Elecciones Perú

Venezuela, la adúltera

En la antigüedad antigua

Oír otra voz distinta al grito que manda y ordena; sentir otra piel, otro calor, un aroma sutil que se funde con el propio; unas sonrisas que precipitan una leve carcajada… en fin, tener trato carnal, finalmente, con otro hombre, distinto al que el destino y las circunstancias impusieron.

Esta aventura, de probar la dicha en otros brazos, a la mujer, dependiendo en qué lugares, con qué gente y en qué épocas, muchas veces la condujo a la desdicha terminal; al castigo moral y la muerte por lapidación.

Y no valían atenuantes de ningún tipo; es que era muy bruto; que cada vez que venía borracho, y venía muy a menudo, la golpeaba; en la cara no —que en eso era todo un caballero—, del muslo para arriba, patadas; el estómago y los pechos, eran el blanco para sus puños; si pues, nunca nadie podía haberle visto moretones en las pantorrillas; ni el rostro abollado.

Pero era una puta, la cochina; siempre se imaginaban las vecinas de la aldea; de esos pueblos de cuatro calles. Sí, era una puta, repetían una y otra vez, las aldeanas… por los gritos y los ayes, Dios mío, qué alaridos que pegaba la mujer; o sería que así gritaba, cuando se revolcaba con el marido.

 Alguien le echaba imaginación al relato y decía que, probablemente el marido lo había sabido mucho antes que las vecinas le vinieran con el cuento; que sí, que habían visto a otro hombre que entraba y salía de la casa, cuando él no estaba.

Quizás lo supo el día que la vio al pie de la ventana, como si estuviera mirando hacia afuera, pero, en verdad, no miraba nada. Se estaba contemplando por dentro la desgraciada, y el marido, al verle el brillo en los ojos y ese resplandor en la cara… supo ahí que ya olía a otro hombre.

Pero solo cuando la hubieron acusado las aldeanas se dio por deshonrado.

Ese nefando pecado, esa excursión carnal de la mujer, fuera del redil matrimonial, era algo que se pagaba muy caro en la antigüedad antigua y no era tan suave como narra el pasaje bíblico.

El deshonrado iniciaba el calvario de la infame hasta la picota, empujándola con trompadas feroces en la espalda; le propinaba puntapiés, sin importarle en qué parte del cuerpo le impactasen;  y, cuando casi desfallecida por el dolor y las fracturas, y ya incapaz de sostenerse en pie, en el último tramo,  ya envalentonado por el griterío de los aldeanos que lo azuzaban para aplicar mayor castigo, la arrastraba de los pelos hacia el hoyo, donde maltrecha era enterrada hasta la cintura: y allí comenzaba la aldea entera a limpiar la honra del deshonrado, a punta de pedrada limpia contra la infortunada y todos alertas por si alguien no lo hiciera.  Y ay, del que no lanzara su propia piedra.

A las horas, si algún foráneo se preguntara el porqué de la sangre seca, ojos desorbitados y el cráneo destrozado de aquel guiñapo humano, respondían los aldeanos:

“Sí, entre todos la matamos; pero morirse, lo que se dice morir, ella solita se murió”

En la antigüedad actual

Como se ve, no se puede deshonrar a un consorte, así no más, porque sí; y salir ilesa. Igual da si el marido es el puto dueño del mundo; o si la mujer es un país o un alcalde, o varios países.

O sea, no son atavismos de la edad media. No. En la propia antigüedad moderna en que vivimos actualmente, también se practica la lapidación con gran éxito mediático.

Igual da si la ofensa o blasfemia consiste en haber cambiado las sábanas del tálamo matrimonial; o algunas hojas del tálamo constitucional; o si la consorte ya no quiere reírse de los mismos chistes; ni alabar la grandilocuencia imperial; o llorar las mismas penas del mandante consorte; igual da, se da por deshonrado y convoca a todos los aldeanos, a todos los medios de comunicación; a los santos, e incluso a sus propios herejes, a limpiar, —en público—, la deshonra de la que ha sido objeto.

Por ejemplo, a Cuba ya la venimos lapidando desde hace más de sesenta años, con las pedradas continuas del bloqueo económico. En el Perú, en lo que va del siglo XXI, ya hemos matado a un alcalde; al de Ilave, en Puno, por la blasfemia de corrupción; aunque luego se supiera que el principal impulsor de la lapidación fuese, —el mismo—, el corrupto.

Y a Venezuela, ya son más de veinte años que le vienen cayendo piedras de todo tipo y desde todas las direcciones. Y ay, de aquel que no haya lanzado su propia piedra; y ay, de aquellos medios, periodistas y columnistas, que no hayan descargado sobre el país llanero, su volquetada de tremendos pedrones.

Si preguntados, los aldeanos continentales, por algún curioso foráneo, sobre el porqué de tanto arrebato, se puede oír:

“Sí, a Cuba y Venezuela, las venimos matando hace mucho… pero de morirse, lo que se dice morir…no se han muerto”.

 

Este Post fue publicado el  15/05/2021

Esta entrada ha sido publicada en OreJano y Cimarrón. Agregue este enlace permanente a sus marcadores.

1 Response to

  1. Virginia dice:

    No, ni se van a morir, mientras los secunden las idiologias aberrantes que nos la pasan por las narices, y nadie dice lo nada…
    Conflictos y confabulación es todo lo que estos «ideologos» planifican y palabrean a los 4 vientos.
    David contra Goliath

Los comentarios están cerrados.