Un país minero

Hay teladas que inspiran respeto, la verdad; por ejemplo, ver a los futbolistas bien al terno, con corbata michi y zapatos de fino charol, cuyo cuero nunca ha sido rozado por una mota de polvo. El mismo respeto que inspira ver a los militares cuando se les pasa el betún de las botas a la cara y para disimular se cuelgan unas ramas de arbustos secos, amarradas a sus cascos, en perfecto camuflaje selvático, para pasar marchando y desapercibidos en las selvas de asfalto que son las ciudades.

Pero de todos estos atuendos, sin duda el que más caché pega es el de los Mineros de Salón; ataviados como si fueran unos vulgares ejecutivos, en vez de trajinar por los húmedos y oscuros socavones, alumbrándose penosamente con las linternas de sus cascos, éstos gerentes se pasean por los luminosos sets de los canales de televisión, los pasillos ministeriales, los directorios de las AFPs; y, cuando uno ya estaba esperando que se animen, —por fin—,  a bajar de frente al tajo abierto y arrancar a dinamitazo puro,  oro, cobre y molibdeno; se suben al podio cerrado de su convención y desde allí, como si se les estuvieran saliendo las tripas del duodeno, sueltan su: Perú País Minero.

Aplausos, flashes y empieza el ronroneo de la auto complacencia a expandirse entre los demás mineros de salón que no están perorando en el podio, ni sentados en las laderas de los cerros, sino en las butacas de la afirmación convencionera: ¡Sí, eso es lo que somos!: ¡un país minero!

Como no podía faltar en una de estas magnas ocasiones viene en el programa, el número literario musical respectivo: Danza con Números, y allí sale el PBI meneándose, de arriba para abajo, de abajo para el medio; da una vuelta y le toma la mano a la señora Productividad. —¡Levántate y baila, no te hagas de rogar, ociosa!, —gritan los mineros de salón que están sentados y cada vez más animados.

—No es suficiente, está bailando muy lento, es que está muy gorda, eso nos preocupa… —Dice el orador que está perorando desde el podio.

De las butacas irrumpe la voz de un espontáneo con terno, ya un poco picado por el whisky: “¡Que entre la señorita Competitividad!”.

—¡Mejor que entren a bailar las impulsadoras del evento. —Responde otro al que el whisky ya se le ha ido al saco.

En este difícil viaje al Primer Mundo, —continúa el orador— todos tenemos que poner nuestro granito de arena, nuestro gramito de oro…

—¡Y nuestro gramito de coca… ! —grita jocosamente desde el fondo del auditorio otro espontáneo enternado.

—La Minería es un asunto muy serio, por favor, ¡compostura!, — retruca el orador— como decía, en el viaje hacia nuestro destino, a pesar de nuestros esfuerzos, tenemos serios escollos

—¡Los Indios  antimineros…! —gritan desde el fondo varios enternados…

—No son ellos los únicos obstáculos, por favor el power point, —hace una seña el orador a su asistente—, aquí pueden ver muy clarito en estos cuadritos, por qué somos la Caja del país —y, en efecto, la secuencia de diapositivas muestra el carnaval de miles de millones de cerrodólares que el país ha recibido gracias a su buen hacer.

Los de la primera fila se paran y empiezan a aplaudir y a darse abrazos diciéndose entre ellos: “la plata sea con nosotros”, como si estuvieran en domingo y en la santa misa.

—Pero toda esta hazaña puede irse al traste si no seguimos siendo lo que hemos sido; permítanme ahora ceder la voz en este magnífico evento, a nuestro más preclaro gurú, preparado en Harvard, en el London School of Economics, en el FMI y en la alta Conchinchina.

—¡Sí, que hable nuestro cerebro! —grita la audiencia enfervorizada.

Se sube el cerebro al podio y desde allí ilumina el último descubrimiento de la ciencia económica nacional: “Señores, después de minuciosas investigaciones y agudo escrutinio de los principales indicadores ultra científicos que disponemos, lamento informarles la ocurrencia simultánea de un grave cuarteto: que hay mucha bulla, que hace mucho frío, que falta velocidad y que el mercado no ayuda”.

—¡Oh, oh!…  ¡Ah, ah!, —se escucha por doquier. Un grave pasmo invade a la audiencia, especialmente a medida que una simpática dama va traduciendo con lenguaje de manos,  el profundo significado emanado del cerebro minero: ruido político; enfriamiento y desaceleración económica y, —refiriéndose a la China— el mercado siajodiu.

Luego, el pasmo va menguando… se van apagando las luces y por los altavoces se escucha: “Todos los asistentes están invitados al cóctel de consuelo; se ruega su comprensión por las limitaciones propias del caso.

Perú, un país de Guano; un país de Caucho; un país Minero… ya vendrá, más temprano que tarde, el país de los paisanos.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

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