De acá a unos veinte años; digo, es un decir aproximado, la invasión a Irak del año 2003 nunca habrá ocurrido. Perdidas, en los vericuetos de la memoria, habrán quedado las imágenes de la mayor producción cinematográfica con ribetes de reportaje televisivo y retumbante fondo musical de los albores del siglo XXI: “Shock y Pavor”, que así se llamaría el bombardeo aplastante y arrollador que sufriría Bagdad. Los ‘estrategas’, —o serían los guionistas—, dirían que, aunque pareciese lo contrario, el objetivo era “salvar vidas”; bueno, no exactamente las de los que morirían en la primera oleada del ataque; sino que la mortandad que sobrevendría sería tan atroz que aquellos que quedasen vivos se apresurarían en rendirse a las pocas horas.
Los que aún tengan un vago recuerdo dirán que los sobrevivientes no estaban tan desesperados por rendirse y que el tiempo que tomaron en capitular fue el mismo que toma un ser en gestarse: nueve meses. Otros, cuya memoria de largo plazo es más fiable que la de corta recordación, rememorarán que la rendición final fue cosa de hace un par de años, cuando parte de los extras de la producción (las tropas invasoras) se retiraron de Irak en el año 2011.
En ese manto nuboso del recuerdo quedarán como sombras los otros extras, a los que les tocó el rol colectivo de morirse en mancha, de fundirse junto al fierro de construcción, al ladrillo pulverizado y al polvo de cemento de los edificios desplomados y calles destruidas por los bombardeos.
Hoy, a solo una década de aquel estreno macabro, ya se ha perdido gran parte de la contabilidad del truculento reparto; digo, los que murieron como extras. Por octubre del 2010 eran un millón y tantos ; casi cuatro años después la cifra se ha redondeado a 136 mil muertos no más, —para qué exagerar— .
A este paso, mi pronóstico se habrá cumplido antes de tiempo; en el peor de los casos no habrá habido muertos y en el mejor, será que no estuvieron muertos sino que se habían ido de parranda.
Pero dejando a un lado el relativismo histórico donde no se sabe a ciencia cierta si el asunto de Irak fue una guerra, una invasión o un montaje de Hollywood en más dimensiones que 3D; y si esta producción fue dirigida por George Bush, contando como asistente de cámara al británico Blair y como apuntador del número de las escenas al español Aznar, y luego a centenares de maquilladores entre los que también podemos contar al Nobel peruano Vargas, (ver Irak sin el diario ) , repito, apartándonos de esas elucubraciones y entrando ya en el territorio de las certidumbres, resulta pertinente reparar en la más reciente reaparición en público del ex presidente estadounidense, a la sazón comandante en jefe de aquel exterminio y destrucción.
A diferencia de Blair que teme incluso ser víctima de un arresto ciudadano en su propio país, o Aznar que no puede presentarse a ninguna universidad pública española sin correrse el riesgo de ser abucheado por la juventud, George Bush vive muy tranquilo allá en su rancho grande de Texas y, como no sale mucho y el tiempo le sobra, se ha dedicado al arte; y su carrera como pintor ha sido meteórica; parece haber aprendido los secretos de la pintura tan rápido que ha alcanzado la precocidad en plena vejez.
Su papá debe estar muy contento, el hijo tarambana, aficionado al alcohol y a meterse en problemas que papi tenía que resolver, (como lo retrató Oliver Stone en su película “W”), no solo llegó a ser el 42avo presidente del Imperio, en cuyo periodo estalló la crisis financiera más grave del sistema capitalista y cuando la expansión de la hegemonía norteamericana alcanzó el punto irónico donde cuanto más intenta crecer más notorio se hace su declive. Bueno aquél hijo no solo llegó a parecer lo que fue, sino que ahora resulta que es más de lo que mal pensábamos: Bush, el mismo reseñado líneas antes, acaba de presentar una muestra pictórica de “su autoría” en un edificio pomposamente llamado ‘Centro Presidencial Bush’, digamos un mall muy bonito, mandado a construir por él, (en Dallas, Texas), una tienda enorme, donde sólo se vende él. La muestra, como es natural ha concitado la atención de la prensa internacional y los críticos de arte no se han animado a ser tan críticos, —quien sabe por qué—, algunos deslizan la posibilidad de que el pintor no sea tan malo; otros, sin criticar al artista, cargan los defectos de trazo y composición de colores a un profesor muy mediocre. Y los hay quienes evitan dar mayor pronunciamiento porque parece que los modelos retratados no fueron de carne y hueso sino bajados de google.
En lo que no han reparado los críticos ni la prensa que ha cubierto la noticia es en la temática del artista y lo veraz de su arte. La muestra se llama: “El arte del liderazgo” y comprende retratos de él; de su papá y de un número reducido de “líderes mundiales”, entre los que se encuentran Putin, Blair, Aznar, Merkel; en el grupo de “otros”, lastimosamente no aparece ningún “líder mundial” peruano, y eso que nuestros líderes nativos, —además de cobrar por conferencias las mismas tarifas de los otros—, nos habían dicho que “tenían mucha química con Bush”.
Bueno, una cosa es la química y otra muy distinta la pintura y ya puestos en la pintura bushiana, sin ser crítico de arte sería pertinente anotar dos cosas: primero que habría que dudar sobre si los mamarrachos o genialidades fueron pintados por él; digo, cómo creer que son suyos a una persona que aseguró que en Irak se escondían armas de destrucción masiva y resultó que éstas no habían ni estaban escondidas. O sea que veraz, lo que se dice confiable, el hombre no lo es. Y ya se sabe que no es lo mismo pintar una pared que pintar un rostro humano; para lo último primeramente habría que haber amansado la mano tanto, que ésta pudiese dibujar formas geométricas simples para luego ir ascendiendo poco a poco en el estudio del cuerpo humano y, dependiendo del estilo alcanzar la técnica necesaria para captar los colores y tonalidades del rostro humano, crear la sensación de volumen y finalmente imprimirle un élan expresivo a la pintura. Lo mismo que no se puede tocar una fantasía para piano de Mozart, (sin que detrás, por lo menos, estén años de estudios de escalas para adiestrar las manos y el sentido musical), del mismo modo, no se pueden pintar retratos como tomar fotos.
Suponiendo que su profesor le haya preparado los retratos en blanco y negro con mosaicos numerados para añadir el color según el número, y suponiendo que el enorme trabajo artístico haya consistido en poner en cada huequito el color del numerito, queda analizar el tema de “su obra” que no es otro que “el liderazgo”. O sea, él mismo. El que figure una selección de mandatarios en su muestra, es solo un asunto de fondo; los demás sólo son la extensión de sí mismo, son la corte donde está majestuoso, él.
Preso voluntariamente en su rancho, Bush no ha encontrado mejor objeto del arte que él mismo, él es su Maja desnuda en la tina, él es su Velásquez y su propia Menina desnudo y parado junto a su caballete/la ducha.
Tiene suerte este Capitán América de pacotilla para darse esos lujos creativos; una suerte distinta a la del creciente número de compatriotas suyos, combatientes, que al regresar a casa después de la guerra, por los horrores que habrán hecho y visto allí, terminan pintando la muerte de cuerpo entero, muy modestamente… quitándose la vida.