Fue en una tertulia, entre amigos, en España; cuando España estaba que no veas: cómo estaba España: (de igual a igual con USA; digo cuando los españoles recordaban que su ex Presidente Aznar fumaba puro y tomaba la cerveza del pico, con los pies sobre la mesa, con Bush y Blair, al costado, en plan de relajados amigotes, con el mundo debajo de la mesa; ¡así estaba España!) Fue en esa reunión , cuando uno acotó como la empresa insignia de esa España estupenda, digo la Telefónica, no sólo había hecho historia novelesca allende los mares, por los desvaríos de grandeza de su presidente de directorio, Juan Villalonga, (un compañero de carpeta de Aznar), que no supo distinguir entre el juego del monopolio y las referencias de la realidad; que igual se premiaba con acciones preferenciales de la bolsa, o que se quedaba con la Trophy wife del mandamás mexicano de Televisa. Sino también por sus andaduras en Perú, el carácter corruptor de la compañía, de cómo había doblegado voluntades en toda la aritmética de los poderes del estado; entiéndase, el uno, el dos, el tres y el último, la prensa, que le dicen cuarto poder de la cosa, para conseguir innumerables gollerías; y por allí se armó la polémica: que corrupta, corrupta, la compañía española, pues ni tanto, que era una modalidad que tenía que adoptarse y adaptarse, pues eran los nacionales sudamericanos quienes, debajo de la mesa, exigían su “y como es la mía”, porque “si tú vas a ganar, yo —que en suertes estoy aquí— porque voy a perder” y mientras uno explicaba cómo es que Alfonso Bustamante, (a) el “Zorro”, pasó casi simultáneamente de ser Canciller de Alberto Fujmori, y privatizador de la Compañía Peruana de Teléfonos, para culminar como Presidente de Directorio de la Telefónica española en el Perú, sin que ningún medio de prensa peruano perdiese el rubor o que a algún prestigiado comentarista se le ocurriese curiosear sobre una eventual incompatibilidad de funciones o aprovechamiento de cargo público; sigo, mientras cada cual añadía más argumentos en uno y otro lado de la balanza, de que si primero fue el huevo de la telefónica o la gallina peruana, no solo pasaron horas sino, pensándolo bien, hasta creo que han pasado años y la competencia entre la picaresca española y la pendejada peruana sigue revoloteando todavía en el gallinero, por lo menos de la prensa.
Así entonces, en un evento muy especial, el señor Cebrián, deja su recargadísima agenda de director fundador del, supuestamente, más importante periódico global en español, El País, para entrevistar al primer servidor público del Estado peruano. Difícil saber quién se habrá aburrido más, si el entrevistador o aquellos lectores que por disciplina siguieron la lectura hasta el párrafo final. Un servidor, confiesa haber abandonado tal lectura al primer síntoma de tedio.
Claro que la noticia no era la entrevista a un jefe de estado, ni lo que dijo o dejó de decir éste; ni qué preguntas se le quedaron en el tintero al interrogador. Hay que leer, sí; pero no en el orden en que expone la prensa. Por ejemplo, a propósito de aquella entrevista, un servidor ha leído lo que no estaba escrito:
En mayo del año pasado venció la licencia que tenía Telefónica española para operar en el Perú; dentro de poco será un año que opera sin licencia. No pasa nada. La compañía le debe al Perú un sencillito: 2,300 millones de soles; ¿tanto? No, que va, eso hay que conversarlo: están conversando ya varios poderes del Estado, el uno, el dos, el tres; y el cuarto, la prensa, El País, claro que también está conversando; a ver, diga usted, amable lector, ¿ en cuánto quedará la deuda después de tanto conversao y entrevistao?
Cualquiera que haya trabajado en un periódico serio, sabe que los directores no tienen tiempo, ni para vivir y menos para, —en las puertas de la jubilación—, volver a la calle y entrevistar a un encumbrado; habiendo tantos reporteros calificados y corresponsales capaces, incluso, de sacarle confesiones al diablo. Salvo que dicho director, hace ya mucho tiempo que no tiene nada que dirigir y más bien sea un “dirigido” por intereses ajenos al oficio tradicional de la prensa. O sea, por si no se ha entendido, un servidor ha leído: compañía en puja con el Estado, hace deliciosa entrevista a estadista, éste, víctima de la mermelada, se confiesa “equilibrista” y se pone Cabral: “No soy de aquí, (izquierda), no soy de allá, (derecha)”; y ante El País, saca su DNI paisano: “Soy de abajo”, afirma; y a uno le sale eufórico el “!Viva el Perú, carajo!” y, —de paso—, me regresa la musiquita de Fujimori: “Nun…ca tuvimos… la oportuuniiiidaaaaadd…, ahora tenemos la… tunidaaaaad” y regreso a mi infancia y me siento otra vez en las aulas de mi Gran Unidad Escolar, José Domingo Choquehuanca, en Puno, escuchando al general Manuel A. Odría, como si nos mandara a escribir cien veces: “!Más vale hechos y no palabras!”.
Escribí en Los mamones asustados, que los dueños del Perú no iban a perder ni una ubre; el estadista, lo ha confirmado: ya se ha iniciado la gran transformación del Perú.
En efecto, es cierto, ya se ha cambiado la camada de unos mamones, por otros; la ubre sigue intacta.