Tradición y futuro

Hace poco el ilustrísimo Tribunal Constitucional del Perú ha impuesto una multa pecuniaria a un letrado arequipeño  al que se le habían desparramado las letras o; bien visto,  le habían sobrado los pliegos de una demanda y como el saber no ocupa lugar, pero la tradición sí, decidió llenarlas con esa retórica tan elevada del desprecio que guardan los arequipeños vagamente desteñidos  de piel contra aquellos un poco más soleaditos por el contundente sol abrasador de estas tierras.

El peso argumental de la demanda ha rebasado el foro jurídico y se ha expandido en titulares periodísticos a nivel nacional. Y como fuera que los reportes de prensa no explican el perjuicio causado al letrado demandante y solo se concentran en el modo en que éste tipifica a la parte demandada, a un servidor no le ha quedado otro remedio que reconstruir la historia; haciendo acopio, por supuesto, de prejuicios personales; de algunas memorias y mi conocida facilidad de albedrío en la libre asociación de ideas.

Del material disponible en la prensa pude concluir que el demandado es un varón; con alguna experiencia marinera; digo, navegador por los corredores del Poder Judicial, en calidad de Secretario; lo cual no es mucho, pero de ninguna manera poco, pues allí comienza toda la currundanga.

La parte demandada es colectiva; intuyo que son mujeres y que en algún momento mantuvieron algún vínculo, —presumiblemente laboral—, con el susodicho. Mi intuición sobre el género se desprende de la prosa utilizada, porque para ya estar viviendo en el futuro de la tradición, el letrado aún mantiene el latinajo de Fémina, muy usado en la crónica policial arequipeña de mediados del siglo XX cuando los hombres del alto y del bajo mundo se iban de putas y a chupar, pero con otras palabras: “Fueron encontrados libando licor en compañía de unas féminas”. Narraban así los periódicos, creando una suerte de crónica romántica: los hombres como abejas disfrutando del elixir, no se sabe si proveniente del alcohol o del suave terciopelo de aquellas Ninfas compañeras.

A partir de esta tipificación sobre las agraviantes, la demanda toma profundidad y se adentra en la literatura indigenista y el letrado, —cual si fuera un hacendado de horca y cuchillo entrando en el tambo a ejercer el derecho de monta— sugiere haber tenido cierta proximidad carnal con las demandadas, pues nos revela que son indias con las patas rajadas; mis sospechas se basan en que no es posible descubrir las ajaduras en las plantas de los pies a menos que concurran dos hechos simultáneamente: que los pies pertenezcan a un cuerpo, por lo menos en posición supina, y que además estén descalzos. Ponga el lector la distancia que prefiera entre el ojo letrado que descubre y los pies que se descubren.

Pero la parte más resaltante sin lugar a dudas, —y también la más feliz, a mi juicio—, es cuando el letrado reconoce finalmente el fin de la Tradición arequipeña y el triunfo de por lo menos uno de los postulados de la revolución francesa de 1789: la famosa Égalité, consagrada desde entonces en todos los códigos modernos del Derecho Civil del mundo entero; sí, eso de que todos somos iguales, pe.

Y digo que reconoce el fin de la tradición, aunque no esté seguro que reconozca el advenimiento del futuro, cuando certifica que las demandadas son unas cholas igualadas.  ¡Qué feliz afirmación! Lo cual quiere decir, que a pesar de todo, y especialmente a pesar de que no parezca, en el Perú de hoy, se ha alcanzado la igualdad.

Atrás queda entonces mi recuerdo escolar; digo, cuando me enteré porqué al clérigo español que nos enseñaba inglés le decían: La Chola: “Es que desprecia a todos los alumnos que no sean blanquitos”.

Hasta dan ganas de felicitar  al Tribunal por su fallo, salvo que han cometido un error garrafal. Han multado al licenciado, pero no a quien le dio la licencia; digo la universidad que lo formó en las artes del Derecho; ni menos han hecho referencia a su formación educativa escolar, porque de algún colegio —donde se enseñaba el constructivismo y la excelencia de calidad total en la educación— habrá salido el demandante; quien más que sanción es merecedor de lástima.

Digo esto, porque qué futuro le puede esperar a la sociedad/tradición arequipeña, si sus licenciados en derecho creen que la igualdad es un agravio.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

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