Miguel de Unamuno, (1864-1936) escribió sobre el sentimiento trágico de la vida, —en su caso— de los españoles. Si la cimbreante sensualidad carioca y la sibarita gastronomía brasilera le hubieran dejado tiempo, Jorge Amado, (1912-2001) bien podría haber escrito sobre el sentimiento festivo de la vida, —en su caso— de los brasileños.
Al recontra laureado Nobel nacional, Vargas Llosa, más bien le dio por la arqueología del alma y centró su afán en descubrir cuando se acabó la alegría en el Perú. Como se sabe, los artistas tienen licencia para varias cosas, entre ellas, las generalizaciones; no siempre ajustadas a la inmensa diversidad humana; pues no es cierto que todos los españoles en la época de Unamuno estuviesen dedicados al llanto; ni que no existieran bolsones de honda depresión a un costado de las comparsas del carnaval carioca; y mucho menos que todos los peruanos desde una fecha imprecisable estemos totalmente jodidos.
Lo que si parece general es que hay un sentido teatral en todas las culturas; no me refiero al arte de la interpretación dramática que llevan a cabo los actores, sino a un impulso colectivo para participar y sentirse activo y ser “alguien” dentro del escenario social; las formas más notorias de esto son las procesiones, los corsos, las campañas electorales, los partidos de fútbol, el carnaval y hasta las protestas y huelgas.
Todas estas formas cumplen el rol de liberar al hombre y darle un sentido de propósito; es, digamos, un psicodrama social. Lo contrario de todo esto es el famoso “psicosocial”; a través de éste se da al colectivo una falsa participación; no libera al hombre, lo engaña y lo distrae durante un tiempo determinado, mientras se cumple el propósito del manipulador, (el que monta el psicosocial).
La política contemporánea nacional solo tiene psicodrama en época electoral, mejor dicho, sólo admite participación en ese tiempo; pasado este momento, lo demás es puro “psicosocial”; es decir, falsa participación. El último y más notorio psicosocial, —por ejemplo—, es el asunto del indulto para el Alberto. Con la variante de que es un psicosocial a dos cachetes: del que lo pide y del que lo puede dar. Y en esas dos orillas está la cosa. No en otra parte y menos al alcance del público. Como buen psicosocial, la falsa participación se ha dado extensivamente, vía el debate; pero no es cierta, pues todos los que opinan a favor o en contra, no pueden participar realmente del asunto, porque ellos no pueden concederlo; además un psicosocial que dura mucho, se pudre; la gente se aburre y los propósitos perseguidos se esfuman.
Para evitar esto y darle una salida a los problemas del indulto, no queda otra cosa que revisar el Tratado de la Pendejada en el Perú; especialmente el capítulo dedicado a las coimas; allí, claramente sus incisos dicen: “Evaluar primero la fortuna del afectado; (del inginiero se dice que ha levantado más de 6 mil millones de verdes); nunca dar por ciertos los rumores; establecer un monto razonable (hay que sacar un beneficio del afectado, no ahorcarlo); ser prácticos y tomar como patrimonio real el 30% del valor rumoreado; de allí sacas tu 10% (que es la tasa internacional en estas cosas) y quédate tranquilo, sabiendo que has servido al prójimo”.
Huelga comentar que hay otros incisos en tal capítulo y tal tratado, que a modo de ilustración no está en balde señalar; por ejemplo, el referente a cómo cobrar: “Nunca recibas directamente la contribución del afectado; la reputación de ‘incorruptible’ es la mejor baza a tu favor. Dispón de intermediarios de tu absoluta confianza para tal misión. Y si el monto es muy elevado acepta el concurso de los profesionales; ellos crearán para ti fundaciones o entidades offshore, donde con algún costo podrás disponer de tu nuevo patrimonio”.
De modo que, inginiero, —siempre y cuando siga en vigencia el tratado y los incisos citados en los párrafos anteriores—, uno que no es matemático como usted, calcula que su indulto está por los 180 palos verdes.
Pruebe por ahí, inginiero, no pierda el tiempo distrayendo al personal con sus cuadritos o fotos; usted no puede haber olvidado lo que todos los peruanos ya sabemos: que la plata a palacio, —aunque despacio—, llega sola; claro que en su caso no estaría de más que le eche usted una empujadita, pues si usted, —como primer servidor del Estado—, no era un caído del palto, qué le hace pensar que su prójimo en el cargo, sí lo sea.
Publicado originalmente en ElBúho.pe