La corrupción legal

Modistas y costureras han hecho su agosto en este verano aluvional que ha azotado todo el país; pero en Lima es  donde el oficio de medir, cortar, coser y entregar vestiduras ha alcanzado ribetes históricos. No me refiero, por supuesto, a los damnificados por los desbordes de los ríos; sino a los damnificados por el desborde de la corrupción; ésta ha desatado una epidemia de rasgado de vestiduras; una verdadera galería de personajes emblemáticos ha transitado por la pasarela de los velos rotos.

Ya con las magníficas túnicas de fina seda, hechas jirones por el martirio, sedicientes intelectuales de izquierda se han blandido a pañuelazos con sedicientes intelectuales de derecha; los unos anunciando el fin de la tecnocracia, los otros anunciando la universalidad de la corrupción y la victoria,  —en último término—,  de la democracia que descubre, juzga,  y pone coto al corrupto.

En cuerdas separadas la élite de locutores, narradores de telenoticieros y afilados columnistas, han destrozado con ira purificadora sus propias vestiduras; desde la más fina organza hasta el más modesto cañamazo han caído en hilachas sobre el suelo de los platós, las cuartillas periodísticas y las ondas hertzianas de la radio. No era para menos, no es fácil descubrir y asimilar  súbitamente que el valor fundacional del mito constituyente del país era falso: digo: “El Presidente personifica a la Nación”.

La sorpresa para el país de a pie, de a tico, de a combi y cúster, no es que estuviésemos  personificados por tan encumbrados y soberbios Cacos. La auténtica sorpresa ha sido que la verdad se trepara hasta los titulares de los medios de comunicación.

Y es que esta cosa de la democracia, la corrupción  y el país,  tiene mucho que ver con los medios de comunicación. Cada vez que el país abandonaba las dictaduras y retornaba al régimen de “libertades”, el símbolo por antonomasia era: “El retorno de los medios de comunicación a sus legítimos dueños”. Por dueños, en los 80s llámense la casta de los Miro Quesada y otros; y en el 2001 llámese Baruch Ivcher, y los grupos el Comercio y la República.

Los legítimos dueños de los 80s nos contaron lo mala que había sido la historia durante Velasco; y los nuevos dueños del 2001 nos contaron cuan corrupto fue el país durante Fujimori y lo afortunados que eran los peruanos por no vivir en Bolivia, Ecuador, en la Venezuela chavista y la Cuba castrista. Lo que no nos contaron eran las cosas que pasaban frente a sus narices, entre otros motivos porque eran sus narices las que se paseaban por las cosas; y no descubrían nada porque en eso consistía la narrativa de la historia mediática contemporánea, en no contar la historia.

Entonces a falta de una historia genuina no queda otra cosa que estimarla en base a la imaginación, la experiencia y la malicia.

Como es de conocimiento público, pero no oficial, la corrupción jamás entrega balances con sus cuentas de resultados; o sea, que para cuantificarla, todo se basa en estimados.

En el fujimorato se estima que los amantes de lo ajeno, se alzaron unos 6 mil millones de dólares del dinero público. Además el Estado perdió unos 9 mil millones de dólares por la violencia subversiva (CVR cap. 3); O sea, entre lo alzado y los daños materiales, 15 mil millones de dólares hechos humo.

Papel y lápiz, estimado lector, y empiece usted a estimar no la pila de miles de millones que el Estado ha “invertido”,  —durante el democrariato—,  en infraestructura, sino los miles de millones que el Estado ha perdido vía el modus operandi de las Adendas; o sea la sobrevaloración en las “obras” que se han repartido los “inversionistas/empresarios”. Y si algún corolario encuentra usted entre las sumas del fujimorato y las del democrariato, es que en el Perú siempre es posible caer más bajo, o —lo que es lo mismo— robar más alto.

A principios de los 90 cuando los alzados en armas planeaban “Batir las ciudades desde el campo”, el ejército y la policía acordonaban los distritos populosos y barrio por barrio, cuadra por cuadra, peinaban la Lima pobre en busca de subversivos.

A la fecha y frente a los que se han alzado el erario público no hay ninguna noticia de batidas policiales ni militares en los centros neurálgicos de la cleptocracia; digo, las AFPs, la Asociación de Bancos, la CONFIEP,  la Sociedad Minera… y ponga el lector las que considere afines.

Publicado originalmente en ElBuho.pe

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