El Perú en manos de los Maldini

Ante la inminencia del gran soponcio nacional, los Maldini del Perú, (tan fidedignamente retratados en la popular serie de televisión “Al fondo hay sitio”), tomaron sus iphones, revisaron su lista de contactos; intercambiaron mensajes y partieron raudos en sus briosos 4×4 a la cita.

La hora: 48 horas antes del flash electoral que anunciaría el comienzo del fin.

El lugar: un discreto restaurante de cinco estrellas, cinco tenedores  y un solo mozo capaz de tomar las órdenes completas en Spanglish.

El asunto: Conjurarse para salvar su Perú.

Han pasado un par de semanas desde aquel momento en que los conjurados decidieran  unir sus esfuerzos para alcanzar su elevado fin. El lapso de tiempo transcurrido desde ese entonces me dispensa de la necesidad de referir la cronología de los hechos ocurridos después de aquella gran conjura, baste decir que apenas segundos después que el pantallazo del flash a boca de urna alcanzara a saturar el plasma de sus televisores de alta definición, —confirmando que la segunda vuelta del proceso electoral de su país solo sería entre ellos mismos—, cargas masivas de endorfinas empezaron a inundar el torrente sanguíneo de los Maldini y de ellos se apoderó el sosiego y la paz; ésto en los más lúcidos, que son pocos. Los más no pudieron consigo mismos y se entregaron sin medida a la euforia.

Bueno, esto de mezclar Maldini con política y elecciones, merece por lo menos un desglose; especialmente cuando hay que explicar quiénes votan por ellos y por qué lo hacen. A diferencia de sus pares en la tele, que son selecta y afortunada minoría, en la vida real del país, son legión. Y son muchos, no porque sean tantos, sino porque los Maldini son también los que aspiran a serlo.

El sueño de tener empresas  y triunfar por contar con contactos influyentes que bien lo conectan a uno con las altas esferas,  como con las cloacas  de la sociedad, cerrando así el círculo vicioso y virtuoso de la buena vida en el Perú. Estar siempre rodeados de consultores áulicos, desplazarse en una variedad de vehículos, no faltar en las fiestas, gozar de vacaciones de “trabajo” y contar con servidumbre para sobrevivir en el caos de los detalles domésticos.

Haber instilado este sueño,  el Peruvian dream of life a través de su sistema educativo y medios de comunicación, es el mejor logro social de los Maldini en estos últimos veinte años. Mucho más importante que el mito del crecimiento; éste último se puede caer, pero los sueños no se caen   y los soñadores tampoco,  sobreviven;  y —como se ha demostrado últimamente— votan y en mancha, por ellos.

Un segundo gran mérito de los Maldini  es haber condensado la historia de los últimos veinte años en solo dos capítulos: La instauración del capitalismo salvaje en el país, (Fujimorismo); y el retorno a la democracia, (el disfrute para las élites del botín generado por dicha instauración).

Por supuesto, flotan en el aire algunas ideas fuerza sobre estos capítulos: El país y sus instituciones eran ejemplares y el fujimorismo las corrompió. El Fujimorismo llevó al Estado, donde nunca antes éste había llegado: a los pobres. La prensa libre y la gente en las calles derrotaron a la dictadura,  y llegó el crecimiento.

Pero siguiendo el hilo de aquellas ideas que revolotean como cometas en el imaginario popular y regresando al origen del pabilo que las sostiene en tierra, podemos encontrar hechos muy distintos:

Si Luis Alberto Sánchez nos dejó el retrato de un país adolescente; y Jorge Basadre pergeñó un país/problema en modo subjuntivo donde las cosas pudiesen ser  o tal vez nunca lo habrían sido, Vladimiro Montesinos, que  no era ni tribuno, ni escritor, ni menos historiador, sino un pendejo con video cámara,  nos dejó documentación abundante sobre cómo era realmente el país, en ese retablo multimedia llamado “Salita del SIN” donde las élites del país se pintaron de cuerpo entero con miles de pixeles y dólares.

Que el Estado llegó a los pobres, claro, muy posible; aunque lo más posible es que lo que llegara a los pobres no fuese Fujimori sino la motobomba para quitarle agua al pez de la subversión, (la subversión era el pez que proliferaba en la aguas de la pobreza extrema).

Y que la dictadura cayó por el empuje democrático… es un pan que tiene mucha miga por digerir; y que tal si cayó más porque el fujimorismo se malmetió en un pleito entre judíos (Ivcher vs Winter), sin saber que uno de ellos tenía mucha palanca con el lobby judío en USA; o que tal si el conflicto con la prensa libre fue más por la disputa de quien sabe qué tetas que exprimía o quería exprimir el decano de la prensa nacional y sus empresas asociadas. Total, si hubieran dudas, sólo basta ver la lista de indemnizados y beneficiados por la lucha contra la “dictadura”.

Pero todo esto pertenece al pasado, los Maldini ahora se han remozado en dos bandos: los buenos y los malos; como si unos fueran distintos de los otros, cuando lo único que han tenido de diferente es la suerte: unos se hicieron corruptísimos porque les tocó estar en la orgía de la privatización; y los otros llegaron un poquito después, (ya no quedaban más empresas que privatizar/pericotear como al principio), a estos les quedó como consuelo gozar el boom de los minerales en alza.

La final electoral para junio está servida y muy reñida; tenemos en un lado a una Maldini jugando a hacerse la chola; y en el otro a un Maldini jugando a hacerse el criollo.

Bien al fondo, ya se sabe que para el respetable no habrá sitio; pero para los Maldini siempre habrá plata, de esa que llega sola.

Publicado originalmente en LaRepública.pe

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