Atahualpa Yupanqui decía que en su pago/pueblo ningún asado era de nadie y que era de todos; por eso, con el debido permiso, entraba donde no era convidado y se ponía a cantar… luego de haber churrasqueado.
El fútbol es el asado de todos los pueblos; cada cual lo saborea a su modo y sobre él opinan desde los más entendidos hasta los que sólo entienden de otras cosas. Esta facultad promiscua de estar por igual en boca de legos como de profesionales, molesta a algunos cronistas deportivos quienes se mofan de la poca “profesionalidad” para tratar el tópico en aquellos más dados a comentar asuntos de sociedad y política; como diciendo: “Zapatero a tus zapatos, o cuándo me he puesto yo a comentar públicamente sobre las inconsistencias de tal o cual autoridad política…”; lo cual, en parte es cierto: no se espera de un pelotero, lidiar en asuntos de elevado interés público; pero, mayormente es falso; en una democracia ideal los temas públicos no pertenecen a las élites sino a todos; además hay cronistas deportivos cuya prosa ya la quisieran para sí, expertos en literatura y muy reputados columnistas del acontecer nacional.
En cualquier caso, para hablar de fútbol, —un servidor— se considera con permiso suficiente, desde la vez en que mi vecino de al lado, —en la blogósfera—, ver Juego de la Vida, http://larepublica.pe/blogs/juego_de_la_vida/ me pidiese que escriba una crónica testimonial, vibrante y apasionada del triunfo de Cienciano sobre el River Plate de la Argentina, en diciembre del 2003, directamente desde el estadio Monumental de la UNSA, en Arequipa; con una pequeña salvedad: debía hacer la crónica en Lima y 24 horas antes del partido.
Habiendo cumplido el encargo en ese entonces, me animo ahora a glosar sobre fútbol, pero esta vez muchas días después de haber culminado el Mundial de Sudáfrica, cuando ya los estadios están vacíos y los agentes de los blue chips http://es.wikipedia.org/wiki/Blue_chip de la pelota, digo las marcas registradas Maradona ™, Kaka ™, Rooney ™, Messi ™
Ronaldo Cristiano ™, Beckhan ™, Bollack ™, Barclays, Toyota, Addidas, Nike, la sarta de cervezas y un largo etc. corporativo, quieren pasar lo más rápido posible sus horrorosas horas/páginas del mundial y retornar a lo suyo: “Los mejores jugadores del mundo, los mejores equipos del mundo, los mejores entrenadores del mundo, las mejores mujeres de los mejores jugadores del mundo, los mejores carros de los mejores jugadores del mundo, los mejores desodorantes, perfumes, zapatillas, medias, calzoncillos, suspensores y aretes del mundo”. O sea, a vender sebo de culebra con la misma facilidad con que sus pares del mercadeo venden acciones en las bolsas de valores de Europa, Asia y Nueva York.
Nadie ha contribuido tanto —como las estrellas del balompié mundial— para crear un aura de justificación respecto a los sueldos astronómicos que ganan los elegidos del Olimpo capitalista. Digamos que el oropel y los reflectores sobre los sueldos, primas, bonificaciones y demás gollerías de los futbolistas en la cumbre, han dejado en la penumbra a los verdaderos peces gordos del sistema. Pocos saben los nombres y detalles de los directores ejecutivos (CEOs) http://es.wikipedia.org/wiki/Director_ejecutivo de las grandes multinacionales que gobiernan el mundo, (las auténticas “grandes ligas”) pero muchos imaginan que en los negocios serán igual de talentosos como los Messis o los Cristiano Ronaldos en el fútbol; no resultaría difícil creer, entonces, que a los inmensamente ricos la naturaleza los habría premiado con dones negados al común de las gentes; que siempre ha sido así, unos nacerían con estrella y otros, —a lo mucho—, con la luz de una velita de esperanza. Pero puestos a evaluar en la cancha mundial la performance de las estrellas luminosas del fútbol y de las estrellas oscuras del sistema financiero, los resultados, —en ambos casos—, son pasmosamente idénticos: un fracaso colosal que en ningún caso justifica el culto a la individualidad ni mucho menos los ingresos siderales que se otorgan.
