La rica sensación

No he conocido muchos “centros del poder”, pero en los pocos que me he asomado nunca encontré las famosas “altas esferas”; para ese entonces ya tenía algún conocimiento de la geometría tridimensional: sabía que con dos ángulos y la distancia a un punto se podía armar cualquier esfera; pero en estos sitios no las habían de ningún tipo; ni bajas ni altas. También había escuchado que otra forma de llamar a esos elevados orbes era lugares/instituciones/cosas/gente “de primer nivel”; pero de eso, nada; por el contrario, lo más bajo y ordinario de esos centros  parecía haberse concentrado en el “primer nivel”; o sea, a ras del suelo.

Casi como si  el simple acto de contemplación a los monumentos  del poder condujese a la refutación de su semántica y con esto a la percepción de la vacuidad de su discurso. Claro que el poder y sus manifestaciones simbólicas no son cosas de nuestros días; esto viene de antiguo; tal vez, los elevados,  en algún brote de lucidez percibieron dos cosas: que el poder  era efímero y que estaba vacío por dentro; en una forma elemental descubrieron  para sí, el vacío atómico de la materia. (Los físicos confirman que a nivel molecular la materia es más vacío que otra cosa).

Conscientes entonces de sus propias falencias se abocan a la construcción de símbolos, pues saben que sin éstos, el poder es nada. Probablemente ésta sea la razón que explique el impulso para erigir pirámides, catedrales y rascacielos, (los emires árabes son el mejor ejemplo: compiten entre sí, derrochando lo que no les cuesta en aumentar más pisos a su edificio, para que éste sea el más alto de todos; y de paso, que los pongan en un lugar más alto, en la lista Forbes (ranking de los más ricos del mundo).

Cientos de años antes, —especulan los antropólogos— los habitantes de la hoy Isla de Pascua tenían una floreciente cultura basada en el equilibrio ecológico, hasta que a los Jefes de las Tribus se les dio por competir en qué tribu tenía el mayor número de estatuas de piedra y quién poseía la más alta y grande; avocados a construir estos adefesios, depredaron su flora, luego vino la hambruna y antes de su colapso, el canibalismo.

Pero ya, entrando en el terreno de lo simbólico, no estaría mal reparar en su territorio complementario: lo simbolizado. Porque, reducidos a su común denominador, pirámides, catedrales y rascacielos, son solo piedra, tierra, madera, fierro y vidrio; es la manipulación de su forma la que expresa lo simbolizado: lo altísimo, lo supremo, lo superior.  Todo esto no se ve, ni se puede probar porque es abstracto; es su asociación con lo físico, —lo material— lo que le provee de contenido.

Ahora sabemos, que las pirámides no eran las casas donde vivían muertas las divinidades sino las tumbas de mortales comunes —los faraones— que se creían dioses. Las catedrales, ya se han cansado de trepar al cielo en busca del altísimo, pues salvo en virtud al milagro de la fe, hasta ahora no hay evidencias del todopoderoso. Y contemplando la solidez del edificios corporativos, por ejemplo del banco City Group, resulta difícil imaginarse que en semejante mastodonte se alberguen 143 mil millones de dólares en pérdidas. Y allí sigue, tan lozano y sus ejecutivos cobrando bonos, como si nada hubiera pasado. (ponga el lector, algún otro banco/AFP o la entidad que desee  y el símil seguirá intacto.)

El poder, —al final de cuentas—, no es eterno y cuanto más débil su asiento en la realidad, tanto más efímero. Lenin, el revolucionario ruso no tuvo tiempo de ver la relatividad de su famosa frase: “Salvo el poder, todo es ilusión”. Lo mismo que Mao, quien creía que el poder era un artificio del fusil. Es que en su tiempo no había televisión y la propaganda subliminal no había alcanzado las cumbres desde donde hoy se transmite la ilusión del poder.

Mientras los votantes peruanos creen tener a sus “representantes” en ese teatro de títeres llamado Congreso y Palacio de Gobierno, los dueños del Perú tienen canales de televisión, radios y periódicos. ¿Que algún títere quiere salirse del guión?, allí van todos al unísono a molerlo a punta de golpes mediáticos.

La marca Perú no es esa espiral blanca con dos vocales y una consonante en fondo rojo. No. La marca Perú es: “somos crecimiento”, “somos capitalistas desde abajo hasta arriba”, “somos confianza” y “somos bienestar”.

No es de mi cosecha, casi copio textualmente sus editoriales: “Si no nos tocan, crearemos confianza, con ésta los empresarios se animarán a “invertir”, así la inversión dará sustento a la sensación de bienestar, imprescindible para que nuestra economía siga creciendo.”

Toda una joya, han superado a todos los clásicos de economía con una fantástica fusión psicológica. No importa que vivas debajo de los estándares de una vida digna en el siglo XXI sino que creas que tu vida y la de tu país está de la puta madre.

Publicado originalmente en ElBúho.pe

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