Hosni Mubarak a sus casi 83 años es un militar egipcio muy afortunado. A él también la plata le llega sola. Y le ha llegado bastante. Los propios estadounidenses estiman la fortuna personal y familiar de Mubarak entre 40 y 70 mil millones de dolarcillos. La mayor parte “forjados” cuando firmaba contratos militares para la fuerza aérea egipcia. Y ha estampado su rúbrica para varias “firmas”; digo, armamentos soviéticos y también estadounidenses.
El Presidente egipcio —desde hace 30 años— es casi una leyenda. Se dice de él, que la suerte lo ha protegido —por lo menos—, de media docena de atentados contra su vida. Los que le temen dicen: “es un sobrevividor”; y los que lo estiman —como el presunto criminal de guerra Tony Blair— dicen cosas tan bonitas como: “Es un hombre de gran coraje y con una enorme fuerza para el bien”.
Pero, será por la edad, Mubarak no es del todo invulnerable. Afirman que su salud podría estar quebrantada por un cáncer gástrico, aunque no deja de ser una mera especulacion. Lo cierto es que su “dignidad” (léase vanidad) está más alta y grande que nunca. Probablemente, cuando se mira en el espejo ya no encuentra en él al hijo envejecido de modestos campesinos egipcios sino a un moderno Faraón, en pleno siglo XXI.
El presidente egipcio nunca ha tenido fama de buen orador; pero siempre ha tenido un oído muy fino para sintonizar el interés del Imperio en la región. Y no le ha ido nada mal. Ha sido un caserito muy querido en Washington, (donde pasa por caja, cada año, para “cobrar” 1,300 millones de dólares), suculenta retribución por ser un buen “aliado” del Tío Sam. Pero entre las muchas cosas que ha oído y acatado de sus mentores, parece que se le escapó la principal; digo, la fatídica frase de Henry Kissinger: “Ser enemigo de los Estados Unidos es un grave problema; pero ser aliado, es sencillamente fatal”.
Al momento de escribir este post van ya 12 días de insurrección popular en Egipto (una secuela de la revolución tunecina). Es decir, que hace una docena de días, el todopoderoso y bien amado Hosni Mubarak ha descubierto súbitamente que es malquerido; y que la pirámide su poder no es de piedra sino tan moldeable como una duna del desierto, que el viento no tarda en aplanar. Y el viento está corriendo raudo y peligroso contra él. El fatalismo de la frase de Kissinger se ha plasmado con un lacónico Obama: “Te tienes que ir, ¡Ahora!”.
No voy a agobiar al lector repitiendo al detalle el dramatismo de los hechos y escenarios de un pueblo cansado de la tiranía, la pobreza y la falta de libertades, que en su lucha por defenestrar al tirano, va descubriendo, poco a poco, que está peleando con el intermediario de un poder mayor: el Imperio.
Y el Imperio no dialoga con la chusma; quiere “líderes” con quienes se pueda sentar a conversar (léase tentar y neutralizar) y que acepten que el mejor interés del pueblo egipcio es que todo siga como está y que ante todo, se preserve la estabilidad de la región, que no es otra cosa que la tranquilidad del Estado de Israel, a cualquier costo.
Cuando comenzó la revuelta, el poder egipcio se apresuró a ningunear a Túnez y su revolución. (ver Túnez: la revolución del Precariado) http://larepublica.pe/blogs/jano_mundano/2011/01/29/tunez-la-revolucion-del-precariado/ ¡Egipto no es Túnez!, desafiaban arrogantes. Ciertamente no lo es. Toda revolución para serlo, precisa de su contrarrevolución. Y en Egipto ya está en marcha. Han apelado al viejo manual de contrainsurgencia, el mismo que quiso utilizar Montesinos durante la marcha de los 4 Suyos en Perú el año 2000: desatar la delincuencia, incendiar locales públicos, (palacio de gobierno, Banco de la Nación), para infundir el miedo y su antídoto: “Solo el Chino y el Doc pueden darnos seguridad y protegernos contra el terrorismo.
Elementos desconocidos “abrieron” prisiones de máxima seguridad en El Cairo; elementos desconocidos se dedican al pillaje en locales públicos, y saqueos a supermercados y ataques a la propiedad privada. Por la noche, aparece en televisión Mubarak, ya no como un Faraón moderno sino como un patrón cualquiera, como un dueño e’ chacra al que los jornaleros sin chamba le quieren robar la cosecha:“Mi principal prioridad es la seguridad de mi pueblo”, “Me iría ahora mismo; pero sin mí, reinaría el caos”, “Obama no entiende la cultura egipcia”, añade preocupado el egipcio.
Omar Suleiman, (el Montesinos egipcio, que ahora está de vicepresidente y es el hombre de recambio de Washington) subraya la importancia del orgullo egipcio como principal arma de disuasión: “Tenemos que mostrar dignidad ante el mundo, no podemos acabar como Túnez, con nuestro amado Presidente, —que es nuestro líder y nuestro padre— huyendo en busca de refugio a Arabia Saudita”.
Barak Obama, el hombre más poderoso del Imperio, el que le provee de caja y armas al amigo egipcio, descubre que poco puede hacer en la chacra de Mubarak: “Rezo, porque cese la violencia”, musita con resignación el alicaído presidente estadounidense.
Siempre se ha dicho (y con razón) que el capitalismo es más benigno y revolucionario que el feudalismo (chacra); pero ya debe estar muy moribundo este capitalismo cuando termina siendo siervo de tan viles señores feudales; propongo algunos: Hamid Karzai, (Afganistán), Asif Ali Zardari (Pakistán) y Hosni Mubarak, (Egipto), y siga el lector con los de su propia cosecha.
La buena noticia es que el futuro en África del Norte ya no será el mismo, pase lo que pase. Para mal: un nuevo Tiananmen en la Plaza Tahrir del Cairo; o para bien, el triunfo de la democracia universal, donde todos tienen un sitio, y donde la tranquilidad del prójimo se refleja en el bienestar de todos.
Publicado originalmente en LaRepública.pe