días soltó uno de sus mejores titulares: “Estamos en la peor recesión mundial de nuestra historia”.
Digamos que los que tienen acceso a la cosa económica y que además tienen aún rezagos de lucidez y honestidad, saben que el asunto ya fue, o por lo menos confiesan no saber qué ocurrirá. Los que sí saben hasta lo que no saben son los políticos. Hace tan solo cinco meses iban a refundar el capitalismo; tres meses después iban a cambiar la refundación por el “rebote”; y ahora, como el tiempo apremia y las aguas suben se han puesto algo nerviosos y apocalípticos, entonces nos juran que van a “salvar” el mundo; los más adelantados ya perciben una luz de salvación al final del túnel.
Pero como ya habían dejado una escuela de privaciones para el respetable, no será insólito que al final de la tortuosa galería, en lugar de la luz prometida encuentren uno de sus propios memorándum: digamos una esquelita firmada antaño por ellos mismos y con este texto: “Por razones de austeridad fiscal y ahorro público, —que son de conocimiento ciudadano—, la luz al final del túnel, se ha apagado, hasta nuevo aviso”.
Publicado originalmente en LaRepública.pe