El más alto fiscal de la Corte Penal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, ha conseguido hace unos días que el Tribunal Internacional de la Haya, (Holanda), revise nuevamente el cargo de genocidio contra el presidente sudanés Omar al-Bashir sobre quien ya pesa una orden de captura internacional por crímenes contra la humanidad. Al oír el resultado del fallo los abogados de al-Bashir mostraron un comprensible y resignado mutismo. El que no se quedó callado fue el propio presidente sudanés, quien con los pies a salvo, en la polvorosa distancia de miles de kilómetros que media entre Jartum (Sudán) y la Haya, se ha despachado con todo: “Yo no soy genocida; genocidas son los europeos que esclavizaron África; genocidas fueron los blancos Hitler, Stalin y el chino Mao Tse Tung; genocidas son los blancos estadounidenses y europeos que han invadido Irak y Afganistán. ¿Por qué no los enjuician a ellos? A mí me acusan porque soy africano, ése es mi más grande delito.”
Ante sus incondicionales, al-Bashir seguro que ha quedado muy bien; pero el matón que grita matón al prójimo —aunque éste sea más matón que él— no consigue liberarse del estigma de asesino. Pero en el grito —hay que reconocer— más de una verdad ha dicho.
Los que mandan en el mundo se han encargado de que quede muy claro: En el hemisferio sur del planeta están las republiquetas, los tiranos y la corrupción generalizada. En el hemisferio de arriba, están los buenos; digo, los bancos suizos, por ejemplo, que guardan con gran celo la plata de los tiranos de abajo. Arriba están las democracias de primera que luchan contra la corrupción de abajo vendiendo aviones y tanquetas a las mismas republiquetas que critican.
Por eso George Bush, Tony Blair y José María Aznar, (que son de arriba) se pasean por el mundo —especialmente los dos últimos— como Pedro por su casa; a pesar de la abrumadora evidencia de haber promovido una guerra (en Irak) contraviniendo el Derecho Internacional. Una guerra que ha dejado, por lo menos 100,000 muertos, sin contar las desastrosas consecuencias materiales, morales y el sufrimiento inenarrable infligido a millones de seres humanos. Pero sería injusto decir que andan con absoluta libertad y que nadie les hace nada. No es cierto. Sí que les hacen cosas: el actual Congreso Peruano, condecoró el año pasado al presunto criminal de guerra, Aznar, con una medalla de honor de no sé qué cruz. A que tiene suerte. Otro suertudo, el también presunto criminal de guerra, Blair, acaba de ser contratado como “asesor” para organizar las Olimpiadas de Brasil.
Bien podría decirse que el trío de las Azores (la isla donde Bush, Blair y Aznar decidieron la guerra de Irak) tiene blindaje para rato: el premio Nobel de la Paz, Obama, ha desistido de llevar adelante una “Comisión de la Verdad” gringa que pudiera poner a Bush contra las cuerdas. Blair acaba de salir airoso de una tercera investigación oficial (pero no legal) sobre la guerra de Irak; conformada por un comité de unos mansos notables que de haberlos visto el fabulista griego Esopo hubiera escrito una nueva fábula: “Los corderos y el lobo disfrazado de pastor”.
Pero lo que el statu quo se resiste a hacer: cumplir la ley y procesar a los enjuiciables, no es impedimento para que el ciudadano común y corriente recupere la soberanía individual y obligue, él mismo, a que la ley haga la Ley. Y así, con un poco de “La Imaginación al Poder”, del Mayo del 68 francés y otro poco de “El Emperador está desnudo” de Christian Andersen, y mucho de la doctrina del arresto ciudadano, George Monbiot, (escritor y activista político inglés), lanzó el 25 de enero de este año, una página Web www.arrestblair.org/ con la radical y fantástica ocurrencia de promover una chanchita cuyos fondos servirán de recompensa para todo aquel que intente —por medios pacíficos— arrestar a Tony Blair. A la fecha, la colecta ha alcanzado los 50,000 dólares. La cosa no es fácil dado el despliegue de seguridad que rodea a todo capitoste. Pero tampoco es cosa del otro mundo: se trata de abordar al hombre; pararlo sin violencia y decirle: “Míster Blair, éste es un arresto ciudadano; lo acuso de Crímenes contra la Paz por haber decidido promover una guerra —sin que medie provocación alguna— contra Irak. Lo invito a que me acompañe a la Comisaría y responda allí los cargos que le hago.”.
Monbiot sabe que Blair no será arrestado y que es un gesto simbólico; pero, —el gesto—, en cierto modo responde al desafío del también justiciable presidente sudanés Omar al-Bashir, y recuerda a occidente que aún no se ha hecho justicia en la propia casa.
Lo que no sabe Monbiot es que así como hay amadas que siempre llevarán la corona invisible uncida por el poeta que las amó, así también hay cárceles invisibles y portátiles que encierran a todos los desalmados que andan protegidos por una legión de guardaespaldas.