Elecciones Perú

Se elige un mandatario, no un monarca

 

 

 

 

 

 

Don José de San Martín, el Libertador argentino, al final de su encuentro en Guayaquil, no pudo ponerse de acuerdo con el otro Libertador, Don Simón Bolívar. El primero de los nombrados, al ver el caos resultante del vacío creado por la ausencia de la Corona Española, quiso tapar el hueco, aunque fuese con un Rey de alquiler. Don Simón, el venezolano, creía, más bien, que el vacío, podía llenarse con la idea de una Patria Grande.

El primero acabó sus días en Francia y el segundo, creyendo que toda su vida había estado arando en el mar. En honor a la metáfora, justo sería decir, que después de muerto vivió nadando y cruzó el Atlántico y después de casi dos siglos, en el 2018 alcanzó el propio gobierno de la Corona Española. Lo prueba el que hoy, los propios españoles definen a su actual gobierno como Bolivariano-social-comunista.

Algunos historiadores españoles no creen en la Guerra de la Independencia de América; creen, más bien, en que esa fue la primera Guerra Civil Española; o sea, una guerra entre españoles no más, unos nacidos en la península y otros allende los mares, en América; es decir, en sus Indias; de allí que en ese tiempo no los llamasen Sudacas, sino Indianos.

Y hablando de justicia y semántica, también sería justo decir que el Perú nunca se independizó, sino que hace dos siglos que fue independizado.

No fue plato de buen gusto para las élites peruanas de ese entonces, la tal independencia. Por decreto perdieron la esclavitud de los indios en las minas de la Sierra y batallaron durísimo para evitar la liberación de los negros, en sus haciendas de la Costa; y solo la aceptaron cuando fueron debidamente “indemnizados”.

La fuerza del gen virreinal

Dos siglos después de ser independizadas. las élites peruanas siguen viviendo el “trauma del miembro amputado”. Ya no está allí, pero siempre se siente su presencia y creen, —como los griegos antiguos—, que la naturaleza tiene horror al vacío; y allá van ellos muy prestos, cada vez que pueden, a llenar la nostalgia virreinal erigiendo o manteniendo edificios, como auténticos enclaves de una Colonia que ya no existe.

Por ejemplo, con mucha pompa, a esa Oficina de Sumisión al Exterior, se le llama Palacio de Torre Tagle; y así, al cumplir dos siglos de independencia, seguimos apalaciados por todas partes; desde Palacio de Gobierno, Palacio Arzobispal hasta cualquier remota provincia del Perú, donde siempre podremos encontrar un Palacio Municipal.

O cuando un nuevo rico, o narko, o lavandero caleta se manda a construir un caserón, decimos: “Vaya Palacio que se ha montado”.

Libertad y democracia

Mal momento han elegido, las élites peruanas, para exponer sus altas dotes libertarias; engalanadas con su limpieza moral y pulcritud democrática, muy ajena, —como nos dicen—a la podredumbre nacional.

Mal pueden hablar de libertad quienes no la quisieron y menos, gestaron con su propia lucha y esfuerzo. Mal pueden convocar el nombre del Perú, estas élites, que en vez de historia tienen prontuario y cuya épica más audaz ha sido trasgredir el Código Penal en diversas modalidades gracias a su más importante precepto procesal: “A los amigos, todo; a los enemigos, la Ley”.

Todo este historial, que no Historia con mayúsculas, está valiente y tristemente documentado en un texto que debiera ser de lectura obligada en la currícula educativa peruana: “Historia de la Corrupción en el Perú”, de Alfonso Quiroz.

Las élites y su imparable putrefacción

Por su falta de épica en la gesta libertadora y su escasez de ética; y su falencia moral que, en esta campaña electoral ha superado su propia vileza, poniendo de manifiesto una novedosa predilección coprofágica, para abrazar y deglutir a quienes y sobre quienes hasta hace muy poco habían defecado.

Por estas y otras razones, que por falta de espacio omito, nuestra democracia, por más bombo y ruido constitucional que se le dé, no deja de ser despótica: o sea antidemocrática y corrupta en esencia.

En las democracias parlamentarias, los ministerios del ejecutivo sólo pueden ser presididos por militantes del partido que gana las elecciones, situación que obliga a los partidos a tener militantes competentes en las distintas ramas de la cosa pública; y poseedores, —por lo menos— de una mediana capacidad discursiva y retórica; puesto que tarde o temprano, pueden acabar siendo ministros de gobierno.

El Congreso corrupto

No ocurre lo mismo con nuestra calidad parlamentaria. El Congreso peruano; o sea, nuestro Poder Legislativo; salvo honrosas excepciones fue, es y será, (se espera lo contrario), estructuralmente antidemocrático y corrupto. Los primeros lugares en las listas partidarias se venden a precios de invitación dineraria; y luego los restantes lugares decaen en precio y son puestos en el algoritmo oportunista del caos del azar electoral.

Y así es que nos quedamos con un Congreso que más parece  un conjunto de gavillas de tinterillos y tinterillas; de picapleitos; de perros y perras de chacra; de soldados in cuartel; de lavanderos  y lavanderas del mundo narko y la minería ilegal; y también de la  legal; y  demás lavanderos y recicladores de basura de los distintos rubros de la  corrupción legalizada; por ejemplo de los enjuagues financieros, por medio de los cuales la deuda de personas o empresas privadas, puede terminar convirtiéndose en deuda pública, para que la acaben pagando todos los peruanos.

