Los tres fraudes

 

 

 

 

 

La palabra fraude tiene una descripción muy precisa y certera en el diccionario; se explica como acciones contrarias a la verdad y los consiguientes perjuicios que causa.

Así, con esta claridad, uno no entiende por qué tantas personas se empeñan en desvirtuar los reclamos de fraude planteados por la candidata perdedora, cuando, en efecto ha habido fraude. Uno en tres tiempos. El primero, la propia partida de nacimiento del fraude. El segundo, su fase mediática; y el tercero, su eventual resolución con acciones por debajo de la mesa: me explico:

El fraude original

“El Perú aspira a tener una democracia occidental respetable”, (así he escuchado, en la radio, decir chinescamente a un general de la policía). Muy bien, general, vamos a ver que ocurre en una de esas democracias si usted quiere trabajar, por ejemplo, en una entidad financiera donde tuviese acceso para administrar dinero público o de entidades privadas, y donde, además, se incluyera el manejo del mercado de acciones y otros valores financieros.

El primer requisito, aparte de su experiencia documentada, es no tener antecedentes penales; la más leve sospecha de una presunta conducta dolosa, —judicializada o no— lo inhabilita de por vida, para este tipo de trabajo. Pues de darse el caso, sería como poner al gato de despensero o dejar al cuidado de niños y niñas, a un pedófilo.

Y resulta que en esta democracia aspirante que tanto se anhela sobreviva por los siglos de los siglos, hemos tenido, nada menos que dos presidiarios, gozando de una graciosa y curiosa “libertad condicional” y con aspiraciones de alcanzar la más alta magistratura del Estado. Dejo a criterio del lector o lectora la calificación de la altura de tal magistratura y la naturaleza de un Estado que permite tal incoherencia. (*)

El fraude mediático

La democracia representativa tiene demasiadas imperfecciones que la hacen socialmente ineficiente, pero ningún defecto es más perverso que su autodenominado Cuarto Poder: La Prensa Libre. Baste decir que su promotor más famoso a comienzos del siglo XIX, el estadounidense, Thomas Jefferson, era muy liberal al momento de echar discursos y frases célebres; pero completamente lo opuesto, cuando se trataba de sus negocios sustentados en la esclavitud de sus trabajadores africanos.

En las elecciones que están acabando en estos días, los Jeffersons peruanos han hecho gala de la calaña de su alta estirpe, tanto que han competido con el hampa del bajo mundo y la han superado en estulticia y canallería.

Su corta y selectiva memoria les ha hecho olvidar que, gracias al escándalo de Odebrecht, nuestro país se enteró, no por vía del “destape” de algún periodismo de investigación local sino por la prensa extranjera y gracias a diligencias judiciales llevadas a cabo en Brasil que un retablo de importantísimos hombres y mujeres de la vida nacional, mayormente empresarios, políticos, jueces y fiscales habían diseñado un modus vivendi basado en el robo sistemático al tesoro público. Este sólo hecho de no haber visto como se andaba por sus redacciones el tremendo elefante de la corrupción nacional debiera haber dado pie al cierre de varias casas noticiosas y a la reforma radical del sector; pero ya sabemos que entre gitanos no solo no se sacan la suerte, sino también que, entre ellos, nunca se hacen maldades.

De no haber sido por este escándalo continental, hoy en día seguiríamos padeciendo a la galería presidencial de Cacos y su corte de cleptócratas, dándonos lecciones de sapiencia, moralidad, honradez; buena conducta y limpieza democrática.

A los remanentes de la corrupción, no solo se les está escapando el poder sino que se les está yendo de las manos la posibilidad de robar. Y puestos en el asunto de robar, es cierto que es posible cuantificar el monto de lo esquilmado al erario público; pero hay algo más valioso difícilmente cuantificable y es el robo de la verdad. Encima de todo lo que han perdido los desheredados de esta Nación, robarles la verdad, no tiene perdón ni indulgencia alguna que lo explique ni justifique.

Y a esto se han abocado con fruición, a mentir. No sólo han llevado a cabo un fraude mediático colosal, faltando a la verdad a lo largo y ancho de la campaña electoral sino que han practicado el linchamiento mediático, demonizando a Pedro Castillo, y aún más a Vladimir Cerrón y a la vez, promoviendo y dando por hecho la discordia entre estos dos demonios.

El fraude final

Se puede ser un mentiroso impenitente; se puede ser un falsario compulsivo; es posible ser un mitómano; en todos estos casos, circunscritos al ámbito individual, es penoso y trágico tanto para el propio individuo como para quienes le rodean, por las consecuencias que tiene el choque de la realidad con su mundo fantaseado.

Pero que la falsedad adquiera rango institucional y de difusión masiva, es algo que no se puede permitir. Es intolerable que, quienes, disponiendo legalmente autorización para el uso del espacio hertziano, (radio, televisión abierta y por cable; y periodismo digital y papelero) puedan impunemente alterar la salud mental de la población vía la coacción mediática y el acoso psicológico.