Vale la pena entonces no olvidar las raíces de este deporte: “el fútbol es un juego socialista, donde de cada cual se espera según su capacidad y donde todos trabajan por un objetivo común”, ha recordado el futbolista inglés John Barnes http://en.wikipedia.org/wiki/John_Barnes_(footballer) : Y, —ya sin tanta ideología—, el manager luso, José Mourinho http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_ ha sentenciado: “Lo más importante en un equipo de fútbol es el colectivo, las individualidades solo son buenas si sirven al colectivo.”
Como para volver a eso de que la ideología ya no está en las ideas, sino en las cosas. Lo que beneficia a unos individuos no es motivo de celebración; por más que nos digan que el país está de la puta madre; si no lo estamos todos, no hay fiesta. Por ello no han salido los mexicanos a las calles, eufóricos, tocando bocinas y flameando banderas cuando un paisano suyo, Carlos Slim http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Slim fue considerado El Hombre más Rico del Mundo del 2010. Pero sí lo hicieron cuando la selección de México venció 2 a 0 a Francia. No hubo fiesta popular en Madrid, en honor del banquero hispano Emilio Botín, http://en.wikipedia.org/wiki/Emilio_Bot%C3%ADn cuando su banco alcanzó el título de El Mejor Banco del Mundo en julio del 2008. Pero España entera mandó la crisis al diablo y se fue de copas completa cuando su selección ganó el Campeonato Mundial de Fútbol, hace unos días en Sudáfrica
La justa sudafricana ha dejado muchas cosas memorables, la mejor de ellas quizá haya sido el mostrar a nivel global que el futbol a diferencia del carnaval, (donde los buenos se disfrazan de malos, los hombres de mujeres y viceversa y donde todos comparten, —como en la Fiesta de San Juan—, su mujer, su pan y su galán), es que no hay disfraces: sólo colores y equidad: once contra once y nada más. Estados Unidos sin portaviones ni cazas ni misiles atómicos cae vencido con honor frente a Ghana; los atómicos Francia e Inglaterra, eliminados en las primeras de bastos; Israel y Rusia, ni juegan. En ningún tiro libre, se cuela en la barrera un comando suicida y hace explotar su camiseta para que entre la pelota en la valla contraria. En la cancha mundial no valen las estrellas; no valen Papas ni Ayatolas, ni todos los hombres de la CIA juntos. Sólo gente normal, campechana, como confesó ser, —emocionado hasta las lágrimas—, el portero español Iker Casillas.
Los que aman la competitividad dicen que el fútbol nos devuelve a la pulsión atávica y cainita, donde el estadio es el coliseo romano y los futbolistas, unos gladiadores. No lo creo: qué gladiadores son aquellos que luego de la lid se abrazan e intercambian camisetas como quien intercambia corazones. Y qué Coliseo será aquel en que el personal se distrae y se queda contemplando a una flor de las graderías como la paraguaya Larissa Riquelme. Tampoco creo que promueva la xenofobia —como veladamente esperan los antiinmigracionistas—: las selecciones de Francia, Inglaterra y Alemania son la vitrina que muestra que la sociedad pluricultural no es una entelequia de sociólogos sino una palpitante y colorida realidad.
Y mucho menos que promueva los nacionalismos: sólo 16 países lograron cupo en Sudáfrica; los millones de espectadores cuyas selecciones hace décadas que no van a un mundial, a medida que avanzaba la justa, íbamos mudando simpatías entre uno y otro país; y pudimos gritar los goles del uruguayo Diego Forlán como si fueran lo goles del propio Teófilo Cubillas.
El sistema político financiero que impera en el mundo, por más moderno que se precie, no puede salir del tiempo de los faraones; digo, jugando a que la sociedad le construya pirámides para montar en su cúspide a las élites. El fútbol, por el contrario, como ha quedado demostrado en el último mundial de Sudáfrica es auténticamente moderno y democrático; la pirámide más bella y plana del mundo: el campeón posa su cúspide en el suelo, de arriba bajan reinas y potentados para celebrar en el camarín y en el suelo, que todos somos iguales.