Y, — lo peor—, con el telón de fondo mediático, con los medios de desinformación nacional, convirtiendo a esa gavilla de pendejos y pícaras en tribunos y oradoras de primera línea.

Los técnicos y la chusma electoral

Como ejemplo didáctico de estos vicios estructurales de la política peruana, tenemos el caso del segundo gobierno del malogrado líder aprista, Alan García, quien usó a su partido como chusma electoral para auparse a la presidencia; pero ya en el poder entregó el ejecutivo al Club de los Adinerados del Perú, a condición que le dejen dar mordidas en uno que otro negocito; y que le diera el decano nacional de la Prensa, una columnita, “El perro del Hortelano”, para escribir allí, lo que ellos querían leer.

Esta distancia y divorcio entre elegidos y potenciales ministros, explica la tormenta mediática que se ha desatado, en esta segunda vuelta electoral sobre la eventual carencia de técnicos, (potenciales ministros) de uno de los aspirantes a la Presidencia. A las élites y su poder mediático no les importa quién diablos sea el presidente, sino que aquellos que terminen manejando el carro del país, sean los mismos choferes de la flota de la Horda Dorada de Privilegiados.

Tienen en tan poca estima a los políticos y al electorado peruano, que, con tal de seguir gozando de sus privilegios, son capaces de blanquear y descafeinar a una candidata cuyas manos aún huelen a barrotes sudados del presidio; y sobre la que recae un lóbrego porvenir carcelario.

Tan escaso valor, le dan a la propia Constitución, —que ellos mismos han redactado—; que obligan a los candidatos a hacer juramentos extra constitucionales ante un selecto grupo de aterrados Notables.

Y llegando ya al máximo de desesperación, y barroquismo virreinal, montan en escena neocolonial, vía Zoom, un estrambótico Mea Culpa y juramento de lealtad ante uno de los Grandes de España; de esa exclusiva Asamblea de la nobleza peninsular, pomposamente llamada: La Diputación de la Grandeza de España, uno de cuyos miembros más notorios y farandulescos es nada menos que el ilustre Marqués, por adopción regia, Don Mario. El noble Nobel de Arequipa.

Y ya adentrados en este escenario colonial, resulta inevitable apoyarse en el habla castellana y soltar aquí, —después de todo el escandaloso ridículo que están haciendo— el cervantino dicho: “Para este viaje, no era necesario traer tantas alforjas”. Que, explicado en lenguaje peninsular también, significa: “Nos hubierais ahorrado el trajín electoral, y el riesgo de infección al ir a votar. Mejor os hubierais ido de frente al final y que Don Mario, el Monseñor Obispo y Cuatro Notables eligierais a los congresistas y el presidente que vuestras mercedes dispusieren; y nosotros, el resto de la chusma, hubiéremos seguido con lo nuestro que es obedeceros y callar.

Representantes y representados

Se dice, y con razón, que el hecho de pertenecer es anterior al acto de liderar. Así el éxito de un liderazgo, si bien puede facilitarse con la preparación y el carisma personal, solo se consolida si se sabe pertenecer. Y aquí es donde reside el mayor problema de la democracia representativa. Mayormente, los ciudadanos, en vez de votar por uno de los suyos, por la manipulación mediática y un sinfín de factores emocionales, termina votando por quien le gustaría ser. Si pobre, por un rico. Si desposeído, por un poderoso.

Ahora bien, siendo la democracia representativa una ficción teatral; tanto más verídica resultaría la ilusión democrática si el representante se pareciese al representado.

Y en la elección del próximo domingo, por un azar inesperado de la historia, la democracia representativa se ha sincerado como nunca antes.

Si el votante no gusta de la obra teatral, es perfectamente legítimo y sano asistir al teatro y castigar el montaje, con el látigo de la indiferencia y el escepticismo,(voto en blanco). También se puede entrar, con el mismo legítimo derecho, a ver la obra y protestar por la trama y los actores, (voto viciado).

Y la tercera es participar en el montaje teatral siendo parte, como cara, o como sello, de esa moneda que se llama Perú, moneda que de mano en mano ha ido yendo por muchos años, pero que a muy pocos peruanos se les ha quedado en la mano.

Y en estos dos últimos casos, se puede terminar votando por uno de los suyos: es decir, por cara o sello.

Si ante la desgracia ajena, si ante la injusticia y desigualdad, lo que se siente, en vez de indignación, es envidia por no ser un privilegiado.

 Si no se ha probado la miel de quedarse con el bien ajeno o el dinero público, solo por falta de oportunidad.

Si por estas dos condiciones, entonces hay lugar en la papeleta electoral para elegir a uno de los tuyos.

Si todo lo contrario, también tienes lugar en el otro lado de la moneda.

En realidad, ya hemos olvidado, el verdadero significado de la palabra Mandatario, que no es otro que ser el depositario de un mandato; de una orden, que le ha impuesto a éste el populacho, quien es el verdadero soberano de este asunto.

El mejor homenaje que se puede hacer a una democracia funcional, en términos de eficiencia social, es hacer de sus Mandatarios unos auténticos recaderos del pueblo.

Eso es lo que significa y no otra cosa, ocupar la más alta servidumbre del Estado.

O, si se quiere, ser el Primer Servidor Público de la Nación; algo que debiera ser un honor a toda honra y merecedor de nuestro mayor respeto y mejor afecto.

Y no como es hasta ahora:

Ser el Primer Ladrón de la Nación.

 

 

Este post fue publicado el 03/06/2021

 

 

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