Cuando se echó a andar la guillotina judicial y cayó Toledo, luego Humala y vimos, —vemos ahora—, a los demás presidenciales tratando de evadirse de las rues que conducen a la Place de Concorde peruana, (Concorde es la famosa plaza parisina donde se montó la máquina que le cortó el cuello a la monarquía francesa), un servidor pensó que el Sistema se iba a curar en salud; que no iba a dudar un instante en subir al carromato pre mortuorio a sus mamarrachos principales; digo a sus presidentes; y entregarlos a la ira del populacho para que éste se los coma y los queme como castillos de fuegos artificiales en cualquier fiesta patronal; todo esto bajo los reflectores de sus medios de prensa, televisión y radio; que se lea, vea y oiga un fuego purificador que reivindique su democracia, dejando intactos sus regímenes jurídicos, económicos, tributarios y de propiedad, que garantizan su supervivencia como élite dominante y socialmente excluyente.
Pensé entonces que había llegado la hora de los mamarrachos y me equivoqué. No pude entonces oír que lo que se venía eran horas de tango, de tango marginal, arrabalero, de esos donde los hombres, compadritos blancos, con sombrero y pañuelo de seda al cuello, parados en una esquina, apoyados en un poste de luz, y que súbitamente pegan un salto y toman la cintura y la mano de una mujer esbelta y empiezan a dibujar en el suelo incesantes figuras, mientras bailan y entrecruzan con belleza y sin pudor entrepiernas, torsos, pechos y mejillas. Aunque la belleza de la fluidez del movimiento y su ritmo trepidante vayan a contrapelo de su lírica contundente, patética y maldita: Siglo XX Cambalache, cualquiera es un ladrón, cualquiera es un señor. Los giros de la danza, arrojan la crónica judicial, policial, social: “Un tal Carhuancho envía a la cárcel a un tal Graña Miró Quesada”; tengo que interrumpir, tengo que ir un ratito a París, al cementerio de Montparnasse y dejar la nota en la tumba de Vallejo: “César, César, mira, el hijo de Paco Yunque mandó a la cárcel al hijo de Humberto Grieve”.
Horas de tango, siempre el movimiento, sin silencios, letra lacerante, maldita lírica: Cuesta abajo en la rodada, arrastrando la vergüenza de haber sido, arrastrando el dolor de ya no ser… La viñeta del tango acaba en la crónica policial: los compadritos terminan el tango en el penal de Piedras Gordas. La viñeta se acaba, pero la música sigue, cuesta abajo en la rodada, también cae y rueda el apostólico compadrito, Pedro Pablo, a quien un servidor, con la modestia del caso y con el debido respeto ya lo había inscrito —hace dos ediciones— en el Cártel de los presidentes encarcelables.
Hace unos días el compadrito ha aparecido Cuesta abajo en la rodada, con las ilusiones perdidas, pero con la mentira al tope, bien acolpachado por sus ministros, bien al terno, frente al podio, anunciando la defensa de su honra. Las cámaras y reflectores han ponchado en plano medio superior, obviando el calzado, tremendo detalle, llevaba los mismos zapatos viejos de otro gringo viejo, el ex presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, —otro fugado como Toledo—, y ahora viviendo protegido en Washington.
Contra la lírica maldita del tango del acabose que empieza a resonar en todos los pasillos del establishment surgen aterradas ahora las voces que claman mesura, tranquilidad; voceros de la gran minería piden serenidad: ¡nada de nuevas elecciones ni otra constitución!. Nada de ¡Que se vayan todos!
Reconociendo la magnitud de la crisis nos aseguran que todo se arreglará con una simple transfusión de heces.
Seguro que tienen razón, no en vano dicen en Wall Street que después de que uno gana su primer millón de dólares, uno se vuelve bruto.
Publicado originalmente en ElBuho.pe