En los 70s, un libro de cabecera, para cualquier aspirante a economista, era: “Curso de Economía Moderna”, del estadounidense, Paul Samuelson. De este texto se ha dicho que es el libro de economía más vendido en la historia. Samuelson era didáctico, claro, profundo; pero en lo que toca a su influencia en Hispanoamérica, sus virtudes fueron multiplicadas por la brillante traducción que hizo de este texto, Jose Luis Sampedro, un notable escritor español, humanista y también economista. Samuelson señalaba que los cimientos de la prosperidad de una nación descansaban en dos pilares: el Ahorro Nacional y el Trabajo. El primero era, como es natural, la sumatoria de todos los ahorros individuales y el segundo no solo era el esfuerzo realizado por los trabajadores en fábricas, oficinas y servicios; sino también la labor empresarial con visión productiva, generadora de empleo y prosperidad social.
Si alguna vez se hace un estudio serio de la historia económica del imperio, más allá de los apasionamientos ideológicos y políticos de la época, probablemente la visión keynesiana de Samuelson coincida con el apogeo de la economía estadounidense; y el verdadero principio del fin; o sea, el hito de cuándo se jodió USA, emerja cuando se haga notoria la visión e influencia de Milton Friedman y sus Chicago Boys.
No voy a discurrir aquí sobre las bondades ideológicas friedmanitas que iban a potenciar la prosperidad mundial, pues el futuro de abundancia que anunciaban es ya un maldito y escaso presente para los millones de personas que han sufrido y sufren sus consecuencias. Baste decir, que en mi propio archivo de malhechores ideológicos, lo tengo al lado de Mao Tse Tung y su infausta reconversión industrial de China, cuyos efectos —la muerte por hambruna de millones de chinos— nunca ha sido lo suficientemente revelada y puesta al juicio de la historia por el Partido Comunista Chino.
Tampoco voy a explicarle al lector como han mudado, en menos de cuatro décadas y en semántica los pilares de la prosperidad de las naciones: Ahorro Nacional: Evitar el gasto público; o sea, que los estados no gasten en salud, educación y demás servicios públicos. Trabajo: lucha contra la pobreza. (Entiéndase políticos machísimos, golpeando duro la mesa de los ricos, para que “chorreen” migajas al suelo de los pobres). Y diga el lector si acaso no es una descripción local y ajustada la ecuación Chicago Boys= Piraña boys con limusina.
En todo caso, hay que dejar la cosa entre gringos. Y terciando entre Samuelson y Friedman apareció, Peter Drucker, un austriaco nacionalizado estadounidense, desilusionando el escenario empresarial y sus personajes.
Drucker nos dio pistas sobre la catadura profesional y moral de los personajes que pueblan los escalones jerárquicos de las grandes corporaciones (y también de las más pequeñas); su metodología para llegar a la cumbre; y qué hacen una vez que se instalan allí. El retrato que hizo Drucker es, si se quiere, espeluznante: la competencia entre los individuos del sistema empresarial, aunque persigue la eficiencia, termina alcanzando su opuesto: la ineficiencia absoluta. Dicho de otra forma, cuanto más alto el cargo, más inútil el ejecutivo. De modo que, —siguiendo siempre a Drucker—, los faraones en la cima de la pirámide, digo los CEOs, gerentes generales, ministros, etc. Si están donde están, no es porque sean los Más-Más sino porque son los más torpes. O sea, unos pescados muertos, flotando en la superficie/cúspide solo porque están ya laboralmente, inertes; es decir, inútiles a más no poder.
El 20 de abril de este año, frente a las costas del Golfo de México, Luisiana (USA) explotó una plataforma de extracción petrolera, causando la muerte inmediata de 11 trabajadores, otros heridos de gravedad y un vertido de petróleo en el mar que es el mayor desastre ecológico en la historia de los Estados Unidos. Voy a ahorrarle al lector detalles como el volumen de petróleo vertido y su equivalente en decenas o centenas de estadios de fútbol, la fauna afectada y si alguien sabe por qué no se puso más cemento para proteger los pozos de producción y protección respectivamente. La prensa mundial ha dado suficiente cobertura sobre la magnitud del desastre. Si algo se puede agregar, es que este desastre es un paso más que da USA en su descenso al Tercer Mundo. Primero fue el desastre natural del huracán Katrina, cuando la televisión gringa no tuvo que viajar al hemisferio sur para grabar imágenes del diluvio universal, sino movilizarse en la propia casa y en el mismo corazón del Jazz americano: Nueva Orleans. Luego el desastre financiero del 2008; digo un paneo sobre sus propias CLAEs y persecución reporteril a los Manriques gringos. Y ahora, el litoral marino del Golfo de Mexico, en los Estados Unidos, se familiariza con el sufrimiento de los ríos andinos y amazónicos que con tanto acierto y pasión denuncia mi vecino de dos puertas a la derecha de este blog (Ver Andares).
Cuando los presidentes, políticos y candidatos a cualquier cargo de relevancia en el tercer mundo, anuncian como la panacea universal para los males nacionales, el advenimiento de la “inversión extranjera”. Como si esta fuera una entidad mágica, impersonal y bienhechora en extremo, olvidan (o desconocen) su auténtico rostro: unos torpes, inútiles, indebidamente millonarios e irresponsables a más no poder.
Qué mejor personificación del retrato de de la inversión privada, pintado/ inspirado, digamos, por Peter Drucker, en el rostro del mandamás de la compañía petrolera causante del desastre del golfo de Mexico: el británico Tony Haywarth, cuyo rostro acompaña al pelícano nadando en petróleo en la ilustración que encabeza este blog.
Como es natural, en cualquier empresa, cuando alguna cosa sale bien, es porque al jefe se le había ocurrido; pero cuando sale mal, es por culpa de algún subordinado. Hayward en spots televisivos de 50 millones de dolares: “De alguna manera somos responsables; pero no es nuestra culpa; es de la compañía subcontratista que exploraba el pozo; pero no se preocupen, esto se va a arreglar y todo volverá a estar como originalmente estaba.” Preguntado sobre que les diría a los miles de afectados por este derrame, respondió: “Primero, Sorry, pero ante todo, no hay nadie que esté más afectado que yo con todos estos incovenientes, no hallo la hora de volver a lo mío, a mi rutina personal, a mi vida, en suma.” Preguntado sobre la magnitud del desastre: “Hay que poner las cosas en su contexto: no es que un mar haya entrado dentro del mar; el impacto ambiental es minúsculo, considerando que el Golfo de México es un océano muy grande.”
Ante el escándalo de estas declaraciones, la empresa ha decidido “despedir” a esta estrella; pero recién a partir de Octubre. Bajo su dirección la empresa ha perdido 17 billones de dólares, por el vertido; pero los “gastos” para cubrir estas pérdidas se descontarán de los impuestos que paga esta empresa al estado; o sea, los contribuyentes estadounidenses le regalarán a esta empresa 10 billones de dólares. Solo 7 en pérdida. Y Atoñito, Tony Hayward, recuperará lo suyo, su vida, en suma, con la simpática suma anual de más de un millón de dólares hasta que se muera y un fondo indemnizatorio de más de 15 millones de dólares. La conclusión es obvia: la fauna marina del Golfo de México, USA, —la que quede—, morirá flotando en un mar de petróleo; pero este lindo patito del capitalismo, vivirá flotando en un mar de plata.
Publicado originalmente en LaRepública.pe