Decía el poeta César Vallejo que había que poner más confianza en el anteojo que en el ojo; claro que en su tiempo no existían las cámaras digitales de alta resolución ni los celulares; los autorretratos tomaban horas en lograrse. En esos tiempos todo viaje largo era sinónimo de travesía y aquél que lo hacía se llamaba viajero y al que usaba la pluma mientras recorría su destino se le llamaba cronista. Como los viajes eran extremadamente lentos y otro tanto las estadías, la visión y la prosa del cronista maduraba con la reflexión que daba la falta de apuro.
Los tiempos han cambiado, la vuelta al mundo ya no toma 80 días, a lo más un día, y cruzar el Atlántico desde el Perú, unas 12 horas. Pero esta brevedad del tiempo ha traído también levedad en los contenidos de las crónicas. Por ejemplo, famosa es la crónica que escribió el Nobel arequipeño sobre Irak, una vez declarada la victoria de las fuerzas invasoras. Dijo Vargas que su crónica fue escrita a salto de mata, (aunque no hubieran matorrales por allí) y que conversó con muchos iraquíes (aunque él no habla árabe) y que dos de cada tres de ellos estaban muy felices por el resultado de la invasión, (la misma conclusión del ejército invasor).
También son ilustrativas las crónicas de los enviados especiales de la prensa peruana a Venezuela; nunca nos han descrito que son las Guarimbas; jamás han visitado una Misión Bolivariana ni han reportado cómo se aprueba el presupuesto nacional en una asamblea del Poder Popular. Para suerte suya, siempre tienen a la mano taxistas ilustrados que les dan una visión integral y fidedigna, (desde el aeropuerto al hotel) sobre el estado catastrófico que vive Venezuela.
En ese mismo tono y con inspiración semejante, el cronista Juan Miranda Sánchez, nos ha dejado en la edición No 46 de esta revista, una dantesca crónica sobre Cuba titulada: “Mi cuerpo ya no soporta Cuba”, donde nos resume que cuando cayó la U.R.S.S los cubanos tuvieron que comerse las frazadas; que no encontró un cubano que no coincida en que el socialismo fracasó; que la isla ya no tiene arreglo y que a nadie le importa que el país se caiga a pedazos; concluye dudando que la isla fuese un país sino más bien una gran extensión de tierra a la deriva en un océano de incertidumbre.
Volviendo a Vallejo es obvio que los cronistas ya no se apoyan en los anteojos que otorgan el conocimiento cabal de la historia o; por ejemplo, la información que revelan los indicadores de Desarrollo Humano que produce el PNUD. En el caso de Miranda es evidente que sus fuentes abundan por el lado de los “Jineteros”, (la versión cubana de los “Bricheros” locales).
En cualquier caso es cuestión de suerte; también pudo haber encontrado además de los cuerpos que ya no soportan Cuba, otros que afirman que cuando están fuera de la isla, al mes ya les falta el aire. También pudo haber merodeado por las universidades cubanas, a ver si los estudiantes piensan lo mismo que los jineteros; pudo haberse asomado a los hospitales y las farmacias cubanas para saber que las vidas cubanas, —sin lujos—, gozan de muy buena salud y gratuita además. O toparse con otros cubanos, pobres pero honrados y además ansiosos que se normalicen las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, —entre otras cosas—, para que se acabe el negocio de los cubanos que desde dentro y fuera de la isla viven de la renta que tienen por ser opositores al régimen socialista.
Tres meses después que Miranda abandonase ese país que se caía a pedazos, flotando a la deriva en un mar de incertidumbre, a Cuba llegó un visitante inesperado: el Huracán Mathew. En su estela destructiva dejó en Estados Unidos 20 fallecidos y 1000 en Haití; en Cuba innumerables daños materiales, miles de metros cuadrados de techos destruidos, centenares de postes de luz caídos, puentes que colapsaron; pero en lo fundamental, la vida humana, ni una sola víctima.
Habrá cuerpos mal agradecidos que no soportan Cuba; pero visto está que a la ingeniería social y solidaridad que se despliega en defensa de la educación, la salud y la vida humana no la pueden doblegar 55 años de bloqueo económico ni el acoso propagandístico de toda laya; pues a Cuba y su revolución, no la tumban las malas lenguas, ni siquiera los huracanes, por si fuera poco.