Mientras la prensa española se instalaba en el género del obituario/ficción, adelantando las coronas fúnebres y el carro mortuorio que —lentamente y a paso de cortejo de Estado—, abría su marcha, allende los mares, entre la Habana y Caracas, llevando a un Espartaco/Hugo Chávez, yerto y callado (como quería su rey); mientras eso ocurría, un súbito reporte judicial proveniente de Suiza les destapó un auténtico muerto mediático: resulta que el tesorero del partido de gobierno (que impone el shock económico “Donde todos los españoles tienen que ajustarse los cinturones”), se había hecho muy rico fuera de España; con cuentas en Suiza, (22 millones de euros), Panamá y una modesta chacrita de 30,000 hectáreas, (dos veces la irrigación de Majes), en la Argentina. Este fundito, para mayores señas se llama “La Moraleja”, de cuyo apelativo, fácilmente se pueden colegir dos cosas: una que, —en efecto y en todas partes—, la plata a la política llega sola; y dos, que tiene razón el presidente peruano cuando afirma que los vínculos que tienen los españoles en Sudamérica son indestructibles, y que van más lejos incluso que el propio idioma.
Paréntesis: la persona encargada de hacerle los discursos al primer servidor del Estado peruano, —aparte del manual de protocolo— debería pedirle a alguien, le pase un resumen noticioso internacional, para evitarle a su jefe (refiriéndose a la situación en España) lindezas tales como: “Esta crisis será pasajera y España demostrará su fuerza, como ya lo viene demostrando”. Cómo saber si el ilustre anfitrión peruano; con eso de las demostraciones se refiere a los miles de manifestantes madrileños que intentan llegar a la sede partidaria del también ilustre visitante español para dejarle mensajes iracundos como: “Presidente, ladrón. ¡Sí hay dinero, lo tiene el tesorero…! O si por la fuerza se refiere a la multiplicación de la policía antimotines, que un día sí y otro también tiene amurallados el local del partido gobiernista y el propio Congreso de España.
Con ese inevitable trasfondo noticioso, a las pocas horas, se anuncia en Madrid y en Lima que el gobierno peruano renovó el contrato con la compañía telefónica española, luego de imponerle unas condiciones “muy duras”, que tendrán que sufrir los ibéricos, digamos por una generación entera, (18 años y pico); para que se entienda, los peruanos nacidos este año (suponiendo que sigan una educación regular) llegarán a ver el término del contrato, cuando estén por acabar su carrera universitaria.
Hace un año, en este mismo blog (Ver Perú: el País y el paisano ) y en relación a la deuda que tenía Telefónica con el país, preguntaba al lector: “¿en cuánto quedará la deuda después de tanto conversao y entrevistao?” Un año después; después de tanta negociación digo, ya se sabe, el roce hace el cariño, luego viene la mutua comprensión y hasta el aprendizaje del madrileño juego callejero del Trile; un embuste donde hay que apostar en cuál de los vasitos está la pelotita/ganancia del contrato y donde, —claro es—, nunca gana el que apuesta sino el dueño de los vasitos.
En un vasito, según el diario El País, se beneficiarán 10 millones de peruanos de “bajos recursos”; en el segundo vasito, según la prensa empresarial los diez millones se reducen a un millón de usuarios con “tarifa social”; y en el tercer vasito, donde estaba la pelotita/deuda… bueno, que no está aquí, tampoco allá; o tal vez sea que las deudas viejas no se pagan por obsoletas y las nuevas… pues hay que dejarlas añejando.
Afortunadamente, estamos en democracia y se puede pedir todo, que en pedir no hay delito, así la Asociación de Consumidores pide que se haga público el contrato; un pedido realmente ingenuo que raya en la complicidad, en tanto que lo público, por más intricado que sea, es siempre legal. La verdadera dinámica del capitalismo corporativo global no figura en las notarías sino en el entramado de transferencias oscuras que corren en los paraísos financieros con cuentas encriptadas donde casi nunca llega un juez y si algo llega a saberse es gracias a algún empleado bancario díscolo pero con mucha dignidad.
Las cuentas secretas son, como su nombre lo indica, ocultas y no se pueden descubrir; pero como reza el refrán, hay cosas que no pueden esconderse: el talento y la fortuna. De los tres últimos ex primeros servidores del Estado Peruano, uno está preso. Dos no tienen fortuna, y parece que tienen talento porque dicen que universidades extranjeras les pagan buena lana por dar conferencias; un talento académico desconocido debe ser, porque que se sepa no han inventado nada, no han descubierto ni siquiera la cura para la resaca. Pero a falta de fortuna tienen suerte; a uno le prestan un titi de 100 mil dólares para que se pasee por Lima; y al otro le toca una suegra millonaria, que ha trabajado toda su vida; aunque en Europa y en el Perú hay millones de suegras que han trabajado toda su vida y que ni siquiera trabajando hasta después de morirse, llegaran a ser millonarias. Eso sí que es suerte.
Lo que no es suerte, sino ya toda una costumbre digamos administrativa de la Telefónica, es que aquellos que negocian “duramente” contra ella, terminan trabajando para ella; ocurrió con el canciller Bustamante de Fujimori, acaba de ocurrir con Rodrigo Rato y si el Ceteris Paribus empresarial se cumple, el actual ministro peruano de la cosa de las telecomunicaciones, dentro de poco ya tiene asegurada su silla en el otro lado del auricular, con vasito y pelotita y todo.