El Final

Existe un nombre para nombrar el lugar donde las aguas de un río se bifurcan en distintos afluentes: Parteaguas. Pero no hay sustantivo para nombrar el momento en que las aguas se acaban de golpe y porrazo. Claro, los ríos no se acaban del todo, se van secando y al final, como epitafio, queda el cauce. Pero uno no habla del río, de su cauce, ni su nombre; solamente de las aguas, con todo lo que el agua y su contrario significan: vida/muerte; fluidez/densidad; movimiento/parálisis; y frescura/páramo.

No tiene nombre el momento que aludo; pero uno ya lo ha visto varias veces: de Belaúnde a García; de García a Fujimori; de Paniagua a Toledo; de Toledo a García; de García a Humala; y de éste a quién sabe. Los historiadores y sociólogos se lo han pasado de largo, a ellos les interesa el período no el hito; tremendo error, pues en estas tierras, en los hitos está definida y condensada la sociedad y la historia.

Probablemente, en base a falsos indicios,  —como la propaganda electoral— el imaginario popular desarrolla la percepción de que el país se va a acabar y que otro nuevo va a comenzar, (inexorablemente todos los futuros gobiernos, uno tras otro, y todos los partidos aspirantes a la sucesión,  aseguran el advenimiento de un Cambio profundo, de un tiempo nuevo, de un nuevo país).  Los mansos de espíritu dan entonces cobijo a la esperanza y continúan viviendo sin más; pero para los ganados por las sombras tanáticas y los crápulas que las proyectan, todas las novedades solo son heraldos de que el país que viene será peor que el actual y entonces llega el momento del hito: Si todo el mundo roba, mata y corre; yo robo, mato y corro también; y el tiempo para todo se acelera,  precisamente porque se está acabando.

Aquellos, todavía prendidos de la ubre del Estado saben que están dando sus últimas chupadas y sufren el peor de los síndromes de abstinencia,  que ocurre cuando el cuerpo sabe que está lleno de lo que pronto va a faltar. O sea, las aguas, (y todo lo que irrigan), se van a acabar de golpe y porrazo.

Es tiempo entonces de visitar las hemerotecas y revisar las páginas policiales y políticas de cada interregno que aludo; allí desfilan; por ejemplo,  las escaramuzas —algunas sangrientas— entre la guardia civil y la guardia republicana, algunas veces disputándose jurisdicción y en otras, el botín; pleitos, escándalos y delaciones de última hora en el Congreso; en otros ámbitos, autoridades in artículo mortis saltan en el tiempo concediendo beneficios para alcanzar gratitudes en el futuro. El país entero y sus oficinas se dividen en cientos de regiones/chacras,  cada cual con sus asaltantes, sus extorsionadores/Sunats, sus muertos y sus deudos. La ola de criminalidad parece haberse desmadrado, el país ya no da para más, (o al menos eso es lo que cree el país), hasta que el tiempo, inexorable, vuelve a colocar todo como siempre, en baja intensidad: el país tan cruento como siempre, tangible sí, pero invisible también.

Dirán los  neurofisiólogos sociales, —si acaso existen— que solo es un descenso cerebral del alma colectiva; o sea, que los afectados, prescinden de su masa encefálica y se quedan solo con el tallo, el llamado cerebro reptiliano, ese que nos devuelve al club de los cazadores y recolectores; donde no hay dudas de que si pienso mucho, luego voy a  existir mucho, porque vivir en ese tiempo consiste en haber matado, (o cobrado), primero.

En ese retorno a la lagartija no solo hay que fijarse en la delincuencia sin corbata que por estos días anda con licencia para matar; sino también en los otros, de terno y corbata y que lucen diversos alias, como presidente, congresista y autoridad.

Ahora que hay licencia —en los últimos minutos que le quedan en la cumbre— se dirigen al llano para  increpar a los humildes, de Espinar, por ejemplo, por no saber cómo gastar la plata, ¡carajo!

El mismo verbo cuartelero no asoma cuando se trata de adorar como reptil a  Cerro Verde, Telefónica, Claro, Lan y otras joyas corporativas que, la verdad, con que gusto, carajo, no le pagan ni mierda  al Estado,  de los miles de millones de dólares que le deben.

En un acto que honra la calaña de los roedores que huyen presurosos del barco que naufraga, dos antiguos lugartenientes del adoratriz corporativo, después de haber cobrado en cinco años cerca de cuatro millones de soles como congresistas, alertan al país de la inminente fuga del Presidente y su cónyuge, para así evadir sus responsabilidades frente a la Justicia.

Un final, muy peruano, con fuga de tondero y mentidero.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

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