Libia: un lugar en la cloaca

Solían decir los antiguos augures que maldita era la suerte de aquellos a quienes la fortuna había sonreído desde muy temprano y por muy largo tiempo. Estas cosas las desprendían del canto de las aves o de la caprichosa figura que formaban hojas secas al caer en el ámbito del adivino. No hay que buscar ahora graznidos extraños en las aves, ni confundirse con los remolinos de hojas secas que promueve el viento del otoño. Solo hay que tener memoria de la historia reciente: Sadam Husein, 36 años en el poder, al que llegó poco tiempo después de cumplir los 30; y ahora, Muammar al Gaddafi, llegó al poder muy joven también: 27 años y se quedó 42, nada más. Más maldita no ha podido ser la suerte de ambos.

Al primero, —hiciese lo que hiciese— todo le salía tan bien que pensó que el futuro iba a ser la continuación del pasado. Llevó a su pueblo, Irak,  a la carnicería de la guerra con Irán, y nada. Invadió Kuwait, occidente lo sacó de allí en la Guerra del Golfo, y nada, siguió incólume; lo que no tenía en armas lo tenía en lengua: alardeaba de contar con armas de destrucción masiva —que no tenía— y pensó que occidente jamás lo alcanzaría. Su lengua lo perdió. Las armas que no tenía fueron la excusa primordial, para la invasión a Irak.

Apenas comenzada la invasión aseguró a los suyos victoria segura sobre los infieles; que Irak iba a ser el cementerio de los Estados Unidos. No ocurrió, aunque cementerio si hubo: más de un millón de muertos iraquíes, dos millones de refugiados. Había creado el infundado rumor de que poseía bunkers inexpugnables, en diversos lugares del país: nada fue cierto. Juró que resistiría y vencería al invasor: tampoco ocurrió.

Diez meses después de la invasión a Irak, los estadounidenses lo capturaron vivo, —capturaron es un decir—, la verdad es que al temido y largamente poderoso presidente de Irak, lo encontraron solo; sin seguridad alguna; no en un bunker, sino escondido en un barril de madera, (viviendo como el Chavo del Ocho), adosado a un pozo, en un solar desolado de un pueblito cualquiera. Salió del barril como lo que era, un enajenado; el pelo desgreñado, la barba crecida y completamente desorientado.

Al segundo, el libio Gaddafi, la tempranera y larga estadía en el poder también lo perdió. La retórica antiimperialista le sirvió un par de décadas hasta que el imperialismo le cayó en picada, desde el cielo, en 1986, matando a su hija y haciendo polvo su fortín; pero sobrevivió al bombardeo.

Sus dos últimas décadas no son propias de registrarse en la historia, sino en los anales de la psiquiatría; en su mente se agitaban gotas de socialismo con gramos de nacionalismo, unas tazas de Islam con toneladas de millones de dólares; carpas de beduino que se alojaban en hoteles europeos de cinco estrellas y que hospedaban su más alta ensoñación: “Soy el Rey de Reyes de Africa”.

Luego venía su labor pastoral: prédicas religiosas únicamente impartidas a una selección pagada de sensuales adolescentes italianas; abrazos con el inglés Tony Blair,  parrilladas con el español José María Aznar, besos mediterráneos con el italiano Berlusconi y palmadas en el hombro con el francés Sarkozy.

Tenía esposa, pero dicen que no podía vivir sin la rolliza voluptuosidad de sus dos enfermeras ucranianas. Nunca visitó al psiquiatra y, cuando en necesidad, le bastaba con mirarse al espejo y llamar a algún amigo occidental para preguntarle por el mejor cirujano estético europeo para hacerse un lifting en el cachete.

En esas andaba, confundiendo suras (capítulos del Islam) con cuentas secretas bancarias, hasta que se le empezó a mover el piso; caía su vecino tunecino Ben Alí, y el egipcio Mubarak. Era la Peste Democrática y el no estaba para pestes. Se subió a un promontorio y desde allí anunció: “¡Ratas!, ¡los voy a perseguir, estén donde estén, casa por casa, calle por calle hasta el último callejón y allí los eliminaremos!”

Y así ocurrió,  pero en sentido inverso. Los aplastaron con bombardeos, pueblo por pueblo, casa por casa, calle por calle, Muammar Al Gaddafi, el antiimperialista de juguete, la Gloria de la Verde Libia, el amigo de los imperialistas, el multimillonario Rey de Reyes Africano, salió raudo del último callejón para esconderse en la última cloaca de su pueblo natal Sirte; de allí lo sacaron como a una rata (tal y fiel a su amenazante predicción) y los Combatientes por la Libertad, digo, los pirañas armados y pagados por occidente lo masacraron sin piedad; no tuvieron con él ni siquiera la consideración (Halal)que por su religión, conceden a los animales cuando los sacrifican.

La coalición de tribus pro occidentales que ahora se dispone a gobernar Libia, afirma que han matado a Gaddafi, y que con su muerte se abre una nueva etapa de Paz y Democracia para Libia. Sin duda, eso creerán los bancos occidentales que, ahora, no tendrán quien reclame los millonarios fondos secretos del dictador, pues seguirán siendo más secretos que nunca para los libios, pero libres de polvo y paja para los banqueros.

Aterradora paz y democracia la que le espera a Libia si ésta va  a nacer del asesinato, porque aunque ellos crean que han “matado” al viejo dictador, lo que todo el mundo ha visto es a un pobre enajenado morir a manos de una turba de enajenados.

Es probable que hayan sacado a Gaddafi, como una rata, de la cloaca; pero son más bien ellos, (quienes privándole al sátrapa de un juicio justo), los que se han quedado atrapados en esa madriguera de sangre.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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