Osama/Obama y la Ley del Imperio

El Perú es un país de graves contrastes; cuatro de cada diez peruanos son pobres; y de esos cuatro, uno es pobre hasta la remaceta. En el rostro geográfico del país se alternan el sol abrasador del desierto costero,  con las nieves perpetuas de sus nevados andinos; la proliferación urbana del ladrillo sin tarrajear, con la alfombra verde de la selva. Tiene gentes talentosas en las artes, en las letras y en la industria; y mucho antes que apareciera su Chef estrella, Acurio, ya tenía una completa y exquisita gastronomía.

Las limitaciones propias de la pobreza han acicateado la creatividad de sus pobladores; se fabrican sus propias herramientas; adaptan/jakean  sin permiso los mejores programas de software; DVDs de las últimas películas circulan en el mercado casi antes de su estreno oficial; sus mecánicos  cambian/adaptan los motores y la dirección (timón) de los carros como si se cambiaran de camisa. Pero también la pobreza ha acicateado la picardía y maldad de los truhanes; a muchos de éstos, la plata les llega sola; y donde no llegan ni la plata ni los guachimanes, llega Fuenteovejuna.

Cuando pobladores de las zonas marginales, bien entrada la noche, descubren en medio de pitos y golpear de latas, que se ha atrapado a algún ladrón, llevándose una licuadora o algún otro enser o valor doméstico, le cae la ley de los sin ley: lo golpean como si golpearan a un saco de papas; lo desnudan y arrastran hasta un poste de luz, lo amarran con alambre de construcción, lo orinan públicamente, rocían su cuerpo con gasolina y si la policía no llega, lo queman vivo; afortunadamente, —en la mayoría de los casos—, la policía llega tarde, pero llega y el pobre desgraciado, medio muerto y medio vivo encuentra casi el paraíso, en la comisaría.

Esto es lo que se sabe que pasa en estos episodios de fuenteovejuna, lo que no se sabe es cuantos de aquellos que con mayor saña ultrajaban al desgraciado, son ellos mismos, —a su vez—, ladrones libres de ataduras pero no de culpas, que exorcizan en público y simbólicamente en el prójimo, al demonio que vive en ellos agazapado.

Y lo que ocurre en la periferia también alcanza la cúspide: el Perú tiene a un ex presidente purgando condena en la cárcel por causas completamente ajenas a la correcta administración del Estado. El actual primer servidor público tuvo a bien poner sus pies en polvorosa, durante el tiempo necesario para que los delitos que se le imputaban, prescribieran; y aunque la prescripción no es en sí un olvido judicial, le ha permitido incluso presidir un segundo gobierno.

Con este trasfondo donde parecen convivir el bien y el mal por partes iguales, el Perú, —aparentemente—, poca cátedra de idoneidad moral podría dar al mundo, tanto que es probable que muchos que ahora bordean la veintena, desconozcan que en este país tan dislocado, un modesto equipo de policías capturó en agosto de 1992, —sin disparar un solo tiro—, al líder único y supremo del movimiento más sanguinario y violento de América Latina en el siglo XX, Sendero Luminoso. Dejando en la captura no solo evidencia videográfica del operativo, sino testimonio de la supremacía moral de aquellos policías; digo, simples servidores públicos cumpliendo su deber, respetando la ley y sometiendo al delincuente al imperio del Estado de Derecho.

Qué contraste con el impacto noticioso mundial de la eliminación de Osama Bin Laden esta semana. El premio Nobel de la Paz, Barack Obama se sube al podio y anuncia al mundo que, —siguiendo sus órdenes—, marines estadounidenses han matado al saudí inspirador de Al-Qaeda y presunto responsable de los ataques del 11 de Setiembre del 2001. Al poco tiempo empezó a correr el champán en Nueva York; en Perú el primer servidor del Estado atribuyó la muerte de Bin Laden a un milagro del Papa polaco, recién canonizado, Juan Pablo II. El aspirante a Nobel de economía peruano, atribuyó la muerte a que el domicilio del saudí, (siguiendo El otro Sendero), figuraba en la guía telefónica de Pakistán, porque la propiedad del fundamentalista islámico “¡se había formalizado¸en los registros públicos!”. En estas mismas páginas, un reconocido jurista peruano de talla y oficio internacional (ver No fue milagro http://www.larepublica.pe/06-05-2011/no-fue-milagro) si bien negó que la ejecución fuese un milagro, concluyó señalando que se “privilegió el camino de la inteligencia y las operaciones encubiertas”.

No ha habido personaje público que no haya añadido su voz en este coro de satisfacciones y salvo el cineasta Michel Moore http://es.wikipedia.org/wiki/Michael_Moore y Robert Fisk http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Fisk , nadie ha reparado en que ha sido un asesinato a secas y donde el debido proceso judicial ha brillado por su ausencia.

Yo no sé si los estadounidenses, con la ejecución extrajudicial de Bin Laden, tienen motivos suficientes para celebrar; lo que sí creo es que deben cerrar todas las facultades de Derecho, Filosofía, Historia y Ciencias Políticas de sus universidades; está visto que de nada les sirven, igual pueden retirar la Estatua de la Libertad  http://es.wikipedia.org/wiki/Estatua_de_la_Libertad de Nueva York y la efigie de Thomas Jefferson http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Jefferson en Washington DC. Para lo que hacen ahora en historia y en política, bien se pueden bandear con un team de programadores para videojuegos; y para regular su vida jurídica tienen suficiente con un equipo de redactores de manuales de procedimientos y funciones de cualquiera de sus bancos.

Matado sin proceso judicial, nunca se sabrá si Bin Laden fue el único inspirador del ataque a las torres gemelas o si éste fue un trabajo combinado de fuerzas tenebrosas estadounidenses “guiando” a sus propios enemigos, para reeditar el incendio del Reichstag http://es.wikipedia.org/wiki/Incendio_del_Reichstag de la Alemania hitleriana, en el siglo XXI; ver Conspiraciones del 11 de Setiembre http://es.wikipedia.org/wiki/Conspiraciones_del_11-S

El ataque a las torres gemelas de Nueva York se cobró la vida de más de tres mil estadounidenses. La venganza, (llamada La Guerra contra el Terror), según estimados modestos, tiene ya más de un millón de muertos. Seguramente, basados en esta aritmética, el jurado sueco le concedió el Premio Nobel de la Paz a Barack Obama; un abogado de profesión que no respeta la Ley del Derecho sino la ley de la selva; o sea, la ley del Imperio.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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