Libia: la revolución manchada

Hablando de revoluciones  y geometría, se dice que una revolución es la trayectoria circular que describe un móvil que, al partir de un punto determinado, regresa a este mismo lugar luego de haber completado su recorrido. Aplicada este física caprichosa a distintos sucesos históricos en la sociedad humana, podría explicarse geométricamente como Luis XVI, luego de la revolución francesa, termina siendo Napoleón Bonaparte; o como el zar Nicolás II, al final de la revolución Bolchevique en Rusia, acaba transformado en Stalin; y como, después de la Gran Marcha de Mao y la derrota de la república de dinastías de Chiang Kai-shek, en China se instala una nueva y única dinastía, que perdura hasta hoy: la del Partido Comu-capitalista Chino.

Claro que esta geometría es muy simple; si uno quisiera ser evolucionista, se podría dar un salto y decir que la historia es tridimensional y que las revoluciones no regresan al punto de partida sino que siguen una trayectoria helicoidal y ya, (con la flexibilidad que da la libertad de pensamiento), puede uno hasta decir que la historia descansa en un resorte de pasiones  y tragedias.

Lo malo es que ninguno de estos apoyos geométricos y físicos sirve para describir lo que ocurre actualmente en Libia.

Hasta antes del 20 de Marzo en que occidente decidió —una vez más— inmiscuirse “humanitariamente” en el país norafricano, los tituleros de sus medios de comunicación emparrillaban sus notas periodísticas debajo de titulares como: “La Revuelta contra Gadafi”, “El despertar norafricano”, o, más específicamente: “La Revolución Libia”. De pronto, los titulares dieron paso a “110 misiles Tomahawk alcanzan blancos en Libia”; “Gadafi, prácticamente, se queda sin fuerza aérea”; “Aviones franceses bombardean caravana de tanques que iban atacar Bengasi”, y casi imperceptiblemente han ido desapareciendo de los reflectores mediáticos las multitudes airadas reclamando libertad, democracia  y justicia.

Como si de un fundido cinematográfico se tratara, que trae un escenario completamente distinto, la calle y el bullicio humano se han perdido, ya no se enfunda la gente de dignidad para enfrentarse contra la tiranía, son ahora los TopGun,  http://es.wikipedia.org/wiki/Top_Gun_(pel%C3%ADcula) occidentales quienes se enfundan en sus supersónicos, acomodándose el casco y los visores oscuros, la máscara de oxígeno, cerrando su escotilla y luego haciendo piruetas en el aire, más tarde, en la screen blanco y negra de su playstation nos muestran, en la cruz de su mirilla, el impacto del objetivo. “Están cumpliendo un buen trabajo”, dicen ellos; dicen que han dado en el blanco. Los del blanco se quedan en negro de luto y pocos saben si los muertos eran civiles inocentes, si eran civiles y también si eran culpables; como si una cosa u otra, —a los deudos—, les diese mayor consuelo.

Ya no hay revolución democrática en Libia; ésta no es Túnez, ni tampoco Egipto. Será que la chispa democrática solo puede encenderse en praderas llenas de gente (Egipto, 70 personas por km2; Túnez, 64; Libia tiene solo cuatro).  Será porque Gadafi es un orate completo y tanto Mubarak como Ben Alí, aunque locos, tenían la camisa de fuerza del ejército en su contra. Lo cierto es que la efervescencia social ha cambiado hasta de título. La cosa ahora es La Batalla de Libia y los demócratas (pueblo ejerciendo poder) ahora no son demócratas sino “luchadores Pro-Democráticos”; gentes que han encontrado chamba trabajando para occidente,  haciendo La Revolución de las Doble-Cabinas, llevando en la tolva de la camioneta lanzacohetes,  y luchadores disparando con una mano tiros al aire y con la otra tercamente haciendo la “V” de la victoria; y la verdad es que nunca se sabe si van de ida contra Gadafi, o vienen de vuelta huyendo de él.

Una explicación simplista es que a los países occidentales, —involucrados en la acción militar—, les mueve el afán de apropiarse del petróleo libio. Otra explicación, más simple aún, es que Libia no es un país, sino el feudo de la familia Gadafi; por lo tanto,  sólo una mínima parte de los ahorros/reservas del país fachada está en los bancos occidentales a nombre de cuentas tipo Estado de Libia. El grueso de la fortuna es de la familia Gadafi; pero estos ahorritos (estimados en más de 120 mil millones de dolarcillos) no navegan por el sistema financiero directamente en sus nombres sino en un complicado alambique bancario de cuentas ocultas y medio secretas,  difuminadas en una red de inversiones cuyo mapa de laberinto pocos conocen; pero,  si por esas cosas de la fortuna,  los Gadafi perecieran a manos de los rebeldes, aquellos pocos conocedores del mapa del tesoro, serían más pocos, y claro, muchísimo más afortunados; porque ya se sabe que quien hurta al ladrón, tiene el perdón asegurado de antemano.

Pero la explicación más simple de todas es que el Imperio y sus socios ya han igualado al Caballo de Atila, porque en la tierra que pisan (Irak, Afganistán y ahora Libia), no vuelve a crecer la hierba.

     Publicado originalmente en LaRepública.pe

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