Guerra en Ucrania

Ucrania y los nuevos venezolanos

Los paraísos democráticos.

Como sabemos todos, América Latina, comparada con otros mundos, es un continente ejemplar, cuyos países han alcanzado un alto grado de sofisticación social. Sus mandatarios son honrados a más no poder; el matrimonio entre educación privada y pública ha engendrado un maravilloso universo de coloridas y diversas inteligencias. Y el concubinato entre salud privada y pública ha llevado los niveles de vitalidad social a indicadores envidiables.

Jueces, fiscales, ministros, alcaldes, gobernadores, policías, militares, abogados, ingenieros, médicos, maestros, periodistas, congresistas, regidores; son todos, honorables; y sus palabras, dignas de todo crédito. Salvo algunos insignificantes casos de corrupción cuya existencia se justifica plenamente, por la natural excepción a la regla.

Pero como la dicha nunca es plena, hace dos décadas, a un país llamado Venezuela se le ocurrió morder la manzana de la tentación y bajo su maléfico efecto decidió disponer de sus propios recursos petroleros y organizar su sociedad según su particular criterio.

Pobre Venezuela y pobres venezolanos. El padre del paraíso, Estados Unidos, y su conserje, la Unión Europea, los expulsaron del reino de la democracia celestial. La idea era que, —sufriendo este castigo—, los venezolanos mismos derrocasen a su gobierno y restaurasen así el paraíso perdido.

Con este fin, el Perú, un antro de honradez e independencia y a la cabeza de 12 países de la región, se abocó en 2017 vía el Grupo de Lima a la operación de cerco y derribo del gobierno venezolano.

Como fuese que tal acoso no concluyó con el derrocamiento esperado; e informados los venezolanos que allende sus fronteras reinaba el bienestar, en vez de tumbar a nadie, decidieron, por millones, tumbarse las fronteras e invadir los paraísos circundantes.

Pobres venezolanos, fue así como se convirtieron en piezas vivientes de la propaganda de lo que les puede ocurrir a quienes quieren ordenar sus sociedades con criterios distintos a los que las fábricas de la verdad difunden diariamente por tierra, mar y aire mediático.

Pobres venezolanos, quienes los acogieron en su diáspora, en su exilio, no fueron las instituciones que atizaron el descontento y la hambruna en su tierra. No se fueron a vivir a las casas de los presidentes, de los diplomáticos, de los políticos, de los comunicadores.

No fueron acogidos en los locales partidarios del Apra, de Acción Popular, del PPC; ni en los movimientos distritales o regionales, ni siquiera se pudieron afincar en los terrenos que son propiedad de la familia Fujimori, ni en las propiedades de Alejandro Toledo, ni en las universidades del magnate local Acuña.

Pobres venezolanos, tampoco fueron a vivir a la defensoría del pueblo, a la sede de la comisión episcopal, o del conglomerado de iglesias evangélicas y todos esos clubes que conforman esa cosa llamada Sociedad Civil.

No, los venezolanos aterrizaron en esa cosa que no todos conocemos que se llama Sociedad Real.

En casa ya éramos muchos y parió la abuela

El desempleo en América Latina no existe; no tanto porque haya un exceso de ofertas de trabajo sino porque más importante que tener un buen trabajo, es sencillamente, estar vivo. Y así como no existía desempleo en los regímenes esclavistas y feudales, tampoco lo hay donde los derechos laborales brillan por su ausencia,(*1); menos lo hay donde reina la precariedad y el arte de la sobrevivencia; es decir, los hermanos venezolanos cayeron donde abundaba la escasez; donde la orfandad de los servicios públicos de salud, educación y transporte son clamorosas; o sea, legiones de pobres llegaron para competir con los pobres locales por lo poco que había.

Por si esto no fuera bastante patético; y como en las democracias del continente la redistribución de  la riqueza no corre por cuenta de las políticas tributarias del Estado, sino por la mano rápida o la mano armada de miles de delincuentes que han hecho del robo, el asalto, secuestro  y sicariato su mejor forma de sobrevivir.

Sobre este contingente local, también llegó el otro contingente de venezolanos, —ya no tan hermanos— para disputar en maldad delincuencial, el mismo mercado nacional de víctimas de todo tipo de latrocinios y crímenes.

Todo este desgraciado y dantesco escenario es el costo que tuvo que pagar la sociedad peruana para que sus gobernantes, diplomáticos y políticos queden ante los Estados Unidos como sus muy seguros y leales servidores imperiales. (*2, ver P.D. al pie de este post).

Ucrania, la Venezuela al revés.

En Ucrania, digamos que el asunto comenzó al revés; donde las guarimbas, (protestas violentas), venezolanas fracasaron en su intento de tumbar a Nicolás Maduro; en Ucrania, la ola de protestas financiadas y atizadas abiertamente por los Estados Unidos y Europa, se trajeron abajo el gobierno democráticamente electo de Viktor Yanukovich   en febrero de 2014.

