Un país copia bamba

Don Quijote, el ingenioso hidalgo de La Mancha, era ingenioso porque él había aprendido el mundo por una vía distinta al común de sus congéneres. Mientras éstos aprendieron viendo y viviendo los usos y costumbres locales, Don Quijote aprendió de la vida y del mundo leyendo libros. En la lectura de éstos es donde se le apareció la inspiración para deshacer entuertos; o sea corregir la vida arremetiendo contra las injusticias. Es a partir de este vínculo entre el territorio inmaterial de las ideas suscritas en los libros y la compleja materialidad del mundo circundante, que las sociedades descubren los remedios futuros para sus injusticias presentes.

Por poner un ejemplo, la monarquía francesa no sucumbió sólo porque la gente estaba hambrienta y María Antonieta no pudiese entender porqué a falta de pan no era posible ofrecerles tortas. La revolución francesa se trajo abajo un régimen social porque mucho antes que la guillotina bajara cabezas, la imprenta había puesto en el sito más alto muchas otras cabezas/ideas. Fueron los libros y autores de la llamada “Ilustración” quienes primero dejaron a la monarquía desprovista de cualquier sostén moral o divino, para luego deslegitimarla socialmente frente al pueblo. O sea, los libros ilustraron el camino a la razón.

Sobre la relación de los libros y el grado de ilustración de una sociedad a través de la historia se ha escrito mucho. De lo que se ha escrito poco o nada es sobre su sucedáneo chicha: las copias. Es sabido que el Perú ocupa uno de los últimos lugares en el ranking continental de comprensión de lectura. Pero es casi seguro que el nivel académico nacional ocupa un primer lugar continental en el consumo y multiplicación de copias. (El autor considera que copiar un libro no necesariamente es un acto de piratería; siendo el conocimiento patrimonio universal de la humanidad, divulgarlo, más que delito, es un feliz acto de insurgencia). Claro que donde digo copias no digo libros sino unas hojas. Los defensores de la ley del menor esfuerzo dirán para qué copiar o leer todo, si copiando algunas partes de algún libro, de algún autor, al final es posible alcanzar las más altas maestrías académicas con un ramillete de copias, como principal sustento de sabiduría.

El haberse escrito poco sobre la liviandad de la cultura bamba de las copias, frente a la consistencia de los libros, es quizá el primer resultado de la flojera intelectual; pero sus consecuencias son dramáticamente importantes en la actualidad. Arequipa tenía el ingrato honor de haber aportado al país, un revolucionario bamba: el Doctor Abimael; un Rasputín bamba: el Doctor Vladimiro; un caudillo bamba: el Doctor Juan Manuel; y ahora, en el clímax de la cultura bamba ha alcanzado la máxima judicatura del Estado: lo prueba el ciudadano Víctor Ticona, alias “Presidente del Poder Judicial”, quien llegó a tan alta dignidad nada menos que de la mano del ciudadano Mamerto Cornejo, alias, el “ex Rector UNSA”.

Es decir, la cultura bamba —sin duda alguna— ha llegado muy lejos, y siendo lo bamba, un poco de verdad y mucho de mentira, no está libre de las limitaciones de esta última; sabido es que mintiendo se puede llegar muy lejos, lo que se sabe poco, es que nunca se puede regresar al principio de aquel viaje. Descubierta la liviandad, no hay camino de retorno. Esto lo supo incluso el legendario propagandista nazi Goebbels, aquél de “Miente, miente que al final algo queda”. Al final lo que le quedó fue darles cianuro a sus seis hijos y suicidarse junto a su esposa.

Tal vez, mentir y copiar verdades ajenas como propias sea una forma más en que las sociedades fallidas (llámese enfermas) acometen el acto de matarse a sí mismas. Ser bamba y gozar la dignidad de ser el que no se es, linda en la esquizofrenia. Unamuno en “Sobre el Sentimiento Trágico de la Vida” reivindicaba el ser uno mismo, a pesar de sus tragedias y limitaciones, antes de fingir ser otro.

Nos dicen los empresarios/mineros bamba: “dentro de poco seremos un país del primer mundo”.

Si ellos lo dicen, de hecho que ya hemos muerto como país; todo lo que nos queda, es el inverso de aquella memorable canción de Manuel Alejandro en la voz de Raphael: Yo no soy aquél.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

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