Guerra en Ucrania
¿Por qué solo a los oligarcas rusos?
Los Boris
Boris Yeltsin fue un político ruso que se hizo famoso en 1991 porque se paró encima de un tanque frente a la Duma, el antiguo Congreso de la U.R.S.S. Además, porque con él se inició la feria de las privatizaciones tras la disolución de la Unión soviética. Proceso que consistió, por ejemplo, en que un alto directivo de una empresa petrolera soviética, sin más patrimonio que un sueldazo, vendiese a precio irrisorio la petrolera, y a la vuelta de un año, terminó siendo accionista de la misma empresa, multimillonario y; además, comprándose un equipo de fútbol inglés.
El mismo proceso, por ejemplo, cuando en 1994 ejecutivos del banco estatal peruano Interbanc, lo vendiesen por debajo de su valor a un ex director del BCR del Perú, en los maravillosos tiempos de la privatización del Yeltsin local, Alberto Fujimori.
Boris Yeltsin se hizo mucho menos famoso por otras virtudes que la prensa occidental trató con generosa discreción; por ejemplo, que sus asistentes tenían que llevarlo prácticamente en andas a las conferencias de prensa, porque estaba tan borracho que no podía sostenerse en pie. O que una vez, de visita oficial en Washington, se diese la libertad de irse de muchas copas y muy fuera del protocolo. Acabó muy de madrugada, cuando un taxi lo abandonó quimbeando cerca de las rejas de la Casa Blanca. O, también, cuando se hizo evidente que parte de los fondos donados por el FMI para el salvataje de la economía rusa fueron desviados a las cuentas de su hija.
Este Boris no hablaba inglés, pero ni falta que le hacía. La prensa occidental se encargó de su buena imagen relegando a breves notas en las páginas interiores de sus diarios los detalles de sus muy humanas debilidades.
Más o menos, podría decirse que exagerando un poquito y simplificando bastante, ése fue el origen de la propiedad privada de los oligarcas rusos.
El otro Boris, Boris Johnson, primer ministro británico, se ha hecho famoso últimamente por su devoción al trabajo. Le gusta tanto que, para él, trabajar es una fiesta. Sus asistentes no tienen que llevarlo en andas a ninguna conferencia de prensa; pero eso sí, tienen que llevar, cada uno, su propia botella de trago, a las reuniones de trabajo.
Este Boris, que también se hizo famoso en el Brexit por terminar de separar al Reino Unido de la Unión Europea, ha descubierto, —a raíz de la guerra en Ucrania y dos décadas después que oligarcas rusos afincasen sus fortunas en Londres—, que su procedencia tiene un origen hediondo. Y muy raudo ha levantado la bandera de la limpieza: “No more dirty money from Russians!”, “¡No más dinero sucio de rusos!”.
Sus lugartenientes están afanosamente buscando fórmulas legales para no solamente confiscar los dineros sino también las propiedades de oligarcas rusos para ponerlas a disposición de los refugiados ucranianos; lo cual desde ya genera una justa simpatía popular por tal afán redistributivo.
Claro que tienen que salvar varios escollos; por ejemplo, ¿Cómo elegirán quiénes y cuántos refugiados podrían terminar viviendo en departamentos de 350m2 valorizados aproximadamente en 10 millones de dólares, en el exclusivo barrio londinense de Belgravia?. De otro lado, es poco probable que fortunas, acciones y propiedades de la oligarquía rusa estén inscritas con el nombre de pila de cada uno de ellos.
El sistema capitalista ha creado una auténtica telaraña financiera-legal llamada Paraísos Financieros, en virtud de la cual la titularidad de todos los valores de sus activos físicos y documentarios están a nombre de sociedades que se anidan dentro de otras sociedades cuyas sedes tienen el don de la ubicuidad, no están en ninguna parte y al mismo tiempo están en todo lugar.
El descubrimiento
En cualquier caso, el descubrimiento de Boris Johnson es de agradecer. Primero porque identifica correctamente que los dineros de los oligarcas rusos no han sido ganados en buena ley sino en una Ley muy mala.
Segundo, porque identifica que una buena causa es motivo suficiente para abolir la sacrosanta propiedad privada, la seguridad jurídica y el estado de derecho cuando lo que se trata es de redistribuir la riqueza entre los necesitados.
Proviniendo esta voluntad, nada menos que de la cuna del capitalismo mundial, Inglaterra, no queda nada más que abundar en ella y expandirla contra todos los oligarcas del mundo; puesto que el origen de su fortuna no puede ser limpio si tienen que esconderlo en esas ratoneras y guaridas mal llamadas Cuentas Off Shore.
Ya está faltando la constitución de un Movimiento Internacional de Ciudadanos No Alineados con las guerras inter imperialistas; movimiento que abogue por la confiscación de la riqueza escondida en las tapaderas internacionales, para establecer con esos fondos El Salario Mínimo Universal para cada habitante del planeta; la mejor vacuna para alcanzar la inmunidad de rebaño contra la pobreza global.
Un mundo libre de guerras
Y que ponga como bandera universal que el único mundo libre digno para vivir no puede ser otro que un mundo libre de guerras.