Lo que no esperaban los Guaidós ucranianos ni menos sus mentores occidentales es que 8 años después les iba a reventar una guerra asimétrica con Rusia; un enemigo al que no podrán vencer por más propaganda occidental glorificando la resistencia y el heroísmo de un mítico pueblo ucraniano unido y combativo frente al invasor.

Un mito que no resiste el repaso de la historia donde desfilan capítulos contradictorios de lealtades que cambian de bando según soplen los vientos de las potencias vecinas.

Baste decir que durante la II Guerra Mundial, el bando pro occidental ucraniano, eufóricamente se plegó al ejército nazi, haciéndole, con mucho gusto el trabajo sucio de limpieza étnica; es decir, de matar a más de 100 mil judíos; y cuando vieron que declinaba la estrella de Hitler se unieron a las tropas soviéticas en su marcha triunfal hasta Berlín.

No cabe en este post retratar los genotipos fascistas que constituyen el ADN político de los gobiernos ucranianos surgidos desde el golpe de  Estado del 2014 ni menos la complicidad de los Estados Unidos y occidente en su gestación y posterior reconocimiento.

 Lo cierto y factual es que hoy millones de seres humanos sufren una guerra. No es que hayan sido afectados por un terremoto, un diluvio u otra catástrofe natural. La guerra es una calamidad humana, de manufactura humana. La guerra no es un evento natural inherente al ser humano, por más propaganda de uno y otro bando, tratando de naturalizarla imputando al otro bando una demoníaca maldad y locura. En toda guerra no hay bandos buenos y malos; los dos bandos son malos.

La política contemporánea debiera estar al servicio de la Paz y no al servicio del mercado; en especial a la industria de la guerra.

Lo cierto y lo factual es que Ucrania en días, ha retrocedido décadas; independientemente de los estragos que la misma guerra le causen a la propia Rusia.

Lo perdido, la destrucción de su infraestructura no se rehace con propaganda; con discursos no se construyen escuelas, carreteras, hospitales, bloques de viviendas; el heroísmo no devuelve la vida a los caídos, no vuelve a juntar a las familias separadas; no quita el luto y duelo a los deudos; el amor patrio no devuelve los miembros a los mutilados; y el daño hecho a la cohesión social no se restituirá en décadas.

Los refugiados blancos.

Quienes, como Occidente, —a pesar de proclamar la Libertad como credo fundamental—, han construido costosísimos y kilométricos muros, cercos, vallas y el mayor número posible de detentes jurídicos y tecnológicos, para evitar el libre tránsito de ciudadanos de otras latitudes, de otras lenguas, otro color de piel; otros presupuestos, otras religiones y culturas en sus tierras.

Quienes han instilado el odio contra los inmigrantes, multiplicándolo hasta convertir los nacionalismos en la mayor fuerza política emergente en Estados Unidos y toda Europa; a raíz de la guerra en Ucrania se han convertido de la noche a la mañana en adalides de la hospitalidad y solidaridad. Son como nosotros, —dicen—, son blancos y rubios.

Pobres ucranianos, con una mano les abren las fronteras y con la otra a los que se quedan, les entregan armas para que mueran matando, haciendo el mayor daño posible a Rusia, un socio con el que hasta ayer no más era recibido por reyes, Presidentes, Primeros Ministros, políticos y alcaldes; ante quien no solo se le entregaban las llaves de las ciudades, sino que lo invitaban a derrochar su mal habida riqueza con ellos.

Pobres ucranianos, víctimas del miedo existencial de los rusos; víctimas de su propio nacionalismo nazi; víctimas de sus odios atávicos y de los cantos de sirena de Europa y Estados Unidos.

Al momento de terminar este post, las Naciones Unidas estiman en tres millones y medio el número de refugiados ucranianos en suelo europeo.

Pobres ucranianos, al igual que los hermanos venezolanos, muy pronto caerán en cuenta que, en el Reino de la Libertad, abundan propaganda y discursos por doquier; pero el evangelio de la multiplicación de los panes, los peces y el dinero, no funciona.

No todos los extranjeros en Occidente son Messi o Abramovich; además, incluso antes de la pandemia, acá ya reinaba la austeridad.

(*1) Los derechos laborales se cumplen medianamente en el sector público y con excesiva largueza en la burocracia dorada del Estado.

(*2)

P.D.   A principios de este mes,  el gobierno de los Estados Unidos borró dela  lista de tratamientos al Señor Juan Gauaidó como legítimo presidente de Venezuela. Desde entonces el muy diabólico y vilipendiado Nicolás Maduro es el Señor Presidente venezolano; y la feroz y oprobiosa dictadura venezolana, es la hermana República de Venezuela. A lo cual, el señor Maduro agregó: “Que bonitas se ven juntas las banderas de Estados Unidos y Venezuela; con mucho respeto mutuo, como debe de ser”.

 Hasta la fecha no se conoce ningún pronunciamiento del Grupo de Lima o de algún alto representante diplomático que haya pedido explicaciones a los Estados Unidos por haberlos embarcado  con tantas y desgraciadas maletas para un viaje tan raro y con ese  viraje tan inesperado.

 

Este Post fue publicado el  31/03/2022

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