De Chipre se dice que es una bella isla mediterránea y la puerta de entrada a tres continentes: Europa, Asia y África. Ser un enclave tripartito continental le ha servido para muchas cosas: llenarse de historia, turistas y dinero a raudales. Hasta antes de que estalle la crisis financiera del 2008 era tal vez uno de los pocos territorios en el mundo que tenía la mayor cantidad de miles de millones de dólares por kilómetro cuadrado. O sea, Chipre era un país/isla de billonarios; un paraíso financiero donde no existen esas cosas odiosas de estar declarando cómo es que uno ha conseguido legítimamente tanto dinero, o aquellas expropiaciones a las fortunas individuales llamadas impuestos. No señor, usted llevaba su dinero y nadie lo molestaba y lo recibían con abrazos, facilidades y sonrisas, que es como se debe recibir a todo buen señor inversionista.
Les habían asegurado de todo, que su plata estaba a buen recaudo; que iban a recibir la mayor rentabilidad y todas las cosas buenas que se merece el selecto grupo de afortunados, que ha acumulado en centenares de millones de dólares para sí, lo que más de mil millones de personas en el mundo no pueden conseguir: un dólar y medio para vivir el día.
Algo muy feo debe haber pasado en esa Isla de la Fantasía de los capitalistas para que en su edición del 30 de marzo pasado, The Economist la rebautice como La Isla Séptica. El problema es que no se sabe muy bien si la pestilencia es porque la plata se ha podrido o porque esta isla tiene, —al igual que el triángulo de las Bermudas—, una abertura por donde las cosas (en este casos los billones de euros) se han colado/desaparecido hacia una dimensión desconocida.
Mientras se averigua —si se averigua— el FMI, el BCR europeo y la Comisión Europea, acordaron con Chipre una operación de salvataje el pasado 25 de marzo, en virtud de la cual, las tres entidades nombradas salvarán sus caras a cambio de que los chipriotas se encarguen de explicar a sus paisanos y a los centenares de “inversionistas” extranjeros, (mayormente rusos), que la plata, caramba, se les ha chispoteado y que la letra chiquita de los contratos… ya no se puede leer o se ha borrado de lo poco clara y menuda que estaba.
Lo ocurrido en Chipre es importante porque marca una diferencia en el modo en que el sistema se corregía a sí mismo, cuando los bancos “se equivocaban”. Antes, el Estado asumía la responsabilidad para no perjudicar a los ahorristas. En realidad lo que hacía es echar mano de las reservas de cada país involucrado para pagar los errores de los “financistas”. Los ahorristas se tranquilizaban porque el Estado los protegía y así su dinero estaba seguro. Quedaba por verse que hubiera pasado si realmente los ahorristas hubieran querido sacar sus ahorros e irse para otro banco. Como no se fueron y como la economía contemporánea funciona en base al ánimo y sentido optimista de la vida, la cosa se fue quedando aparentemente tranquila.
Lo de Chipre es muy distinto. Depósitos mayores a cien mil euros, pierden el 60% en concepto de “impuesto especial”; del 40% restante se les entregará una parte en bonos… en cuanto se pueda, claro. Como esto lo han firmado unos señores con terno a los que la prensa sigue con flashes, micrófonos y respeto, no hay forma de pensar que se trate de un robo, ni que alguna comisaría acepte una denuncia de tal clase, cuando lo evidente es que sólo se trata de una simple pérdida; es decir, gajes que ocurren en ese rubro.
Como se ve, el capitalismo goza de buena salud, no porque carezca de enfermedades sino porque sabe cómo curarse. Si no, veamos cómo se han curado los chipriotas. Cuando las cosas se empezaron a poner mal, el entonces presidente chipriota, el comunista Christofias, hizo honor a su apellido y le fió 9 billones de euros del dinero público al banco privado chipriota Laiki Bank, no solo eso, puso como Presidente del Directorio de ese banco desfondado no a un Manrique cualquiera (como el ya olvidado financiero local de CLAE), sino a Michalis Sarris, un alto funcionario chipriota del Banco Mundial, quien con la alta sabiduría característica de esa matriz financiera, se pasó nueve meses bailando sobre la cuerda, con un poste del trapecio montado en China y el otro en Rusia. Como le faltara fuerza para negociar, el nuevo presidente chipriota, el centro derechista Anastasiades, lo nombró Ministro de Economía. Y ya con ese cargo se fue a darles un ultimátum a los rusos: si me prestan 5 billones de euros, pongo un impuesto confiscatorio a todos los ahorristas; chicos, medianos y grandes, pero no toco los depósitos de ciudadanos rusos. Sarris regresó de Rusia sin plata y con cajas destempladas (nunca mejor citadas).
Se hizo evidente entonces, que el dinero (unos 31 billones de dólares) sí era de los rusos, pero no del gobierno ruso. Cuando le pidieron declaraciones al presidente ruso por la falta de colaboración con Chipre, habida cuenta que muchos nacionales se iban a perjudicar, Medvedev apuntó con sorna: “Solamente les están robando lo que ya ha sido robado… de Rusia”.
Mientras tanto, la isla de la fantasía se despierta todos los días en pesadilla: no se pueden hacer retiros mayores a trescientos euros. Para infundir mayor tranquilidad, el presidente del Banco Central de Chipre, Panicos Demetriades anuncia que estas restricciones se levantarán muy pronto. Qué mejor apellido para conjurar el pánico.