En los Estados Unidos, —insospechable de comunismo— en la última campaña presidencial, la Cadena Noticiosa Fox NewsI , (cadena incondicional a Trump), no tuvo reparo en cortar la transmisión del mensaje del entonces presidente estadounidense, cuando éste empezó a desbarrar, denunciando un fraude que solo ocurrió en su cabeza.

Tampoco son comunistas Facebook ni Twitter y le han clausurado las cuentas a Trump por difundir información falsa y promover mensajes que incitan al odio entre los estadounidenses.

Aquí, por el contrario, no tienen esas finezas. Se ha instilado, en los sectores más vulnerables psicológicamente de la población, y en pleno siglo XXI,  que se estaba abriendo la puerta del infierno;¨que hordas de indios iban invadir los barrios; que iban a quedarse a vivir en las salas de nuestras casas y dormitorios; que en eso consistía el comunismo; que se iba a acabar con la propiedad privada; que se iban a quedar con tu camioncito, tu combi y tu carro; que se iban a apropiar de tu mototaxi, tu moto y tu bici; que iban a quemar iglesias e iban a asesinar a miles de religiosos; que faltaría el pan, el pollo y los fideos; que se iba a adoctrinar a los hijos, que los niños se volverían homosexuales y las niñas lesbianas; finalmente, que los peruanos íbamos a acabar harapientos, mugrosos, enfermos  y hambreados, peor que los venezolanos.

Y allí donde daban la hiel, también ponían la miel: gratificación extraordinaria por victoria chinesca; bono de 10 mil soles por familiar fallecido por Covid; repartición individual del canon minero y, por poco, que iban a llover dólares del cielo.

Para su mala suerte, el pueblo, que pocas veces es sabio, tuvo la suficiente lucidez para entender que quien ofrece demasiado, es porque no va a cumplir con nada.

Y así hemos llegado al punto de quiebre, donde la victoria chinesca inminente, vaticinada por Dios, por las encuestas y por multitud de sabios y especialistas, empieza a asomar como dolorosa derrota, dando  paso al inminente golpe de Estado, asegurado por Don Mario, el noble Nobel de Arequipa; cuya propuesta ha sido puesta al cubileteo de militares en retiro y anónimos llamamientos a las puertas de los cuarteles, cuando todo indica que los llamados a la Embajada de Estados Unidos, para pedir la autorización golpista respectiva, hasta ahora solo reciben la voz del contestador automático diciendo que disculpen, que de momento nadie puede ponerse al teléfono.

Así están llegando a su fin, los remanentes de la corrupción, dejando fraudulentamente polarizados vía el azuzamiento mediático, a cientos de miles de blancos empobrecidos, ante el grave dilema de recular su fanfarronería de largarse del país en caso de una victoria indígena. ¿Cómo hacerlo ahora, en medio de la pandemia; y con lo caros que están los pasajes?; con lo incierto que es el futuro en un remoto país, tan incierto como en el suyo propio.

Cómo explicar a cientos de miles de indios que se creen blancos, fraudulentamente polarizados vía el azuzamiento mediático que sólo han sido carne de cañón como pago a una apuesta por la continuidad de la corrupción.

Qué pena. Qué lástima, haberse creído ricos solo por asomarse al abismo del fantasma comunista. Qué tristeza, creerse ricos solo por ponerse la misma camiseta de unos futbolistas platudos. Qué ironía haberse creído iguales a los privilegiados, por dos meses —mientras duró la campaña electoral— y descubrir luego, que todo había sido un cuentazo, que siguen allí donde siempre estaban; con sus mismas miserias,  con las mismas frustraciones y las mismas limitaciones de siempre.

Las invocaciones a Dios para la victoria chinesca final, no han dado resultado; en vez de la multiplicación de los votos, lo que se ha multiplicado es la presencia de comunistas, los ven ahora por todas partes: Chicho Mohme, comunista. El presidente peruano, Francisco Sagasti, comunista, El presidente del JNE, Jorge Salas Arenas, comunista; los comunistas se han diseminado por todas partes, tanto que es posible que lo único que falte es que a los Vargas Llosa, se les aparezcan unos comunistas, cada vez que se miren al espejo.

Y como la única lealtad a la que no se puede fallar, es a ser lo que son, los chinescos se aprestan para lo que no estaban preparados. Esperaban, eso sí, una final de infarto, donde secretamente solo era posible su victoria. Pero ahora, han vuelto a lo suyo; lo que no pudieron ganar ni en la cancha ni en la mesa, con un reputado ejército de los mejores tinterillos de Lima, quieren cantar Victoria, jugando por debajo de la mesa.

(*) Horas antes de publicar este post ya hemos alcanzado los titulares de la prensa en las democracias occidentales: “Perú: fiscal encargado del caso de corrupción contra aspirante a la presidencia del país sudamericano, pide su internamiento en prisión”.

Este Post fue publicado el 12/06/2021

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