Putas, benditas sean, paradas junto al quicio de las mancebías; con una mano apoyada en el umbral y la otra en la cadera; vírgenes iluminadas al revés; no titilan llamas de cirios a sus pies; es el fuego y la luz del farol rojo que desciende concupiscente sobre sus cabelleras, se cuela sobre los escotes y se irradia por las caderas hasta el suelo.
A ras del suelo, desde allí y desde tiempos inmemoriales han soportado el peso del estigma: cualquiera puede tocar a una mujer pública y salir del encuentro sin mancha alguna. Y no sólo tocarla. Dado el caso, lapidarla también, a punta de pedradas. Mientras los señores y señoras que lapidan y dilapidan honras y fortunas desfilan ajenos y orondos por las avenidas de la decencia.
A uno le sobreviene este tono elegíaco sobre las cultoras del oficio más antiguo de la humanidad, a medida que paso revista a los titulares de la prensa nacional; en esa difusa sección donde se mezclan con auténtica propiedad los contenidos de dos secciones antaño separadas por varias páginas de distancia: Política y Policial. En el caso peruano, —en particular, (aunque en general ocurre de manera soterrada en casi todo el mundo)—, no es la raíz etimológica, (polis), la que junta las páginas sino los propios actores; ora en el juzgado, ora en el Congreso; otrora en reluciente discurso de ministro de justicia; ayer saliendo de la cárcel, y mañana, quién sabe, sentado en el directorio de alguna importante entidad pública o privada.
Un, nada menos, que ministro del Interior caletea dando saltitos continuos entre ambas páginas; que igual va de verboso incontinente señor ministro como de inquilino del banquillo de los acusados. A este encausado por homicidio, en medio del juzgado, le brota una denuncia adicional; ésta vez de violación sexual; y cuando uno pensaba registrarlo por un tiempo determinado en el foro penal, al día siguiente rebota en la página política como candidato a Presidente de la República; en un mismo actor se junta el aspirante a prócer con el matarife y violador. Si ya es bastante, resulta que no es suficiente, pues sale arropado por una candorosa señora Susana de izquierda, que cree que ser de izquierda es usar bluejean y no exigir a sus empleadas domésticas usar uniforme, como es de rigor en los exclusivos balnearios de la derecha peruana.
¿Es la misma señora Lourdes? ¿No es acaso la misma que hace muchos ayeres era la mujer del futuro de la política peruana; de pie ante una comisión del Congreso estadounidense, jurando con solemnidad y explicando en perfecto inglés que Mister García, former President of Peru, había incurrido en una serie de graves delitos punibles?
Sí, en efecto, es la misma señora de ayer, la que ahora se matrimonia en este nuevo montaje político teatral llamado: Mrs Flores & Mr García and The Alianza is con the Pueblo.
El cotarro político no se mueve ya como antaño con cartas de tribunos como El Solitario de Sayán; sino con cartas del famoso recluso El Solitario del Penal de la Diroes, alias también El Alberto conminando epistolarmente a su hija cómo elaborar la lista congresal.
Un servidor no va a reparar aquí —más por razones de espacio y por no querer agobiar al lector— con una interminable lista de personajes nacionales y locales de menor cuantía como la señora esposa Nadine, o la señora Anel, blancona impulsadora todoterreno de políticos marrones como los señores Toledo y Acuña, curtidos caseritos con un pie en los juzgados y el otro en el foro electoral.
En esta galería de Vestales, no falta un auténtico míster, muy lejano del novelesco Gringo Viejo que nos mostrara el mexicano Carlos Fuentes, pero muy cercano a cualquier traficante de papeles de la deuda peruana, que luego se “honran” cuando se llega a ser nada menos que ministro de Economía.
Los truhanes y truhanas electorales son pues mucho más legión que las respetables señoras de la calle; y las elecciones son su mejor puesta en escena. Afortunadamente no importa su teatralidad ni discursos. La decencia no es una palabra sino una intuición entre los actos y las palabras. Por algo se dice que la moral no se puede medir con los sentidos, ni apreciar con publicidad alguna. No se palpa, no se ve, ni se escucha, pero se conoce y esto nos basta para saber quién es quien.
Puestos a sobrevivir en este Perú que se cae de la prosperidad; y ante la eventualidad de estar sin aire y recursos para mantener el status, más vale actuar siguiendo el viejo código de la calle; total, mejor puta que monja y si me apuran, seré puta, pero no bruta. ¿Dónde me pongo, maestro?