Hay un Perú bien que está muy bien; bien crecido; bien alimentado; bien fondeado, con cuentas aquí y allá; bien cuidado, con guachimanes en la esquina, en la puerta y en el patio. Bien matriculado en este colegio y en aquella universidad. Hay un Perú bien que está muy bien; que come rico, bebe fino y vacaciona como cangrejo. Hay un Perú bien, que está tan bien que no puede ni siquiera morirse porque los doctores le cambian el corazón y la sangre; le cosen las hernias, le implantan rótulas, uñas y caderas. Hay un Perú bien, que está tan bien que nunca envejece y al que según la estación y el sexo, le aumentan los senos, le alisan los carrillos, le mudan el color de los ojos, le alientan las gónadas y se le fortalece el alma.
Hay un Perú bien al que se le ha desaforado la imaginación y se ha igualado a Walt Disney, George Orwell y Juan Ramón Jiménez. Este último tenía su burrito, Platero; Orwell, una granja donde mandaban los cerdos; y Disney hacía volar hasta al elefante Dumbo. El Perú bien que está muy bien, (ya a la altura de los grandes fabulistas), ha abandonado el racismo y ya no llama a los nativos, indios; sino, a lo waltdisney: auquénidos; al presidente de Venezuela, el orwelliano: Cerdo de Caracas; y al compañero Evo Morales de Bolivia, le moteja el juanramoniano Acémila de La Paz.
Hay un Perú bien que si Ceteris Paribus (léase: si el precio de los minerales y la cocaína sigue siempre en alza), algún día, no muy lejano en décadas, alcanzará a la Magnífica China de hoy en día. Como se sabe, China es el país que más millonarios tiene en el mundo, (870 mil), y también es el que más pobres tiene (800 millones que siguen viviendo como en los tiempos previos a la revolución de Mao). Pero no importa China sino que el Perú siga bien. Claro que si el Perú siempre estuviera bien, sería aburrido, monótono y predecible; por eso, como en todo buen drama, de vez en cuando tiene que haber suspenso y la sensación de que todo puede acabarse.
Miguel de Unamuno se ocupó sobre el sentimiento trágico de la vida de los españoles. De haber podido hacerlo, ahora se hubiera ocupado del sentimiento apocalíptico de los hijos y entenados de los españoles, en estas partes de América. Cada vez que enfrentan un proceso electoral incierto, los invade la angustia; como si pese a la extirpación de las idolatrías, los viejos dioses de los indios volviesen a atormentarlos en sus sueños; se despiertan temblorosos y mientras el sudor frío les recorre el alma, no saben si son ellos los dueños de estas tierras, o si están pobres y de regreso en las carabelas.
Esto ocurre cuando en el horizonte de la realidad emerge un Perú grandazo que está mal, al que los peruanos, —si se descuida—, le roban los lentes, la hora, la honra y el diario. Un Perú grandazo que está mal y que sabe perfectamente que algo ha crecido; por ejemplo, la delincuencia; que es otra forma de decir que ha crecido la injusticia. Un Perú grandazo que está mal y que sabe que se habla y se escribe sobre la delincuencia y los delincuentes como si estos no fueran peruanos como nosotros; y por esa misma razón nosotros mismos no fuéramos delincuentes. Un Perú grandazo que está mal porque sabe que ha crecido la corrupción; y que sabe que se habla y se escribe sobre la corrupción, como si los corruptos fuesen otros y no nosotros mismos. Como si solo fuesen corruptos los políticos, los jueces y los policías; y no los médicos, ingenieros, profesores, catedráticos, empleados públicos, privados y agregue el lector su propia lista.
Pocas formas hay para mostrar al mundo de cuánto hemos crecido, como el número de guachimanes por manzana urbana que hay en el país. Tan bien estamos, que no precisamos que ningún ejército extranjero nos invada; los peruanos mismos somos botín de nosotros mismos. Hace medio siglo, (en mi infancia), no era necesario echar llave a la puerta de la casa; ahora no se puede dejar ni el felpudo, porque otro peruano se lo lleva.
Los dueños del Perú —hay que reconocerlo—, así pierdan electoralmente, siempre tienen asegurada la victoria; porque tienen el suficiente poder “persuasivo” para cooptar y neutralizar a cualquier presidente; a los congresistas golondrinas que siempre volarán raudos con su voto hacia donde está el dinero; a jueces y magistrados que solo tienen cuentas de ahorro en cash. Además cuentan con la deliciosa colaboración de la televisión y la prensa, lo que les asegura un país infantilizado; sin voz, con muchas ganas de distraerse y siempre dispuesto a obedecer.
El miedo electoral que se asienta en estos días no tiene nada que ver con un país que se va al precipicio; ni con alguna teta asustada; la marrana/dueños del Perú no va a perder ni una ubre; lechones siempre va a haber; a lo más, lo que puede cambiar, es la camada de mamones.
Publicado originalmente en LaRepública.pe