La noche en que capturaron a Radovan Karadzic, http://es.wikipedia.org/wiki/Radovan_Karad%C5%BEi%C4%87 pocos creían que el implacable montenegrino, (primer Presidente y comandante supremo de la República Serbia de Bosnia, que se paseaba altanero en uniforme militar, gesticulando con gravedad en los teatros de su particular guerra de limpieza étnica contra los musulmanes bosnios en 1982), era aquel apacible santón de mullida melena cana y profusa barba que oficiaba de psiquiatra curandero en una clínica particular de Belgrado en julio del 2008. Durante 13 años había evadido a la Interpol, probablemente ayudando a que sus eventuales pacientes se liberasen de las fobias y angustias que atormentaban sus almas. Que mejor escondite para un fugitivo real que mimetizarse con aquellos que sufren delirio de persecución.
Desde aquella noche ya han pasado casi cuatro años que el Carnicero de Srebrenica ha dejado su look santón y ha vuelto a ser el que era: un hombre resoluto; pero con un fin distinto: ya no manda a matar sino que dedica su tiempo a defenderse, tratando de explicar lo inexplicable, que realmente él no había ordenado lo que se le imputa sino que “su pueblo” tenía que “defenderse” de las agresiones que era objeto; y no ha llegado al castrista “la historia me juzgará”, porque quien lo está juzgando es nada menos que el Tribunal Penal Internacional, en un nada menos que también histórico juicio sobre el mayor genocidio europeo después de la segunda guerra mundial.
Digamos que Karadzic ha seguido un camino poco lineal y más afín a las antípodas: de horriblemente malo a calmamente bueno: de carnicero a curandero. De poca utilidad le sirven los extremos, en estos momentos que vive su calvario judicial cuya mejor perspectiva de desenlace es entre la cadena perpetua o la muerte liberadora quien sabe cuando, en cualquiera de los recovecos de la ancianidad.
El presidente Bashar Al-Assad es un sirio de imagen pulcra, larguirucho; siempre al terno, con su nariz respingada y rostro afable; la prensa occidental nunca le ha encontrado un rictus desafiante; incluso cuando le dicen lo peor, parece que no se estuvieran refiriendo a él. Como oculista con postgrado en Gran Bretaña tuvo el ojo de escoger a una distinguida dama anglosajona como esposa, quien a la par de proveerle descendencia le dio una aureola de pro-occidental y modernista. Más su esposa que él, han sido objeto de la adulación de las revistas rosas de occidente; pero en su tierra, su lugar preferido está en las gigantografías que despliegan sus seguidores.
De haber tenido un apellido cualquiera, Bashar, probablemente seguiría siendo un pulcro oculista; empujando el visor frente al rostro de sus pacientes, estaría apretando los botones que disparan haces de luz sobre las córneas y se aburriría pidiendo que le lean la cartilla: “A ver, ¿Qué dice más abajo? Y ¿puede usted leer la última línea?”. Pero, para su mala suerte, Bashar es un Assad y los Assad, como todos los clanes/tribus tienen su historia y en su historia está que hay que matar a los enemigos. A su tío, Rifaat Al-Assad, http://en.wikipedia.org/wiki/Rifaat_al-Assad se le acusa de haber comandado en 1982 el asalto a la población de Hama: la aritmética resultante de esa matanza: 10,000 muertos. Cuando al papá de Bashar le pidieron opinión sobre esa masacre, el entonces Presidente de Siria Fazed Al-Assad se puso exponencial: “esos muertos, deberían morir cien veces”.
El pobre hijo de papá, Bashar Al-Assad se ha quedado corto. Nunca llegará al millón ideal de muertos de su padre (cien veces diez mil) y se estima que en Homs solo han muerto unos 8,000 habitantes desde que llegó la peste democrática a los países árabe africanos.
Para desgracia de los sirios, su país forma parte del mapa donde se viene llevando a cabo “La Guerra Tibia” surgida tras el declive hegemónico de Estados Unidos; los bandos no están claramente definidos pero se presume que Francia, Inglaterra y Estados Unidos lo que no pueden en poder económico, intentan balancear en poder bélico; de la otra orilla China y Rusia “marcan” su territorio. Estas dos potencias se oponen a que las Naciones Unidas detenga la masacre de Hama. Del mismo modo que Europa y Estados Unidos se hicieron de la vista gorda en la Masacre de Gaza.
Aparte del mapa y los muertos, los pueblos desgraciados ponen dinero: Occidente, China y Rusia fabrican y venden las armas con las que los enajenados matan a sus hermanos y vecinos. No voy a explicar aquí, —inútilmente—, que unos son palestinos y los otros judíos; o que aquellos son alawitas y los otros sunitas: Las armas no tienen religión, ni bandera ni ideología, solo son las pedradas ancestrales vueltas maravillas letalmente multiplicadoras por la tecnología.
Pero como los carniceros y quienes venden la utilería para el negocio de la matanza no quieren reconocer su gen cainita apelan a razones: defendemos a nuestros pueblos de enemigos terroristas. Dando por cierto que esto fuera verdad y poniendo en la balanza la aritmética de las acciones “terroristas” y su respectiva respuesta, en lo que va del siglo XXI, las masacres de Gaza, (Palestina, 2009) y Homs, (Siria, 2012) la odiada Ley del Talión: Ojo por ojo, diente por diente, resulta ser más humanitaria y compasiva que el castigo “desproporcionado” a la población civil por cobijar al enemigo del enemigo.
Bashar Al-Assad, el oculista ahora carnicero de Homs, gracias al apoyo de Rusia y China, puede creer que aún le queda un futuro promisor; unas reformas por aquí, unas concesiones por allá y la vida seguirá, agitada como siempre, pero siempre igual. Lo que no sabe Assad es que el que fue carnicero de hombres, podrá volver temporalmente a terapista de almas y cuerpos; pero jamás escapará de la suerte de sus pares; digo, mejor que le pongan una línea directa con la prisión de Scheveningen, Holanda. Donde está preso su igual, Radovan Karadzic y donde más temprano que tarde, también posará, —muy al terno seguramente—, su longilínea y criminal estampa.