El Perú es un país que tiene una tasa de crecimiento económico estupenda, por varios cuerpos supera las tasas de Estados Unidos y Alemania; aunque va detrás de un puñado de países africanos: El Congo, Mozambique y Etiopía.
Será por esto de crecer tanto que los dos últimos presidentes peruanos cobran por conferencias solicitadas por “Las Confieps del mundo” y otros “altos centros del saber” cifras astronómicas, solo comparables con la tarifa, digamos de Bill Clinton (150 mil dólares). Me he dado el trabajo de buscar en Internet, algún resumen de tan magistrales conferencias, con la esperanza de encontrar algún párrafo o quizás un cuarto de hora de esas alocuciones, sin duda trascendentales, que pudiesen valer unos cuantos miles de verdes, pero ha sido en vano. Toda una ingenuidad por parte de un servidor. Todo lo dicho a esos precios ha de ser tan arcano que sólo aquellos que pueden pagarlo, pueden oírlo.
A uno, como al resto del respetable, sólo nos han dejado frases baratísimas; gratuitas, la verdad, y de poco calado trascendental, que si no las olvido ha de ser porque reflejan lo que uno no debe escuchar de tan encumbrados personajes; a saber: “Quienes se me oponen, son perros del hortelano…”, “Conocí a una mujer de altas cualidades…”, “Ejerzo una atracción metrosexual…”; “Amo a mi mujer…”, “¡Déjenme trabajar, carajo!”.
En resumen, no podremos saber nunca las maravillas que dicen en privado y a tan buen precio; pero lo que sí se puede saber por cierto es que tales conferencias nunca pasaran a la historia ni a los anales de la retórica contemporánea.
He dado un largo rodeo, arriesgando perder la atención del lector, para reparar por contraste con una conferencia presidencial, pública y excepcional, por su contenido y actualidad. Quienes me han seguido en este blog por más de cuatro años, sabrán que no guardo admiración por el Nobel de la Paz estadounidense Barack Obama. Lo que no me impide reconocer que hace tres días he escuchado de él un discurso completamente atípico para un político contemporáneo. Pienso que en Jerusalén ha logrado una auténtica pieza de retórica, en ningún caso aquilina y que más bien le devuelve lustre a la política.
Obama había estado en Israel de visita, haciendo lo que hacen todos los mandatarios en estos actos protocolares de la diplomacia: darse abrazos, apretones de mano y sonrisas frente a las cámaras y que yo te aprecio y tú también y que seguiremos estimándonos en el futuro también. De cara a la prensa y al lado de sus pares dijo lo que todos sabían que iba a decir: nada. (ver Cuando Obama habla sin decir nada ). Cuando todos pensaban que el estadounidense había ido solo a pasar franela y música celestial en los oídos del apartheid israelí, dio un giro inesperado; una auténtica salida del armario político. Fue frente a centenares de estudiantes universitarios en el Centro de Convenciones de Jerusalén cuando afloró el hijo de un inmigrante keniata en Hawai, el heredero de Martin Luther King y el primer presidente afro-americano de USA.
Comenzó su disertación reconociendo todas las virtudes y fortalezas de la nación israelí; el sólido e incondicional apoyo que tiene su país con Estados Unidos y el derecho que tienen los israelíes a vivir en paz y en un clima de seguridad. Cada trecho del discurso empezó a ser acompañado por aplausos y aclamaciones y así, con la sutileza de la buena retórica les empezó a revelar que por muy innovadores y poderosos que fuesen, cada vez se encontraban más aislados de sus vecinos; que ningún escudo antimisiles les iba a dar por siempre seguridad absoluta, que si querían vivir en paz, ellos, como jóvenes, no podían esperar que la paz la firme un gobierno con los dictadores de países vecinos, que al final la paz se tiene que hacerse entre los pueblos, entre la gente y no entre los gobernantes. Aludió a que los políticos nunca van a cambiar a menos que se vean obligados por la presión popular y los instó en ese empeño y que el mismo derecho a la paz, seguridad y progreso también lo tienen los palestinos y que éstos no podían seguir viviendo atrapados en su propia tierra o expulsados de ésta. Que la opción de dos pueblos y dos Estados viviendo en paz, aunque difícil y lejana, era posible, justa y necesaria.
Demás está decir, que la audiencia, en su mayoría se plegó a las sucesivas oleadas de aplausos que despertaba cada sección del discurso. Resumiendo se puede decir que nadie desde una posición tan alta de poder militar y político y con tan buena voluntad les ha dicho a los jóvenes judíos que el camino que les han preparado sus mayores no es el mejor, que por donde van actualmente, temprano o tarde no será la justicia ni la paz con quien se encuentren.
Fue realmente el discurso de un laureado con el Nobel de la Paz, aunque dentro del armario viva el presidente al que le ponen la lista negra con casillas en blanco y un lapicero para que haga tick… a éste que lo mate el drone… y a este otro también. El mismo hombre poderoso y graduado en Leyes que en vez de ordenar el cierre de la prisión de Guantánamo y que a Osama Bin Laden lo capturen vivo o vivo para juzgarlo de acuerdo a Ley y demostrar al mundo en que lado reposa la moral superior, prefirió matar al saudí para ganar votos en el casino electoral.
Y Mutatis mutandis, el mismo discurso lo puede aplicar en casa; tener más de 900 bases militares diseminadas por el mundo no va a hacer a Estados Unidos un país más seguro ni pacífico; la política de aniquilamiento remoto de enemigos vía los <em>drones </em>y los daños colaterales que conlleva solo multiplica las semillas de venganza. Porque ya es tiempo que alguien les diga a los estadounidenses, con mucha voluntad, bien bonito y bien clarito que los que no tenemos orgullo imperial ni armas atómicas, también tenemos derecho a vivir en paz y progresar; y que su famosa Guerra contra las Drogas y Guerra contra el Terror, —al paso que van—, sólo van a garantizar la sobrevivencia de la industria de la guerra, pero no de la especie humana.
Publicado originalmente en LaRepública.pe
PD.